A 30 años del levantamiento del EZLN
La editorial Penguin Random House publica ‘Conversación en la montaña’ de Marta Durán de Huerta, un libro que contiene una charla con el subcomandante Marcos que nos recuerda la necesidad de movimientos como los del EZLN
Por Oswaldo Rojas
Excelsior
MÉXICO.- El primero de enero de 1994 el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se dio a conocer, día en el que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Su grito sonó fuerte y claro: justicia y reivindicación de los derechos de los pueblos indígenas de México.
Ese primero de enero el EZLN irrumpió en el escenario político nacional y con él lo hizo también el subcomandante Marcos, figura misteriosa que con su pasamontañas se volvió un ícono de la insurgencia indigenista. Tenía 37 años, hasta hace poco era un citadino, había estudiado filosofía y letras, y, cuando abrazó el zapatismo, se cambió el nombre.
Marcos es el nombre de un compañero que murió, y nosotros siempre tomábamos los nombres de los que morían, en esta idea de que uno no muere, sino que sigue en la lucha”.
Rafael Sebastián Guillén Vicente de nacimiento, subcomandante Marcos por decisión y comandante Galeano por convicción. Un hombre que en su multiplicidad se mantiene firme en sus principios.
Tres décadas después, la editorial Penguin Random House publicó Conversación en la montaña de Marta Durán de Huerta. El libro contiene una charla que la autora sostuvo con el subcomandante Marcos que nos recuerda la necesidad de movimientos como los del EZLN.
¿Cómo surge la oportunidad de entrevistarte con el subcomandante Marcos?
En el 94 un grupo de universitarios juntamos comida y medicinas para las comunidades indígenas que habían sido bombardeadas. Eran muchas porque el Ejército atacó parejo.
Cuando íbamos de regreso al camión, entre la maleza vi un puntito rojo que crecía, y me llegó un olor a vainilla. Ahí se nos apareció el subcomandante diciendo “buenas”. Se me paró el corazón, jamás pensé que lo veríamos.
¿El día que estuviste frente al subcomandante Marcos de qué hablaron?
Es muy bromista el subcomandante. Lo primero que le preguntamos fue ‘¿qué chingados haces aquí?’. Descubrimos que era una persona simpática, habla bajito, pero con una personalidad arrasadora.
Con el pasamontañas solo veíamos el bigote y los dientes cuando hablaba, pero sobretodo sus ojos; cuando sonreía se le veían las patas de gallo de una persona sincera. Y cuando se enojaba fulminaba con la mirada.
Esa noche nos habló de cuando llegó a la selva. De todo lo que vio, pero sobretodo de toda su ignorancia. Aprendió que las comunidades indígenas estaban muy bien organizadas, porque esa era la única forma de sobrevivir en ese lugar.
Tengo la impresión de que necesitaba hablar de su llegada a la selva con citadinos como él. Creo que se reflejó en nosotros: universitarios con buenas intenciones que querían ayudar y con mucha curiosidad. Nos contó lo difícil que fueron esos primeros días en la selva. Aprender el idioma, a caminar en la montaña y hasta a sentarse en un lugar donde no hay sillas. Nos dijo que la montaña te desnuda; si eres una persona generosa se nota en la montaña y si eres egoísta también.
Luego vino la nostalgia. Él nos preguntaba ‘¿oye todavía venden hamburguesas en la facultad? ¿Todavía están los tacos de División del Norte e Hidalgo? ¿Y los tacos de Cumbres de Maltrata?’.
Era un líder nato, pero no estaba allí como eso, sino como vocero, como un puente entre el mundo indígena y el mundo occidental. Su carisma era tan grande que la gente pensaba que él era el jefe.
Los análisis que hizo de la situación política fueron mejores que los que había leído en la universidad.
Han pasado 30 años desde esa charla. ¿Cómo ves al subcomandante ahora?
En el 94, a pocas semanas del levantamiento, él ya era mundialmente famoso. Pero nunca se puso como líder. Veo que eso sigue igual.
Al principio toda la prensa quería entrevistarlo, incluso cuando estaban los jefes del sub, el Comité Clandestino Revolucionario Indígena, nadie les hacía caso, lo cual era un insulto para la verdadera comandancia zapatista. Los medios buscaban al chistoso, al sexy, al encantador subcomandante Marcos. Por eso con el tiempo se fue alejando. Hasta se degradó y dejó de ser el subcomandante Marcos para ser el subcomandante Galeano y luego el capitán Marcos.
Esto es muy interesante porque todos los líderes políticos buscan conservar el poder, la simpatía y mantenerse bajo los reflectores.
El capitán Marcos ya no da entrevistas y si va a una fiesta se queda entre el público o detrás de bastidores. Con los años fue haciendo mutis.
En el libro dejas ver que el zapatismo es un movimiento progresista.
Hay que entender que los zapatistas estaban organizados desde 10 años antes de 94. Es decir, el movimiento tiene 40 años, pero nosotros los conocemos desde hace 30. Por eso desde un inicio tenían muy claro lo que no querían: no más racismo, clasismo, explotación, que les quitaran sus tierras y mucho menos su manera de organizarse.
Ellos querían sacudirse a los caciques, a las policías corruptas y a los militares.
La labor organizativa que tienen es impresionante porque los zapatistas pertenecen a diversos grupos étnicos y lingüísticos. Resulta que eso los ha fortalecido, mientras que en sociedades como la nuestra los lleva a la incomprensión.
El movimiento les devolvió la dignidad, el amor propio, el afecto a su persona como sujeto de derechos y el respeto a su cultura.
En sus comunidades está prohibidísimo el alcohol. Él me dijo que ‘tú no puedes organizar un levantamiento con un borracho que vaya y cuente los planes’. No hay adicciones en la selva ni entre los zapatistas.
Hoy en día se puede distinguir a una comunidad zapatista de otra que no lo es, porque en las primeras, los niños están en la escuela y en la segunda están trabajando. Además, en las comunidades zapatistas a los niños no se les pega.
Cambios como esos han permitido crear un tejido social sano.
Para las comunidades zapatistas el individuo es importante, pero es más importante la comunidad, porque sin ella no sobrevives. No hay un individualismo tan acrecentado como en Estados Unidos o las ciudades mexicanas donde es sinónimo de modernidad.
Por eso sus comunicados dicen: ‘Por mi voz habla el Ejército Zapatista’. Demuestra el consenso, no es la opinión de un líder, son las decisiones tomadas en asambleas.
¿Qué tanto se beneficiaron las mujeres con el movimiento?
Estas comunidades desde hacía tiempo eran conscientes de la situación de las mujeres. Por eso crearon la Ley Revolucionaria de Mujeres, que es anterior al levantamiento zapatista y es un salto de años luz para ellas.
En esas zonas las mujeres ya no son obligadas a casarse ni a ser mamás y ellas deciden cuantos hijos tener. Además, pueden heredar tierras, también aprendieron a leer y escribir, son promotoras de la salud e incluso tienen a sus propias periodistas.
En un principio esa ley solo se aplicaba al interior del zapatismo y por eso muchas jóvenes huyeron de matrimonios forzados y se unieron al Ejército, donde obtuvieron respeto pleno. Entrevisté a varias en el 94. Una me dijo que la querían agarrar, así le dicen en la selva a casar a una mujer a la fuerza, y por eso se fue con los zapatistas y ‘si alguien me quiere pegar le meto un balazo’. Había muchachas muy maltratadas.
Con el tiempo la Ley Revolucionaria de Mujeres se aplicó a todas las zonas zapatistas y ejercieron derechos que están en nuestra constitución. También a ellas el movimiento les restituyó la dignidad.
¿Qué violencias enfrentaron en el 94?
Hay un ejemplo clarísimo. El entonces gobernador de Chiapas Absalón Castellanos era famoso por subir a los campesinos a un helicóptero y desde ahí dejarlos caer en medio de su comunidad como mensaje.
Pero las condiciones de miseria absoluta son las que llevaron a la confrontación. Ellos decían:
Es más digno morir por una bala que morir de diarrea”.
Una vez que dieron el manotazo en la mesa el primero de enero de 1994 fueron asediados. Una situación que llevaría a la masacre de Acteal. Aunque oficialmente los combates duraron solo 12 días las acciones en su contra siguieron.
Para su sorpresa el Ejército no los aniquiló porque la sociedad desarticuló la guerra. Nadie quería un conflicto como en Guatemala o El Salvador. Por eso el gobierno prefirió desarrollar una campaña negra contra ellos: la guerra sucia.
Les funcionó por un tiempo, pero como los zapatistas no matan, no secuestran, no ponen bombas y no hacen terrorismo, ganaron legitimidad entre la sociedad. Imagínate, en lugar de atacar organizaban fiestas con marimba y tamales y partidos de futbol. Incluso fueron visitados por personajes como Susan Sontag y la banda Café Tacvba. Fue un carnaval.
¿Actualmente cómo está el movimiento?
Hay quienes dejaron de ser zapatistas, que prefirieron recibir la ayuda institucional. Para ellos es regla de oro que si tú aceptas dinero del gobierno quedas fuera. Por eso comunidades que eran zapatistas hace 30 años ahora no lo son, pero hay otras que se han sumado. Van cambiando su zona de influencia.
Lo más importante es que ahora están bajo el fuego cruzado del cártel Jalisco Nueva Generación que quiere arrebatarle poder al cártel de Sinaloa. Por cuestiones de seguridad interrumpieron sus actividades; algunos centros culturales y juntas de gobierno están cerradas y se replegaron a la selva.
Físicamente están replegados, pero ya sembraron una semilla que ha germinado en muchos sentidos. No solo en Chiapas y en movimientos de izquierda no partidista, sino también en principios de justicia social en contra del imperialismo, racismo y clasismo. Para las élites fueron un peligro porque se convirtieron en un ejemplo a seguir.
No son los mismos indígenas de hace 50 años, no son mansos, no bajan la vista ni ponen la otra mejilla. Estoy convencida de que si mañana deciden desintegrar el movimiento zapatista todas las cosas buenas que generaron continuarían.