Por: Arnoldo Bermea
Este territorio de Coahuila, o “Tierra Adentro”, estaba habitado por pequeños grupúsculos de nativos primitivos sin ningún tipo de organización política, que se mantenían en constante movimiento (nómadas), cuya subsistencia consistía en hacer alianza con otras tribus. Eran recolectores, su alimentación se basaba en la caza de todo tipo de animales y lo que la misma naturaleza les brindaba.
Después de la conquista de México en 1521, la audacia de algunos españoles hace evidente su presencia a través del primer intento de asentamiento 56 años después: en 1577 el joven Alberto del Canto es atraído por yacimientos mineros, así nace la primera comunidad de “Minas de la Trinidad”. Posteriormente suceden varias “fundaciones” que no duren: Luis de Carvajal y de la Cueva, crea la Villa de Nuevo Almadén en 1583. Esta misma se intenta refundar en varias ocasiones, con Pedro de Velada en 1607, Mateo Arredondo en 1643, Martín de Zavala 1644. Este territorio estaba inserto en tierras de Coahuila, y era disputado por La Nueva Vizcaya y el Nuevo Reino de León, hasta que interviene la Real Audiencia de Guadalajara (Nueva Galicia), que gira una Cédula que autoriza a don Antonio de Valcárcel Rivadeneiro y Sotomayor quien encabezó una expedición a este lugar, para tomar posesión como Alcalde Mayor. Valcárcel era acompañado por los franciscanos Fray Dionisio de San Buenaventura, Fray Francisco de Peñasco, Fray Manuel de la Cruz y el Padre Juan Larios. Fundan en 1674 la villa de “Nuestra Señora de Guadalupe de la Nueva Extremadura”, y oficia Larios por primera vez en la Capilla de la Purísima, el 25 de abril de 1675. De este poblamiento, aún se conservan los restos de una tapia de la Capilla, ubicada en frente del final de la Alameda, hacia el lado norte, por Avenida Juárez. En virtud de que esta Capilla estaba destinada para “puros españoles”, se tuvo que autorizar la Capilla que ahora conocemos como Iglesia de San Francisco de Asís, para los indios conversos, que formaron los pueblos de San Francisco de la Tlaxcala y San Miguel de Aguayo, hoy conocido como sector “El Pueblo”.
En el año de 1688, ya con el propósito de establecer una nueva población, se asigna el terreno en donde se edificaría la Iglesia Santiago Apóstol, se protocoliza con la presencia de Fray Toribio García de Sierra, don Alonso de León y de don Rodrigo Flores de Valdés, dando fe don Esteban de Camorlingo, dejando una cruz en el área que se había escogido. Un año después, es decir el 12 de agosto de 1689, se hace la fundación definitiva de Monclova por el general don Alonso de León y su lugarteniente Diego Ramón, y avalado por el Obispo de la Real Audiencia de Guadalajara Juan de Santiago de León y de Garabito. Se le asignó ese nombre, en honor al Conde Melchor Portocarrero Lasso de la Vega, Conde de la Monclova. La redacción del Acta de Fundación la hizo el italiano, Juan Bautista Chapa.
Se conformó una pequeña población de audaces vecinos que constantemente tenían que enfrentar el acecho de los indios Apeches y Comanches. Estos compartían lo que les era común; la miseria, el ocio, la superstición, y la mayor parte de las actividades recaían en la mujer, mientras que al hombre se le toleraba cierta holgazanería.
A mediados del siglo XVIII, con motivo del fallecimiento del párroco don Joseph Flores de Abrego, arribó a nuestra población para sustituirlo el cura José Miguel Sánchez Navarro, quien logra poseer uno de los latifundios más grandes del mundo, y cuyo centro de operaciones era la Hacienda “El Tapado”, a 6 km sur-suroeste del pueblo de Hermanas, en la ribereña occidental del Río Monclova.
Las primeras industrias que se establecieron fueron, molino para despepitar algodón, el molino de trigo “Los Camacho”, que operaba en las márgenes del río Monclova, utilizando el agua como fuerza motriz. Posteriormente surge la fábrica “La Buena Fe”, dedicada a los hilados y tejidos, y la fabricación de telas.
Durante la aprehensión de los insurgentes en Baján, encabezados por Miguel Hidalgo e Ignacio Allende, se gestó el complot en la casa de don Melchor Sánchez Navarro (sobrino del cura José Miguel), participando en el complot el gobernador don Antonio Cordero y Bustamente, don Ignacio Elizondo, don Tomás Flores, el holandés Felipe Enrique Neri “Barón von Bastrop”, y Sebastián Rodríguez, entre otros más.
En el mes de septiembre de 1833 azotó a la población la epidemia del cólera morbus, matando a casi un cuarto de los 5,600 habitantes de Monclova. El gobernador don Juan Martín de Veramendi, quien el 10 de marzo de ese año había trasladado la capital de Coahuila de Saltillo a Monclova, falleció junto con toda su familia, contagiados de este mal. En el año de 1849 volvió aparecer nuevamente la epidemia, que los vecinos le denominaron “el cólera chico”, logrando que se saturara el antiguo panteón que se ubicaba donde actualmente se localiza la “Escuela Club de Leones No. 1”, por la calle de Aldama.
Los “Rifleros de Monclova”, este heroico contingente conformado por milicianos de nuestra población y de algunos puntos aledaños, se armó para combatir a “la reacción” y defender a las “instituciones liberales”, participando en la Guerra de Reforma (1858-1861). Estuvieron bajo el mando del coronel y posteriormente Ministro de Guerra, don Miguel Blanco y el coronel Ildefonso Fuentes de hoyos, originario de la Hacienda de Castaño.
La entrada del siglo XX, se dio con una apacible comunidad, que tan solo con la llegada del Ferrocarril Internacional Mexicano en 1884, se dejaba ver cierto “dinamismo” económico y de comunicación. Monclova era un pueblo tranquilo que vivía de la agricultura y un poco de la minería. Según censo levantado en 1900, el municipio contaba con 6,853 hombres y 6,770 mujeres, es decir, un total de 13,623 habitantes.
Con la llegada del Ing. Harold R. Pape quien arribó en 1942 a esta ciudad, se logró transformar de raíz la región centro de Coahuila y principalmente de su ciudad que lo adoptó como hijo predilecto, admirado y gran filántropo, creando la planta acerera Altos Hornos de México (AHMSA), que en su tiempo fue la más importante de América Latina. El Ing. Pape y su esposa Suzanne Lou Pape, aún muy jóvenes habían decidido lanzarse a esa gran aventura; en palabras de ella misma, tuvieron que conocer gente nueva, idioma nuevo, país nuevo. Sus primeros años en Monclova fueron eso precisamente: una verdadera aventura.
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Contribución de: Arnoldo Bermea Balderas, en colaboración con socios Arqueosaurios ~ Juan Latapi O., Francisco Rocha Garza, Luis Alfonso Valdés Blackaller, Oscar Valdés Martin del Campo, Willem Veltman, Ramón Williamson Bosque.
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