Yuriria Sierra
Efervescencia morenista
La arena política mexicana está siendo testigo de una efervescente confrontación que, por momentos, parece perder el norte y poner en riesgo la cohesión interna. Las denominadas corcholatas se enfrascan en una lucha casi gratuita que amenaza con erosionar la unidad que su partido tanto necesita en este crucial proceso electoral. Si bien es natural que existan divergencias y competencia interna, es crucial recordar que la política debe basarse en el respeto mutuo y la colaboración, y no en descalificaciones infundadas o divisiones insalvables.
La confrontación en Morena conlleva riesgos muy significativos no sólo para su partido y para el panorama político en general. Si esta lucha interna no es gestionada con prudencia y responsabilidad, existe la posibilidad de que el partido que nació y ha orbitado alrededor de Andrés Manuel López Obrador se fracture antes de que el proceso electoral siquiera haya comenzado. Tal escenario no sólo debilitaría la capacidad de Morena para presentar una plataforma sólida, coherente y consensuada, sino que también podría socavar la confianza de los votantes y dar paso a la proliferación de la desilusión y el hartazgo. La política, en primera y última instancia, debe estar orientada hacia el mantenimiento de la paz y el bienestar de la sociedad y el país en su conjunto, y todos en Morena deben reflexionar sobre el costo potencial de una confrontación sin límites en detrimento de la estabilidad económica y la salud democrática.
Y es que en los últimos días, la contienda por la candidatura presidencial está alcanzando niveles de confrontación que hacen recordar a aquellos momentos de efervescencia previos a las elecciones. Las corcholatas se disputan no sólo la oportunidad de encabezar la boleta electoral, sino también el corazón y el rumbo del partido. En particular, los roces entre el segundo lugar, Marcelo Ebrard, y la líder en las encuestas, Claudia Sheinbaum, han intensificado la tensión en el seno del partido. Estos desencuentros, sumados a la sombra del presidente López Obrador, plantean retos cruciales para el futuro de Morena y, por ende, para la estabilidad política del país. Marcelo Ebrard, con su mirada puesta en la candidatura presidencial, ha levantado la voz (en lo que probablemente sea más una estrategia para elevar su propio valor y costo político frente a la “operación cicatriz” tras la elección interna) con cuestionamientos sobre la campaña de Claudia Sheinbaum, quien no ha perdido su ventaja en todas las encuestas.
La necesidad de cohesión dentro de Morena no es sólo un asunto interno. México se encuentra en una encrucijada histórica, enfrentando desafíos económicos, sociales y políticos que requieren un liderazgo sólido y un partido unificado, sobre todo ante el inevitable cambio de gobierno. López Obrador tendrá que irse y, ante esa orfandad, el nuevo gobierno (en caso de ganar también las elecciones federales) deberá delinear las rutas para atender los pendientes y riesgos que herede de esta administración, pero también las nuevas y las inesperadas.
La confrontación excesiva entre las corcholatas conlleva el riesgo de fracturar las bases del partido y debilitar su capacidad de respuesta ante los retos inmediatos y de mediano plazo para el país. La experiencia reciente en otros países de la región nos recuerda los peligros de la polarización extrema y la erosión de las instituciones democráticas. En última instancia, los protagonistas de esta contienda deben recordar, todos ellos, que el bienestar de México está por encima de ambiciones personales o de grupo. La cohesión partidista y el diálogo son imperativos para evitar los riesgos de ruptura, competir limpiamente y con vigor en la elección federal y, sobre todo, garantizar una transición política ordenada.