Rubén Moreira Valdez
A finales del sexenio de Luis Echeverría se suscitó en el país una fuerte controversia debido a los libros de texto que fueron distribuidos en las escuelas del país. En aquellos días, unas vecinas recomendaron a mi madre engrapar las páginas donde se hablaba de educación sexual. La reciente polémica en materia educativa tiene algunas similitudes con otras que han sucedido en México, pero también notorias diferencias.
Si recurrimos a Louis Althusser, uno de los clásicos marxistas, la educación se encuentra dentro del aparato ideológico del estado y si tomamos como referencia al propio Marx, el estado siempre estará al servicio de quienes poseen los medios de producción. Sin embargo, para el italiano Gramsci, en la súper estructura se da un litigio que puede romper las situaciones hegemónicas. “Dios no lo permita”, diría un amigo mío egresado de una escuela neoliberal.
A esta confusión de ideas le podemos agregar que en una sociedad que “pretende” ser democrática, quienes asumen el control del gobierno pueden intentar desde el sistema educativo construir, aunque sea chafa, una narrativa propia.
Más allá de los dimes y diretes por los libros de texto, podemos decir que estos:
- Cuando son pertinentes se convierten en un factor de justicia social. Desde 1960, todos los niños del país tienen en sus manos libros de estudio y evita inequidades.
- Gobierne quien gobierne los libros siempre contienen una orientación ideológica y, por lo tanto, un proyecto de nación. Esto sucede de forma implícita o explícita.
- Los libros de texto son una parte de la política educativa. Cuando ésta no corresponde a los intereses de la sociedad o no es producto de consensos con las minorías, los actores de la sociedad van a entrar en tensión.
- La calidad de los libros depende de quién los redacta y autoriza. Me refiero, entre otras cosas, a la impresión, contenidos, pulcritud de las referencias históricas y el diseño de los textos.
- Un libro de texto debe sostenerse en sólidas bases pedagógicas. El niño, objetivo de la transmisión cultural, requiere en su proceso educativo de gradualidad, certeza en la información que recibe, respeto a su madurez, acompañamiento docente y estímulos didácticos que lo favorezcan en sus retos escolares.
¿Qué puede motivar un conflicto en relación con los libros de texto? La respuesta es sencilla: la afectación cierta o falsa que en sus intereses perciban los factores reales de poder. Cuatro ejemplos:
- Hablar de socialismo, aun cuando no se pretende instaurar, seguro va a molestar a los propietarios de los medios de producción, más si se les ha pasado la mano y no ofrecen buenas condiciones laborales.
- Amenazar la dignidad de las personas o el derecho de los padres a educar a los hijos puede ocasionar una reacción de la Iglesia católica. El Concilio Vaticano II estableció en esta materia directrices a los creyentes.
- En otros momentos el SNTE reclamaba su participación en la construcción de las políticas educativas. Lo hacían bajo el argumento de su interés en el rumbo del país y su conocimiento de la materia. Hoy las cosas son diferentes.
- Si los padres de familia perciben que los libros son deficientes en su calidad o insuficientes en sus contenidos, seguro pondrán el grito en el cielo.
En fin, solo hay algo seguro en la actual disputa educativa: los niños van a pagar los platos rotos. La pandemia causó estragos en la formación de varias generaciones de educandos y para rematar ahora los agarraron de ring para confrontar posturas de todo tipo. En el colegio religioso donde hice mi catecismo diría el cura: “Dios proteja a estos inocentes”. En la escuela pública de mis años de juventud el maestro afirmaría: “Es la derecha y los explotadores que le temen al proletariado”.