Desde hace una semana mantienen envíos de cartas, escritas y digitales, son de Galeana, pero están más cerca de Saltillo, de donde lleguen los juguetes, son bienvenidos
Por: Ernesto Luna
La Prensa
Lo que más le gusta a Dylan del 25 de diciembre no son propiamente juguetes: él espera con emoción esa fecha porque en su comunidad, llamada Navidad, hacen una cabalgata.
“Hacen carreras de caballos, bailes y juegos”, dice el pequeño de 8 años, a quien le gustan tanto los caballos que su abuelo le regaló uno, que él cuida con cariño.
Al preguntarle qué le gustaría que Santa Clos le regale esta Navidad, el niño tiene tres deseos: canicas, porque disfruta pasar sus tardes jugando con estas esferas mágicas; un carro de control remoto que siempre ha querido y un suadero.
“Es eso que se pone abajo de la silla de montar”, explica, “para que no le raspe (la piel) al caballo”.
Dylan Torres Viera vive en este pequeño poblado ubicado a orilla de la autopista Matehuala-Monterrey, en Galeana, pero muy cercano a Saltillo.
Allí viven alrededor de 800 personas, cuyas principales fuentes de ingresos son el trabajo en el campo y el lavado de los tráileres que transitan por ahí.
Dylan va en tercer año de primaria; le gusta ir a la escuela: su materia favorita son las matemáticas y presume que ya sabe hacer divisiones de cinco cifras.
Su madre Teresa Viera se muestra muy orgullosa de su hijo mayor.
“Es muy tranquilo”, dice la mujer de 26 años, “en todo lo que le digo, me obedece. Cuando está enojado, sí se pone rebelde, pero ya nada más hablo con él y se controla”.
La gratitud sobresale en esta familia, El único ingreso en casa proviene del padre, Omar Torres, quien trabaja en un restaurante de la comunidad. Y aunque a veces el dinero no alcanza para satisfacer las necesidades de los niños, y mucho menos para cumplir sus deseos navideños, agradecen poder llevar alimento a la mesa.
“No nos falta la sopa y los huevos. No nos pagan mucho, pero tampoco nos falta”, dice Omar, quien agradece haber conseguido un empleo con mejores condiciones que las del campo, pues trabajó por años en el cultivo de la papa, calabaza y manzana.
Entre él y Teresa hacen sus esfuerzos para poder comprarles a sus hijos lo necesario.
Ella no pide obsequios para sus hijos, sabe que lo importante es que estén bien alimentados, abrigados y que puedan estudiar.
Dylan tiene un hermanito de 2 años, Eydan, que tiene una personalidad opuesta a la de él: ríe a carcajadas, grita de emoción y corre sin parar.
A pesar de sus diferencias, los dos son bastante unidos. El mayor cuida del menor, le enseña a jugar canicas y le tiene mucha paciencia.
“De Navidad”, dice Dylan, “le pido a Santa un caballo de juguete para mi hermanito”.