De la obra de José Manuel Luna Lastra (QEPD)
Parte 2 de 3
Don Juan Calderón era el agente oficial de publicaciones de Monclova, y a su botica se acudía para comprar los diarios de Monterrey o Torreón que llegaban con dos días de retraso. Asimismo, uno podía encontrar las revistas nacionales o extranjeras que por entonces circulaban, como Sucesos, Confidencias, Para Ti, Todo, Mañana, Pepín, Chamaco, Cartones, etc., por citar solo unos cuantos. Don Juan, padre de mi amigo Juan Jr., de quien valdría la pena hacer un artículo aparte, tenía algunos voceadores que llevaban las publicaciones por las calles de la población. De todos ellos recuerdo a uno que apodaban «El Dominico» que era un hombrecillo bajo de estatura y que según parece no tenía todas sus facultades mentales. Lo que más lo ponía fuera de si, era que lo llamaran por su apodo y cuando le preguntábamos si traía monitos (refiriéndonos a las revistas para niños), se arremangaba la camisa y nos mostraba una bola de tatuajes impresos en sus brazos.
Monclova tenía también sus tipos simpáticos, dicharacheros, amantes de las bromas y, sobre todo, muy populares. De esta especie destacó notablemente Lalo Barrera.
Lalo murió hace ya bastantes años y con él se fue una época en la que prácticamente todo el pueblo se conocía, época en la que los chismes, los rumores y las novedades corrían rápidamente entre los habitantes de la todavía pequeña población y en la que uno podía constatar el refrán que dice «Pueblo chico … infierno grande». Lalo era el bromista del pueblo que había pasado un tiempo en la cárcel, implicado en el crimen del no menos popular Inés González, de quién en otra ocasión habré de ocuparme. Núnca estuvo claro si Lalo participó en este delito, pero el caso es que lo mantuvieron a la sombra una temporada y cuando el se refería a esa temporada, hablaba de ella como sus años en «la secundaria». Peluquero de profesión, Lalo conocía a todo Monclova, ricos y pobres y siempre fue muy aceptado. Su peluquería que estuvo ubicada en diferentes locales, estaba siempre llena de clientes quienes más que nada acudían a escuchar las «puntadas» que se le ocurrían al genial Lalo. Sus bromas fueron famosas y pudieran llenar las páginas de un libro de regular tamaño. Gastaba su dinero pagando avisos en el periódico que eran una joya de ingenio como por ejemplo aquél que decía … «Se compran colas de rata para fundas de picahielo», o aquél otro más pesadito … «Se compran gatos a diez pesos cada uno» y enseguida ponía como «comprador» a la persona que iba a ser el objeto de su broma. Ese día la casa del pobre infeliz se llenaba de gatos de todos tipos.
A los chicos también les jugaba bromas. De vez en cuando ponía un aviso que decía: «Se compran hormigas a peso. Interesados acudir con Lalo Barrera.» Tan pronto corría la voz entre la chiquillería de que el peluquero compraría todas las hormigas que le llevaran, se desataba un verdadero safarí en busca de estos insectos que eran recolectados en frascos y luego presentados al comprador para su liquidación. Entonces Lalo muy circunspecto y con cara de muy conocedor, principiaba a practicar una selección de los pequeños insectos, diciendo «Hormiga … hormigo … hormigo … hormigo. Ten tu peso!”
Lalo era muy bueno para imitar a los vecinos sirios y libaneses que tenían fama de ser muy duros para gastar su dinero. En un tiempo su peluquería estuvo situada a media cuadra de la que en una esquina un «árabe» tenía una tienda de ropa y en la otra, había una famosa mueblería. Lalo sabía que el mueblero había estado tratando de vender al comerciante una de aquellas enormes y pesadas máquinas cajeras y un buen día que andaba de vena, se le ocurrió llamarle al mueblero imitando a la perfección la voz del «árabe», diciéndole que aceptaba por fin comprarle la máquina. El regocijo del mueblero fue indescriptible e inmediatamente tomó el armatroste y caminó cargándolo de esquina a esquina, hasta llegar con una gran sonrisa, ante la presencia del «árabe» quien de inmediato lo regresó con cajas destempladas, negando que él hubiera pedido el artefacto. El pobre, cansado y enojado mueblero, tuvo que transportar de regreso la registradora hasta su establecimiento, sudando la gota gorda, ante la mirada «inocente» de Lalo por cuya peluquería tuvo que pasar tanto de ida como de regreso. Pero eso no fue todo, ya que al poco rato el peluquero volvió a llamar al mueblero y fingiendo nuevamente la voz del «árabe», le pidió amplias disculpas, diciéndole que en el momento en que le había llevado el aparato, acababa de sufrir un gran disgusto y que por ese motivo lo había recibido de mala manera, pero que ahora si, estaba dispuesto a recibir la máquina. El mueblero aceptó sus disculpas, tomó nuevamente el aparato y lo llevó, sudando a mares, hasta el atónito comerciante. Es fácil suponer el lío que se armó, y ya nos podemos imaginar a Lalo revolcándose de risa al ver pasar nuevamente al pobre comerciante, rojo por esfuerzo y por el coraje.
Así se las gastaba Lalo que se divertía a costa de quien fuera. En ocasiones hacía una broma que le salía a la perfección. Cuando estaba rasurando a algún cliente a navaja libre, de repente y sin que el cliente se diera cuenta, se vaciaba en la boca un sobre de «Sal de uvas Picot» que producía una gran efervescencia, y con espuma en su rostro le decía al peluquero que lo acompañaba: «Fulanito, creo que me está dando el ataque». Imagínen el brinco que pegaba el aterrorizado cliente que tenía la navaja en su cuello.
Otra que no me resisto a contar es la siguiente: Lalo era muy amigo de don Alfonso Felán, el banquero de Monclova a quien sus cuates le decían «Canelo», y constantemente se la pasaban jugándose bromas. En una ocasión Lalo se enteró que don Alfonso iba a recibir un grupo de gente importante del banco a quienes debía tratar con mucha formalidad y cuando estaban celebrando su junta Lalo asomó su cabeza por una ventana y le grita a don Alfonso: «¡Canelo, dice Santiago que a qué hora le vas a capar al marrano!»
José M. Luna Lastra, 11 de marzo 2021
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Contribución de la obra de José Manuel Luna Lastra (QEPD), promovida por parte de sus amigos socios Arqueosaurios ~ Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapi O., Francisco Rocha Garza, Luis Alfonso Valdés Blackaller, Oscar Valdés Martin del Campo, Willem Veltman, y Ramón Williamson Bosque.
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