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LOS SOLDADOS PRESIDIALES

LOS SOLDADOS PRESIDIALES

Por: Luis Alfonso Valdés Blackaller

Desde la segunda mitad del siglo XVI, al expandirse la colonización hacia el norte de la Nueva España y con motivo de la protección que requerían las nuevas poblaciones y los caminos para el comercio y el envío de los metales de las minas descubiertas, se vio la necesidad de crear cuerpos de soldados y fortificaciones capaces de sostener el embate continuo de los indios bárbaros del norte que habitaban en esas regiones.

El Virrey Almanza (1568 a 1580) dictaminó la construcción de las fortificaciones, que llamaban presidios, y estaban guarnecidas por soldados llamados «presidiales». Eran los puestos más avanzados de la colonización, donde terminaban los caminos y las poblaciones, y donde empezaba la tierra habitada por los indios bárbaros. Estos presidios contaban con tierras, por lo cual posteriormente se formaban poblaciones y al avanzar estas, los presidios se movían más al norte. Existían además compañías volantes de soldados que recorrían los caminos, conectando de este modo las poblaciones, las minas, las rancherías, y los presidios.

Estos presidios eran fortificaciones construidas de piedra o de adobe, o una combinación de ambos, generalmente de forma cuadrada de aprox. 145 varas [120 m.] por lado, y con bastiones salientes o torres en al menos dos esquinas opuestas, donde colocaban cañones para proteger sus flancos. No eran construcciones sofisticadas puesto que no se requerían, ya que se utilizaban solamente para guarecerse de los ataques de los indios bárbaros, quienes utilizaban armas rudimentarias y no ponían en peligro la construcción. En algunas de las ruinas de los presidios que actualmente todavía existen, se puede distinguir un túnel oculto con salida hacia el abasto de agua, que utilizaban para el caso de estar asediados por los enemigos. Dentro de los presidios vivían los soldados, sus familias, sacerdotes,  oficiales, y los indios incorporados como guías, y contaban con casas, almacenes, capilla, etc.
En el año de 1724, Don Pedro Rivera, brigadier de los ejércitos reales, recorrió el norte de la Nueva España desde Sonora hasta Nuevo León en misión de inspección de los presidios, en un viaje de más de 12,000 kilómetros que duró 3 años y medio. En el año de 1726 llegó a Coahuila y Texas, pasando por Monclova.

A raíz del reporte de la inspección de Don Pedro Rivera, en 1729 el Virrey de Casa Fuerte emitió un reglamento por el cual se debían regir los presidios. Esto vino a corregir en gran medida el desorden que existía en esa época, resultado del desarrollo de los presidios con pocas directrices y de la grande distancia que existía de ellos a las poblaciones más organizadas. Este reglamento tuvo vigencia hasta 1772 cuando el Virrey de Bucareli puso en vigor un nuevo reglamento, bajo el cual se obtuvieron mejores resultados y se llegó a tener una época de florecimiento en el norte de la Nueva España. Este nuevo reglamento tomó muchas de las recomendaciones que el Marqués de Rubí hizo después de su visita de inspección a las Provincias Internas, pensando ya no solamente en la defensa contra los indios bárbaros que seguían azotando las poblaciones y los caminos, sino las incursiones de los rusos en el poniente, y de los franceses y los anglos en el oriente.

El reglamento de 1772 dispuso una nueva distribución de los presidios a lo largo de la frontera norte, formando una línea de defensa contra los indios y extranjeros. Esta línea constaba de trece presidios, más dos en avanzada hacia el norte (los de Santa Fe en Nuevo México, y San Antonio del Bejar en Texas). Los presidios mantenían un correo mensual entre ellos.

Bajo este contexto se formó una casta de hombres muy especiales, que fue la de los soldados presidiales.

Los soldados presidiales, una casta muy especial de hombres

El reclutamiento de los soldados presidiales se hacía con gentes de la región. Nacidos en los desiertos y montañas del norte, criados bajo el constante peligro en que los ponían los indios bárbaros que infestaban esas provincias, siempre expuestos al extremoso clima, acostumbrados a grandes jornadas y fatigas, los soldados presidiales poseían características fundamentales para su sobrevivencia y para el combate contra los indios que los soldados regulares de otras partes no tenían.

El general Don Vicente Filisola, participante en la campaña de Texas en el siglo XIX, comenta en su libro «La guerra de Texas» que el general Santa Ana en su paso por Monclova hacia Texas, erróneamente no aceptó las recomendaciones de sus subalternos con respecto a la conveniencia de incluir en sus tropas a soldados presidiales:

«en atención a que esta clase de tropa era la más útil que podía encontrarse para transitar aquellos desiertos países porque los conocen a palmos, y además de ser tan valientes para batirse como cualquiera otra buena tropa, tienen otras muchas circunstancias apreciabilísimas que adquieren desde la niñez y de hacer correrías continuas para defender las fronteras y para perseguir a los bárbaros que las hostilizan. Así es que saben distinguir toda clase de huellas, los días que tienen de impresas y las señas y humaredas que, por su número, posición y distribución en los lugares altos y bajos, en cuadros, triángulos, grupos, etc. sirven de medios de inteligencia a los mismos enemigos, y así mismo conocen las señales del tiempo, el cambio de temperatura y las horas de la noche por el curso de las estrellas. Son excelentes tiradores, jinetes, y nadadores, incansables en las fatigas, extraordinariamente sobrios, cuidadores admirables de toda clase de animales, cautos contra todas asechanzas de los bárbaros, buenos bogadores, canoeros, utilísimos para el manejo de las carretas y mulas de carga, para la matanza de reses, y sin iguales para guías y correos en aquellos desiertos y veredas que nadie entiende ni conoce como ellos».

En 1785, el Virrey de Gálvez también distinguía a los soldados presidiales de los regulares:

-«Los soldados presidiales son del país, más aptos que el europeo para esa guerra, siendo preocupación de estos últimos creer que a los americanos les falta el espíritu y la generosidad para las armas, atendiendo a que en todas las épocas y naciones la guerra ha hecho valientes y la inacción cobarde. Y si es esta una verdad inconstratable, es precisa consecuencia que deben ser fuertes y aguerridos unos hombres que nacen y se crían en medio de los peligros.

No son menos bravos los criollos de tierra-adentro que los indios con que pelean, pero las circunstancias que los acompañan no son tan favorables, su ligereza y agilidad a caballo grande (respecto a la de los Europeos), es perezosa comparada a la de los indios, y nuestra religión que pide otras justas atenciones en la muerte, no permite en los últimos instantes aquellas apariencias de generosidad con que mueren ellos; pues los apaches ríen y cantan en los últimos momentos para adquirir su mentida gloria, y nosotros aspiramos a la verdadera por medio del llanto y el arrepentimiento resultando que al paso que a ellos se animan y se envidian, los nuestros se abaten y se entristecen.

Tampoco pueden nuestros soldados sufrir la sed y el hambre con la misma constancia del indio, ni resistir con la misma indolencia la intemperie porque el distinto resguardo con que se crían los hace más sensibles y delicados».-

Las funciones que cumplían eran muchas: Protegían las misiones, las poblaciones y los caminos, escoltaban las caravanas de provisiones y el correo, cuidaban las manadas de caballada con que los presidios contaban, patrullaban por las grandes extensiones en busca de rastros de indios hostiles, etc.  Además, los soldados presidiales recibían merced de tierras para cultivo y ganadería, que los ayudaba a su sustento. De todas las anteriores, la función más relevante y que fue su razón de existir, fue la del combate a los indios.

Los indios del norte eran nómadas y no tenían un jefe común. Los soldados presidiales se enfrentaban a muchos grupos con jefes distintos que se movían por todo el territorio. Había que dominarlos a todos para lograr la pacificación de las provincias. Además, esos indios tenían un carácter difícil y eran muy violentos. Los que más problemas causaron fueron los terribles apaches.

El uniforme que utilizaban estaba mandado por el reglamento de 1772, que decía: «El vestuario de los soldados de presidio ha de ser uniforme en todos, y constará de una chupa corta de tripe, o paño azul, con una pequeña vuelta y collarín encarnado, calzón de tripe azul, capa de paño del mismo color, cartuchera, cuera y bandolera de gamuza, en la forma que actualmente las usan, y en la bandolera bordado el nombre del presidio, para que se distingan unos de otros, corbatín negro, sombrero, zapatos, y botines.»

Por la utilización de la cuera como uniforme, se les conoció también con el nombre “soldados de cuera” o dragones de cuera. Esta era un abrigo largo sin mangas, constituido por hasta 7 capas de piel, resistente a las flechas de los indios enemigos, que sustituyó a las corazas metálicas de la conquista. Al principio solo eran utilizadas por los oficiales, pero dado a su eficacia su uso se extendió a toda la tropa, llegando a ser parte del uniforme reglamentario. Como su peso llegaba a ser hasta de 10 kg., con el tiempo, el largo de la cuera que llegaba casi hasta las rodillas, se fue acortando hasta llegar solo a la cintura a modo de chaquetón. Generalmente era color blanco con el escudo español bordado en las bolsas. También se utilizó color piel. Las armas, eran una espada ancha, lanza, adarga, escopeta y pistolas, además el soldado debía contar con seis caballos, un potro y una mula. 

La adarga era un escudo en forma de dos círculos traslapados fabricado de piel, capaz de contener las flechas y los golpes de los indios. En su lugar se podía utilizar la rodela, también de piel, pero de forma circular. Tenía el escudo de España dibujado.

La bandera más utilizada en Coahuila por los soldados presidiales fue la Cruz de Borgoña. Fueron leales al Rey, combatieron las incursiones de los franceses, los anglos y los rusos, y su lealtad los llevó a combatir también contra los insurgentes. Participaron relevantemente en el prendimiento del cura Don Miguel Hidalgo en Bajan, en una época en que por varios años habían estado combatiendo con mucho éxito las incursiones de intrusos extranjeros en Texas. 

Estos hombres, junto con los indios y los misioneros, tuvieron parte muy relevante en la formación y desarrollo del estado de Coahuila, y son muchas las familias actuales que descienden de ellos. En los manuscritos de relatos de los siglos pasados se pueden encontrar los apellidos Ramón, Galán, Villarreal, Menchaca, Elizondo, Valdés, Garza, Múzquiz, Maldonado, Rodríguez, Gutiérrez, Burciaga, Cadena, Flores, Fuentes, Siller, Orozco, Delgado, etc., etc., que son muy comunes en la región.

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Contribución de: Luis Alfonso Valdés Blackaller, en colaboración con socios Arqueosaurios ~ Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapi O., Francisco Rocha Garza, Oscar Valdés Martin del Campo, Willem Veltman, Ramón Williamson Bosque.

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