Pascal Beltrán del Río
La unidad, reto para las dos coaliciones
En su camino hacia la elección presidencial de 2024, las dos coaliciones que seguramente protagonizarán la contienda deberán superar, antes que otra cosa, los conflictos internos que se asoman en sus filas. Aunque con frecuencia se le quiera describir de idealista y fraterna, la actividad política es, en realidad, descarnada y oportunista.
En estos días hemos escuchado a los aspirantes presidenciales hablar de unidad, pero por sus actos podemos entender que lo más importante para ellos es ganar la candidatura a sus rivales. Como en ninguna de las dos coaliciones hay un aspirante natural —como lo fueron en su momento Vicente Fox, Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador, quienes no tuvieron adversarios internos en su ruta hacia la Presidencia—, la moneda está en el aire y eso da lugar a un pataleo entre quienes aspiran a la postulación, en el que participan también sus simpatizantes.
La semana pasada, al acercarse los tiempos para que las coaliciones Juntos Hacemos Historia y Frente Amplio por México definan a quien las habrá de encabezar de cara a la elección de 2024, se incrementaron los conflictos internos.
En la primera, el excanciller Marcelo Ebrard ha puesto en duda la legitimidad del ejercicio, al denunciar que su rival por la postulación, la exmandataria capitalina Claudia Sheinbaum, se ha beneficiado de apoyos gubernamentales.
Al pleito se sumaron en mayor o menor medida el resto de los aspirantes, ya sea apoyando o condenando a Ebrard. Fue la primera vez en varias semanas que el proceso interno del oficialismo da nota, como decimos los periodistas, pues se había distinguido por recorridos insulsos por el país y discursos soporíferos.
En la segunda coalición, el descarte de quienes se registraron originalmente para participar —previsto por las reglas de la contienda interna— ha dado lugar a la presentación de denuncias de exclusión e incluso a teorías de la conspiración.
Los primeros en escalar el conflicto fueron el exsenador Jorge Luis Preciado, el actual senador Miguel Ángel Mancera, quienes llevaron al INE sus quejas. Y el PRD, uno de los partidos miembros del Frente, puso en pausa su participación en el comité de organización de la alianza, inconforme con el descarte de dos de sus militantes.
Pero si pleitos se notan arriba, abajo comienzan a ser una batalla campal. Persiste la vieja noción de la política mexicana de que si el “gallo” o la “gallina” de uno no alcanza la candidatura, el futuro de todos los simpatizantes queda cancelado. No pocas veces hemos visto que la inconformidad con los procesos internos afecta la elección constitucional.
Sin duda, el ejemplo más acabado de lo anterior fue lo sucedido en 1988, cuando el PRI se partió por dentro y surgió la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, la cual hizo que se cerrara de tal modo la elección que, hasta la fecha, se duda que la elección la haya ganado Carlos Salinas de Gortari.
Desde luego, no está claro que los conflictos internos de hoy tengan tal potencial, pero no por eso debe uno considerarlos nimios.
Una eventual salida de Ebrard de Morena y su postulación por Movimiento Ciudadano podría mover las preferencias. Hay quien dice que ese escenario podría convenir a Sheinbaum en la elección presidencial, pero también podría dar lugar a que el oficialismo no tenga mayoría en el Congreso.
De igual modo, no será lo mismo que el Frente postule a Xóchitl Gálvez que a Beatriz Paredes, pues desde hace unos días los simpatizantes de aquella promueven en redes sociales la especie de que el PRI utilizará su maquinaria para hacer candidata a la segunda —en connivencia con Morena, agregan los más suspicaces—, lo cual llevaría a distintos grupos ciudadanos a desertar del Frente Amplio.
Por eso, la coalición que mejor procese sus inconformidades internas y evite que la sangre llegue al río tendrá ventajas sobre la otra, pues esta contienda apunta a ser de suma cero: lo que gane una lo perderá la otra.
