Yuriria Sierra
Los desaparecidos y las despreciadas
Desde hace años, México ha enfrentado una crisis desgarradora: la desaparición forzada de miles de personas: 2,095 desapariciones ocurridas en los primeros 90 días del 2023. Detrás de las cifras frías y las estadísticas se ocultan historias de profundo sufrimiento humano y de insoportable angustia, donde madres, padres, hijos y hermanos claman por respuestas, por justicia. Y, en medio de esta tragedia, se alza un muro de indiferencia, un manto de desprecio que parece emerger desde la cima hasta las fosas.
El presidente López Obrador prometió un cambio y un enfoque humano en la política mexicana, pero sus acciones y actitudes hacia los colectivos de madres buscadoras han arrojado una luz inquietante (por decir lo menos) sobre su compromiso real. Estas mujeres valientes, llenas de un coraje inquebrantable, han tomado la tarea de buscar a sus seres queridos por sí mismas, recorriendo campos y fosas clandestinas, enfrentando peligros y amenazas, en una lucha que nunca debieron emprender.
No obstante, en lugar de ser recibidas con empatía y apoyo por parte de las autoridades, las madres buscadoras han sido testigos de desplantes y desaires por parte del líder de la nación. Sus demandas de reuniones y atención han sido ignoradas en más de una ocasión, dejando entrever un menosprecio que hiere profundamente. ¿Cómo es posible que aquel que debería ser el defensor máximo de los derechos humanos en México se muestre completamente indiferente al dolor que se vive en las calles?
No se trata simplemente de diferencias políticas, sino también de una falla fundamental en la comprensión de la empatía y la sensibilidad humanas. Las madres buscadoras no exigen privilegios, sino justicia y respuestas. Recibe a la líder de las madres y abuelas de la Plaza de Mayo, movimiento ejemplar de mediados del siglo pasado en Argentina, pero a ninguna de las madres mexicanas de hoy en día. Las nuestras esperan que el gobierno haga su parte, que utilice todos los recursos a su disposición para encontrar a aquellos que han sido arrebatados de sus vidas. Y, sin embargo, se les niega, incluso, el reconocimiento básico de su dolor y su lucha.
El silencio y el desprecio también envían un mensaje desolador a la sociedad en general: que el sufrimiento de ciertos sectores de la población no es importante, que se puede ignorar y minimizar. Esto no sólo es un golpe a la dignidad de las familias afectadas, sino que también erosiona la confianza en las instituciones y en la promesa de un México más justo y solidario.
Es hora de que seamos testigos de un cambio real en la forma en que abordamos esta crisis de desaparecidos. No se trata sólo de buscar culpables y castigar a los responsables, sino también de brindar apoyo y respeto a quienes han sido víctimas de esta tragedia. Las madres buscadoras merecen más que un desdén presidencial; merecen justicia, verdad y el apoyo incondicional de un país que no debe darle la espalda a su dolor.
En última instancia, la forma en que tratamos a las madres buscadoras y a las víctimas de la desaparición forzada refleja nuestra propia humanidad y valores como sociedad. Es hora de que nos levantemos como país y mostremos que no toleraremos el desprecio y la indiferencia hacia quienes más necesitan nuestro apoyo y solidaridad. El tiempo de ignorar el dolor ha terminado; es hora de reconocerlo y actuar en consecuencia. No es tarde, todavía le queda año y medio de gobierno.