Por José Manuel Luna Lastra (QEPD)
Entre los que se quedaron para siempre en Monclova, puedo citar a varios y el primero que viene a mi memoria, es el señor Gordon Bennett Montgomery. El señor Bennett, entre otras cosas, fue un excelente fotógrafo, a quien le debemos la mayor parte del archivo fotográfico de AHMSA. Vino a Monclova después de haber recorrido todo el mundo. Fue un hombre lleno de una extensa cultura y una basta experiencia. Se casó aquí en México con la señorita Dorita de la Fuente y con ella procreó a sus hijos Gordon y Tracy. Recuerdo al señor Bennett como un buen hombre, amante de la natación, de la pintura y gran aficionado a explorar en busca de puntas de flecha con las que elaboraba bellas composiciones artísticas.
Yo solía acompañar al Cap. Alberto Yarza, piloto de AHMSA en sus vuelos a Monterrey o a Saltillo en aquellos preciosos aviones Beechcraft, y en una ocasión llegó por mí para llevar al señor Bennett a tomar algunas fotos aéreas de AHMSA y de Monclova. Cuando arribamos al aeropuerto el Capitán le quitó la puerta al aparato y me dijo que me subiera; después el señor Bennett se sentó en la puerta del avión con los pies en el aire y el Capitán lo amarró a las patas de los asientos con una soga… levantamos el vuelo y el señor Bennett con su gran cámara aferrada con ambas manos, tomó una serie de fotografías de Altos Hornos que todavía se conservan como algo muy valioso en los archivos de la compañía. No cabe duda de que era un hombre muy profesional y muy valiente.
Otro que también llegó para quedarse fue el señor Thomas Lash quien tenía a su cargo la tarea de rectificar los rodillos que se usaban para rolar la lámina en Altos Hornos. El señor Lash tuvo dos hijos en Estados Unidos cuyos nombres fueron Thomas y Robert (Bobby), este último mi gran amigo de la infancia que por fortuna todavía vive. Tom quizá enviudó, y en Monclova se casó nuevamente, ahora con la señorita Carmela Blackaller, con la que procreó otra familia encabezada por su estimado hijo Billy. Tom fue un hombre muy bueno, muy serio y muy casero que tenía tres aficiones: el beisbol, los rompecabezas y la aviación. Lo recuerdo enfundado en el uniforme del Club Deportivo Monclova como pitcher pero podía jugar otras posiciones. Quizá fue el primer jugador norteamericano que se vio por estas latitudes y de eso hace ya unos 75 años. Cuando uno entraba a su casa (y yo lo hacía muy seguido) lo primero que veía era una gran cantidad de cajas de cartón apiladas por todas partes; estas cajas contenían rompecabezas que el señor armaba pacientemente, en compañía de sus hijos. Creo que Tom debió ser piloto en los Estados Unidos pues sabía volar. Un día compró una avioneta con la que se entretenía surcando los cielos de Monclova, pero pronto intentó probar con otro aparato y se hizo de uno un poco raro, al que le llamaba «Sea Bee», o abeja de mar. Este avioncito que tenía el motor atrás de la cabina, tenía la particularidad de ser anfibio. Después de haber estado realizando numerosos vuelos de práctica Tom decidió que ya era hora de efectuar su primer amarizaje; se preparó lo mejor posible, invitó a sus amigos pilotos de los Estados Unidos para que presenciaran el acontecimiento y todos nos trasladamos a «Salinillas», lugar en donde habría de realizarse el evento. Estuvimos esperando impacientes la llegada del aparato hasta que alguien gritó «Allá viene»…. y efectivamente a lo lejos se principió a perfilar la figura del pequeño aparato que se acercaba para realizar su amarizaje. Todo salió bien; el aparato hizo contacto con el agua y se fue deslizando hasta donde lo esperábamos, pero en cuanto se detuvo, sucedió algo no previsto: empezó a hundirse! El pequeño hidroavión fue rescatado y traído hasta el aeropuerto de AHMSA y fue estacionado junto a la otra avioneta del señor Lash. Un día una tormenta que traía fuerte viento, se abatió sobre los aparatos, levantándolos para luego precipitarlos a tierra y de esta manera convertirlos en chatarra. Tom tuvo que recoger lo que quedó de los aviones llevándolos al patio de su casa donde permanecieron durante algunos años.
Hace algunos años murió el último de los sobrevivientes de aquél grupo de norteamericanos que vino a Monclova para ayudar en la operación de AHMSA; me refiero al señor Edward Conrad Roehll Jr. El señor Roehll nació en la ciudad de Dayton, Ohio en el año de 1927 y muy joven, apenas de 26 años, llegó a nuestra población para hacerse cargo de la jefatura del Laboratorio Metalúrgico, trabajo que realizó durante muchos años. El señor Roehll era químico de profesión, pero durante sus estudios recibió el título de Bachiller en Artes. Indudablemente que fue un hombre dueño de una amplia cultura, gran aficionado a la fotografía, realizador de excelentes trabajos que ahora pueden contemplarse en el Archivo Municipal de Monclova. Don Eduardo se casó con la señorita Elva de la Fuente, habiendo procreado una gran familia de los cuales Bebe es el mayor. Recuerdo con afecto a don Eduardo que fue perdiendo la vista poco a poco, pero que continuó saliendo a caminar con sus perros por las calles cercanas a su casa.
Desde luego que hubo más matrimonios de extranjeros con mexicanas, como por ejemplo el de Edward Sabatini con la Señorita Ramos, o el de James (Jimmy) Rose con su esposa Consuelo, pero de ellos no tengo mayor información. Entre los que vinieron y permanecieron solamente algunos años, podemos mencionar al Ing. Henry Tredwell Rudolf y su esposa Luella Anita Rudolf que venían de Philadelfia; al Ing. Roy P. Tooke y su señora Carrie H. Tooke, provenientes de la ciudad de Middletown, Ohio. Vinieron también el señor Guy G. Crupe, un mecánico procedente de una población llamada Wellsburg, con su esposa Margaret Crupe. También estuvieron por estas tierras los hermanos Hugh O. Robinson y Ores H. Robinson, el primero de ellos mecánico y el segundo, operador de molinos de laminación, ambos hombres mayores que venían de la ciudad de Birmingham.
Stanley Earl Armstrong fue uno de los más jóvenes que llegaron; él era un constructor que venía de Chicago y participó intensamente en los trabajos relacionados con su profesión. Otro personaje importante que llegó, fue el ingeniero civil Thomas L. Smyser. Tom tenía 60 años cuando vino a Monclova, pero ayudó notablemente en la construcción de AHMSA.
Para enseñar al personal mexicano el manejo de las calderas que se instalaron en la Planta de Fuerza No.1, llegaron Harry Morgan y el joven técnico William E. Straeger; el primero vino de San Luis, Mo. y el segundo de un pequeño pueblo llamado Lemay, también en el estado de Missouri. Vino también Donald Washbourn con su esposa y se instalaron en una gran casa construida sobre la Calle Hinojosa que era conocida como la «casa de las palmas». Don, como le decían sus amigos, era un hombre simpático, calvo, de mediana edad, dueño de un perrazo San Bernardo. Su casa tenía la particularidad de estar cercada con un alambre por el que fluía la energía eléctrica para que su perro no escapara.
Durante la década de los 1940’s, a partir de 1942, el flujo de norteamericanos a Monclova fue constante. Estos que he mencionado son tan solo unos de los pocos que recuerdo, pero hubo muchos más como Robert T. Reynolds, un comerciante de Tuckahal, N.Y., Donald C. Wimer, ingeniero de profesión que venía de un pueblo llamado Butler en Pensilvania, Fred H. Wueting, ingeniero de Chicago, Bill Ryan, electricista de Steubenville, Ohio, lugar de donde también llegó William K. Rollard. Llegaron así mismo, John J. Koebbe, un ingeniero de Cincinatti, Walter W. Thomas, ingeniero civil que venía de Carrolton, Mo., y Harold B. Royse, enviado por la compañía ARMCO International de Middletown, Ohio, para colaborar en la instalación de los sistemas administrativos de la nueva empresa que originalmente fueron copia casi exacta de los utilizados por dicha compañía.
La mayoría de estas personas que he mencionado, ha quedado sepultada en el olvido; nadie se acuerda de ellos. Las nuevas generaciones de Monclovenses ni se imaginan que existió esta importante corriente migratoria alguna vez en el pasado de su población. Sin embargo, en honor a la verdad y en justicia, a este grupo de hombres les debemos el «know how», el saber cómo operar todos aquellos equipos que se concentraron de buenas a primeras en nuestra población, y de los que no se tenía la menor idea de cómo manejarlos.
Ojalá que alguien cercano a nuestras autoridades municipales les proponga hacer un acto de justicia y a nombre del pueblo de Monclova, realice un homenaje que puede consistir en la develación de una placa que lleve el nombre de todos estos hombres con quien nuestra ciudad tiene una deuda pendiente.
José M. Luna Lastra, 4 febrero 2021
Contribución de la obra de José Manuel Luna Lastra (QEPD), promovida por parte de sus compañeros Arqueosaurios ~ Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapi O., Francisco Rocha Garza, Luis Alfonso Valdés Blackaller, Oscar Valdés Martin del Campo, Willem Veltman, y Ramón Williamson Bosque.
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