Pablo Hiriart
La víctima es Xóchitl, no AMLO
Xóchitl es víctima de una campaña de agresión judicial y hostigamiento encabezada por el presidente de la República
El Presidente se cura en salud al señalar como “perversos e inhumanos” a quienes le advierten del peligro que corre la aspirante Xóchitl Gálvez por los ataques que recibe de su parte.
Se presenta él como una víctima cuando es la persona más poderosa del país, y ha echado encima de Xóchitl al aparato del Estado para sacarla de la carrera por la Presidencia.
Xóchitl es víctima de una campaña de agresión judicial y hostigamiento encabezada por el Presidente de la República.
Ahora López Obrador dice que señalar los riesgos que corre Xóchitl por el atropello artero que él orquestó, es una maniobra en contra suya.
Tira la piedra y esconde la mano.
Los órganos constitucionales que organizan y velan por la legalidad de las elecciones, el INE y el Tribunal Electoral, le han dicho que viola la ley al atacar a Xóchitl Gálvez como lo ha hecho, y eso le tiene sin cuidado.
Le sirve para hacerse la víctima otra vez: “Me tienen censurado”, “no me dejan hablar”, y proyecta, en cadena nacional, a otros que lo dicen por él.
Viola las leyes y el espíritu de las leyes.
Hace poco se puso a corear, con el puño en alto, “no están solos, no están solos”, en apoyo a los porros que pintarrajeaban consignas de muerte contra la ministra Norma Piña en un plantón afuera de la Corte.
López Obrador es peligroso porque es un mandatario cruel y obcecado. No es un dictador, pero todo el sexenio aspiró a serlo y en sus arranques de ira actúa como tal.
Las demandas judiciales contra Xóchitl son para sacarla de la contienda con temas de hace siete años atrás.
Y el equipo de propaganda del Presidente le exige a la aspirante de la oposición que pruebe su inocencia.
Fue López Obrador el que exhibió de manera ilegal los contratos de la empresa creada por Xóchitl, en los que no hay anomalías.
Pero crea el ambiente de odio contra una mujer que se superó e hizo dinero con base en el esfuerzo, el estudio y el trabajo.
Los ambientes no disparan, pero los deudores de favores de Morena y del propio Presidente sí lo hacen.
Bájele a su odio, Presidente.
Es lo que dicen intelectuales, periodistas y las instituciones encargadas de cuidar los procesos electorales.
Morena es un partido que pacta con criminales y se funde con ellos.
El reguero de cadáveres y de sangre en Guerrero es producto de los acuerdos de las autoridades del partido del Presidente con grupos criminales.
La violencia en Chiapas es causada por la lucha entre cárteles, y uno de ellos acusa al gobierno de tomar partido por el de Sinaloa.
En ese estado, Sinaloa, sicarios del narcotráfico atacaron y raptaron a dirigentes opositores los días previos a la elección de gobernador.
Pago de favores. Lo mismo en los demás estados del Pacífico.
La intervención del crimen organizado en las elecciones, de manera masiva en algunas regiones y estados, es una realidad a partir de la llegada de Morena a la Presidencia.
Con esos antecedentes no sólo es válida la advertencia, sino necesaria hacerla a tiempo. Aunque se enoje López Obrador.
Sacó del baúl de sus rencores a los fantasmas del pasado –Carlos Salinas, que gobernó hace 30 años–, para encasillar primero a Xóchitl y luego revolver en una fantasmagórica conjura contra él a periodistas e intelectuales.
Claro que es preocupante lo que pudiera ocurrirle a Xóchitl. AMLO no lo ve así porque es un presidente cruel.
No tuvo compasión con los cientos de miles de muertos en la pandemia, que pudieran estar con vida hoy si el Presidente hubiera asumido su papel de jefe de Estado en lugar de matraquero de una campaña política permanente.
Pasó del no hay problemas, el Covid sólo le da a los corruptos, al rechazo al cubrebocas, negativa a gastar equipos de protección para médicos, enfermeras y paramédicos, lentitud en la compra de vacunas y demagogia con las vacunas Patria y otros artificios propagandísticos.
Xóchitl Gálvez es víctima del poder presidencial, y ahí reside la preocupación.
Los desplantes del político más poderoso del país son teatro para curarse en salud. Ha demostrado que no le duele el dolor ajeno y le tiene sin cuidado la vida de sus gobernados.
Ciento sesenta y un mil quinientos homicidios en lo que va de su sexenio, más 750 mil muertos en exceso por el mal manejo de la pandemia. Y se dice feliz y orgulloso de su gobierno.
Él echó a andar la maquinaria de la polarización en México con fantasías de conservadores contra liberales, y ahora llama perversos e inhumanos a los que advierten de los alcances que puede tener su irresponsabilidad.
Nos empuja el odio hasta en los libros de texto para niños de primaria y secundaria, en los que se viste de héroes de la patria a criminales, secuestradores y terroristas.
Un poco de sensatez es mucho pedir, pero hay que hacerlo. Es una obligación.