Pascal Beltrán del Río
La rifa del tigre
El primer domingo de abril de 2028, los ciudadanos podrían ser convocados a las urnas para decidir si revocan el mandato de quien haya tomado posesión de la Presidencia tres años y medio antes.
No es seguro que ocurra, desde luego, pero la consulta de revocación es un derecho consagrado por la Constitución, que puede ser activado con apenas tres millones de firmas.
La posibilidad de que el próximo titular del Ejecutivo sea la primera persona en casi un siglo en ver recortado su periodo es real. Difícilmente le faltarán tres millones de malquerientes que firmen para someterlo a la consulta. Y si su trabajo es suficientemente malo para hacer enojar a 20 millones y fracción de ciudadanos, podría bastar eso para que lo echen del poder.
Ese escenario es uno de tantos que acecharán al sucesor o sucesora de Andrés Manuel López Obrador. Pero sus problemas empezarán desde antes. Como ha predicho el exsecretario de Hacienda y excanciller José Ángel Gurría –uno de los que han levantado la mano para ser candidato presidencial–, el próximo sexenio podría ser “el más ingrato de la historia”.
Veamos:
Para comenzar, quien quiera que gane la elección de 2024 no generará las esperanzas que produjo López Obrador seis años atrás. Tampoco tendrá el magnetismo sobre las masas que tiene éste ni su capacidad de desviar la discusión pública con una ocurrencia cuando ésta toma una dirección adversa para sus objetivos (ya no hay aviones para rifarlos). Y no gozará de una tolerancia tan grande como la que se ha otorgado al tabasqueño.
El control de la violencia criminal será una de las exigencias ciudadanas con que asumirá el poder. Difícilmente se librará de la obligación de dar resultados rápidos. Si no los ofrece, será muy complicado que responda a las críticas alegando que le dejaron un tiradero. Si el elegido es una de las corcholatas, tendría que ser caradura para decirlo; y si proviene de la actual oposición, le responderán que, cuando López Obrador afirmaba eso, sus adversarios decían que era un mero pretexto para no cumplir.
El ganador de la Presidencia se llevará como premio un país en estrés financiero. Cada año, aumenta el peso de las obligaciones del sector público sobre el presupuesto. El servicio de la deuda, las pensiones y los programas sociales dejan cada vez menos dinero para repartir. Años de escasa inversión en infraestructura harán urgente el gasto en ese sector y obtener el dinero será un quebradero de cabeza. Por supuesto, una solución es una reforma fiscal, pero ¿contará el Ejecutivo con los números en el Congreso para realizarla? Y, sabiendo que pende sobre su cabeza la espada de Damocles de la revocación, ¿se animará a una reforma profunda?
Desde luego, está la tabla de salvación de las inversiones que podrían llegar con el nearshoring. Pero éstas requieren de condiciones, como una dotación suficiente de energía, constante y barata, y el actual ha sido un sexenio perdido en la creación de fuentes limpias de electricidad.
Luego, está Donald Trump. Si éste logra regresar a la Casa Blanca, el próximo presidente de México seguramente vivirá cuatro años complicados para la relación bilateral. El problema del fentanilo ha puesto a la clase política estadunidense en pie de guerra, así que, si el primer cuatrienio de Trump fue un calambre, el segundo sería como una punzada en el hígado.
Para donde uno voltee, el país tiene problemas graves en vías de agravarse: escasez de agua en varias entidades, campesinos que exigen precios de garantía, población vulnerable que requiere de una inversión cada vez mayor en servicios médicos, zonas bajo el control de grupos criminales, jóvenes que demandan vivienda y oportunidades laborales, etcétera.
Por eso, la Presidencia de México es la rifa del tigre. Quien se lo saque deberá tener un plan para domarlo. Veo a muchos comprando alegremente el boleto para concursar, pero ninguno de ellos nos ha dicho aún qué haría si acaso se lo gana. ¿O será que no lo han pensado?