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Amor sin fronteras ni géneros: así son las historias de las personas LGBT+

Amor sin fronteras ni géneros: así son las historias de las personas LGBT+

Por Milenio

La Prensa

Cada 28 de junio se conmemora el Día del Orgullo LGBT+ y cada persona que pertenece a la comunidad ha encontrado su forma de celebrarlo a través de los años.

Actualmente, en México y en diversas partes del mundo se realiza una marcha, donde asisten personas con todo tipo de orientación, expresión e identidad de género.

Sin embargo, esto no ha sido así todos los años. Brenda Chávez y Carolina E. Alonso, de 33 y 38 años respectivamente, quienes ahora son esposas, recuerdan que, cuando ellas eran adolescentes, ‘salir del clóset’ fue complicado.

«Nunca sentí atracción por los hombres, siempre me sentí más cómoda estando con mujeres, pero no había ningún tipo de deseo o atracción romántica o sexual. Pero a los 12 ya empecé a sentir que me gustaban las mujeres y después, como a los 14 tuve novio, yo vivía en una ciudad muy pequeña en Hidalgo. Era raro, nunca me sentí plena o feliz, y como a los 16, ya acepté que me gustan las mujeres.

«Le dije a mis amigos: ‘Soy lesbiana’, pero nunca había experimentado nada. Y en una ocasión una chica, de broma, dijo: ‘No es cierto. A ver, bésame’ y ya entonces supe que sí, era lesbiana», contó Brenda.

En ese tiempo, Carolina vivía en la frontera entre México y Estados Unidos, en Tamaulipas y el sur de Texas. Cuenta que a los 14 años empezó a pensar que no le interesaba tener novio, como a sus amigas.

«Fue difícil para mí porque la cultura y el contexto católico de la familia, a pesar de que no había comentarios homofóbicos, tampoco se hablaba del tema. Si algún momento llegaba a pensar: ‘¿Y si me gustan las mujeres?’, automáticamente era como: ‘No, no, no’.

«Entonces hasta los 15 años tuve mi primera novia, pero todo era muy dramático. Fue muy difícil para mí porque yo no me aceptaba a mí misma por el contexto familiar, mi mamá no lo tomó nada bien, entonces yo salí del clóset con mis amigas y después volví a entrar, porque había mucho rechazo cultural.

«No fue hasta que me salí de ese espacio, que me mudé a una ciudad más grande, a Houston, que pude sentirme más segura de quién era e identificarme más como lesbiana».

En el caso de Nancy Bonilla, quien actualmente se identifica como cíborg no binaria, fue incluso más complicado decirle a las personas de su entorno que su identidad era distinta.

Cuenta que desde que tenía cinco o seis años sabía que era una persona que fluía entre lo que se conoce como masculino y femenino, sin embargo, cuando leyó el Manifiesto cíborg, escrito por Donna Haraway, descubrió el término que la hacía sentir más cómoda.

«En un momento descubrí el Manifiesto cíborg y me pareció un punto de vista muy bonito para plantearme desde ahí y generar mis ideas. (…) Me nombré como lesbiana política desde 2011 y aún en 2015 lo hacía para visibilizar ciertos derechos en Baja California», explica.

Desde entonces, a Nancy le tocó compartir su experiencia e identidad en diversos espacios y dice que en muchas ocasiones algunas personas trans, por desgracia, «se burlaron de mí y les sorprendió que yo me identificara como una persona que no era ni hombre ni mujer».

«Pero la empatía la encontré con Meritxell (su compañera de vida), ella es abogada feminista, es una jurista fregona y es pansexual. Y ya tenemos 14 años juntas, cambiando legislativamente los derechos de las mujeres en Baja California», explicó.

‘Machorras’ que viven ‘en una fase’

Una de las violencias a las que se enfrentan las mujeres que se autorreconocen como parte de la comunidad LGBT+ son los estereotipos.

Brenda, Carolina y Nancy reconocen que, entre ellos, está el ser nombradas machorras, es decir, aquellas mujeres a las que se les atribuyen rasgos y características asociados a lo masculino.

«En mi pueblo siempre estuvo también todo el estigma de que las lesbianas son las machorras, pero para mí fue diferente porque yo, cuando me reconocí como lesbiana, no me importó nada. Y estuve unos años viviendo así: sin decirle a mis papás, y todos en la escuela sabían, mis amigos sabían, pero a mis papás no les había dicho nada», cuenta Brenda.

Carolina añade que vivió «microagresiones», como la invalidación de su identidad de género o frases como «se te va a pasar».

«Desde no validar mi identidad, con el: ‘No pareces lesbiana’, ‘¿Estás segura?’ o ‘Bueno, es una fase’, hasta cuando estaba con grupos más grandes de amistades en lugares públicos, pues los gritos o cosas despectivas».

«Yo también viví el: ‘Se te va a pasar’, o el clásico: ‘Es que no has conocido al hombre que te quite lo lesbiana'», dice Brenda. «Y creo que también la homofobia internalizada por el contexto. Por ejemplo, si yo estaba con mis amigas en los vestidores y se cambiaba una, yo sola me volteaba y decía: ‘Ay, no vaya a pensar que me gusta’.

«Alguien de mi familia en algún momento, cuando en un programa de televisión muy viejito pasó a dos mujeres besándose, una persona dijo: ‘Qué asco que se estén besando dos mujeres’ y yo estaba ahí, te hace sentir agredido», cuenta.

Todos los derechos, pero no todas las personas

El 21 de diciembre de 2009 la asamblea legislativa de la ahora Ciudad de México aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo. Con ello, se abrió una oportunidad para aquellas niñas disidentas que nunca imaginaron vivir experiencias como una boda.

Cuando Nancy se quiso casar con su compañera de vida Merixtell, pensó en viajar a la capital del país, ya que tenían los recursos. Sin embargo, decidieron no hacerlo y, en cambio, luchar por que en Baja California, de donde son residentes, fuese posible contraerlo.

En contraste, Brenda y Carolina se hicieron esposas un año después de conocerse, en diciembre de 2020, en Colorado, Estados Unidos, donde ya era legal también y en el lugar donde viven actualmente.

Ambas historias quedaron atravesadas por la pandemia del covid-19 que se vivía en ese momento.

«Nos conocimos en diciembre y en marzo ella ya estaba viajando a Texas. Mis papás me llevaron a Reynosa para recogerla en el aeropuerto y me habla mi tía y me dice que iban a cerrar los puentes por la pandemia, entonces cruzamos y ese mismo día en la noche cerraron para quienes no eran residentes ni ciudadanos estadunidenses.

«(Brenda) se mudó aquí sin conocer el pueblo y nos casamos en diciembre de 2020. Yo trabajo en una universidad y en ese tiempo yo vivía ahí; nos casamos ahí en una montaña, al lado de una capilla, viendo al pueblo, todos afuera y con cubrebocas porque era tiempo de covid… Y ya pasaron tres años y medio», relató Caro.

Las tres coinciden en que nunca pensaron que fuese posible contraer matrimonio con otra mujer.

«Aún hay muchas cosas que se tienen que trabajar, pero yo, en mi caso particular, nunca me imaginé que me iba a poder casar, que le iba a decir a mi abuelita que ella (Brenda) era ‘mi esposa’. Mi abuelo me decía ‘Salúdeme a su señora’. Jamás pensé en eso como una posibilidad», dijo Carolina.

«Yo recuerdo dónde estaba en el momento donde se aprobó el matrimonio del mismo sexo en todo el país (en Estados Unidos) y era un mapa que decía It’s the law of the land, nadie te podía negar el matrimonio».

Buscando un desgénero, no un ‘degenere’

Con sus vivencias y el simple hecho de resistir, ellas trazan un camino que rompe con la heteronorma y con un sistema que les dijo constantemente que ser como son estaba «mal».

«Y busco un desgénero, no un degenere, o sea, quitarle género y estereotipo a la vida y en eso estamos. (…) Sigan viviendo, resistiendo, disfruten el presente que tienen, sean empáticos y empáticas; me gustaría decir que esto se pone mejor, pero, como dice Simone de Beauvoir, los derechos nos los pueden quitar en un abrir y cerrar de ojos. Una cosa que debemos tener bien clara.

«Estamos más allá del derecho, diría Judith Butler. Sí es importante la legislación y que todo esté en la ley, sin embargo, a veces esa es la paradoja del lenguaje, entre más queremos identificar, menos identificamos, por ejemplo, yo ya era cíborg cuando apenas podía nombrarme lesbiana.

«Entonces, hay que seguir aprendiendo, conociendo y evitar quedarse con una sola idea», dice Nancy.

¿Orgullo de qué?

Por su parte, Brenda y Carolina celebran el Día del Orgullo LGBT+ reflexionando acerca de sus experiencias.

«Yo solo espero que esta historia sirva como inspiración para cualquier persona, que pueda ser quien es de manera libre», dice Brenda.

«Para mí este día y mes es motivo de celebración y al mismo tiempo es de reflexión y de mantener la lucha desde donde cada quien pueda. Hay que reconocer el gran impacto que se ha tenido, pero también todo lo que nos falta.

«Somos de las que aún llevan la bandera, pero no es solo para nosotras, es que si alguien más lo ve, se reconoce y te hace sentir parte de algo más grande y que la otra persona puede sentirse en un lugar seguro», dijo Carolina.

​Por ello, escribió Juego peligroso: historias de lucha y diversidad en el futbol femenil mexicano, un libro que habla sobre la importancia de la representación LGBT+ de las futbolistas en México. Será publicado a finales de 2024 por la editorial académica Peter Lang.

«El fut femenil ha logrado tanto y haciendo tanto, no solo por la equidad, sino también por la comunidad».

Finalmente, Nancy cíborg recuerda la importancia de trasmitir esta representación a todas las generaciones venideras.

«Hace unos años éramos 50 personas marchando, hoy ya son 5 mil. Las chavitas que antes veíamos ahora son las que dirigen la marcha. Hay que tener consciencia de que aún hay mucho por hacer y, sin embargo, disfrutar lo que hemos logrado cambiar. Hay cosas que nos fallan, hay rezago cultura, pero sí estoy orgullosa de ser una persona lesbiana y cíborg».

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