José Elías Romero Apis
Hemos escuchado los planteamientos de los aspirantes presidenciales de ambos bandos. De varios nos ha gustado el discurso de la indignación, que es un buen estilo; el discurso de la síntesis, que es una buena estrategia, y el discurso de la profundidad, que es un buen diagnóstico.
Podríamos destacar tres de los muchos temas que han sido abordados. Ellos son la criminalidad, la desigualdad y la ilegalidad. Hay muchas voces en el bando oficial que dicen que todo está bien y que debe continuar. Hay muchas voces en el bando opositor que dicen que todo está mal y que debe cambiar. También hay voces objetivas que desechan la luz perpetua y el fuego eterno. Como Alighieri, bajemos un ratito a los infiernos.
Primer infierno. Con un 98% de impunidad, México es un puntero mundial en homicidios, en narcotráfico y en miedo, debido a que el crimen está bien alcahueteado por la impunidad. Cualquier capo extranjero recomendaría a sus hijos o a sus nietos instalarse en México y sentar sus reales en un país que al mismo tiempo es rico y es impune.
Como si fuera un nearshoring delictivo, ello les daría muchas oportunidades de riqueza criminal, al mismo tiempo que mucha seguridad operacional. En un país opulento pueden medrar los delitos asociados a la riqueza. El tráfico de todo, la alta extorsión, el megafraude y hasta el placer ilícito. Además, todo con una impunidad más barata que en otros países ricos. Con inspectores o gendarmes de hasta 10%, no con senadores o procuradores de por lo menos 40 por ciento. El arca llena y la celda vacía. Con esos cartelazos ya soplan vientos de sangre.
Segundo infierno. La desigualdad mexicana es más lacerante que en otros países donde también hay ricos y pobres. Ello porque en México ser pobre también implica ser muy débil, así como ser rico también implica ser muy poderoso. En México, los pobres no tienen acceso ni a las prerrogativas de la ley, mientras que los ricos están asociados hasta con el proyecto de destino. El acceso a la justicia legal es caro. El acceso a la salud social está quebrado. El acceso a la educación real es limitado.
Por añadidura, aunque hay muchos ricos admirables, también hay muchos ricos que no lo son por sus propios méritos sino por el compadramiento del gobierno. Por los contratos, por las concesiones y por los privilegios. Y muchos pobres que no lo son por sus propias culpas, sino por la indolencia, la inconsciencia o la indecencia de nuestros sucesivos gobiernos. No es tan sólo un asunto de reparto de dinero, sino que es también un asunto de reparto de poder. Con esos compadrazgos pueden soplar vientos de fronda.
Tercer infierno. La confrontación de poder ya amenaza con saltar las trancas. Lo grave es que ya no se percibe tan sólo como una conflagración entre la Presidencia de la República, el Congreso de la Unión, la Suprema Corte de Justicia, los gobiernos estatales, los ayuntamientos municipales, los organismos autónomos, los partidos políticos y la sociedad civil. Hasta allí estaríamos como muchos otros países democráticos.
Pero lo muy grave es que para muchos mexicanos ya estamos a muy corta distancia de que el poder presidencial quiera sobreponerse al poder constitucional. Que la verdadera guerra de poder consista en que la Presidencia de México quiera avasallar o someter a la Constitución política y atacar a quienes intenten defenderla. Con esos tanteos están soplando vientos de cuartelazo.
Todo eso nos aclara algunas constantes. Primero, que estos problemas no se generaron en un solo sexenio, pero en éste se han agravado. Segundo, que es indignante la lenidad, la inequidad y la ilegitimidad. Tercero, que es una confrontación de poderes, de potestades y de proyectos. Cuarto, que de lo que se trata es de una profunda reforma del poder político mexicano. Quinto, que ya sabemos el tamaño de la bomba, pero lo que aún no sabemos es el largo de la mecha.