Un planeta devastado.
Ignacio Moreira Loera
Instagram: @thewaxwing1
Desde hace ya varias décadas ha quedado confirmada, a pesar del absurdo discurso de actores políticos y negacionistas, una verdad absoluta: el ser humano es el culpable del deterioro ambiental y de la rápida aceleración del cambio climático.
En 1972, durante la Primera Cumbre para la Tierra en Estocolmo, Suecia, se presentó por primera vez, ante los países de las Naciones Unidas, la problemática del cambio climático y sus efectos devastadores para el planeta tierra y la supervivencia humana. Desde entonces, aproximadamente el 69% de los mamíferos, anfibios, peces, aves y reptiles ha desaparecido (Living Planet Index), se han deforestado alrededor de 328 millones de hectáreas de bosque tropical (Williams, 2006) y la temperatura promedio de la superficie planetaria ha aumentado 1.18 C° por encima de la media del siglo XX (1901-2000).
En este artículo, no busco dar mi opinión, sino plasmar, a partir de datos científicos, el deterioro ambiental que hemos ocasionado a la tierra y sus ecosistemas, de los cuales dependemos para sobrevivir, tanto nosotros, como todos los seres vivos que habitan en ella.
En la actualidad, el humano ha impactado y transformado negativamente el 75% de la superficie de la tierra y el 66% del área marina global. El 85% de todos los humedales del mundo y el 14% de los arrecifes de coral han desaparecido. Del 2014 al 2017, el blanqueamiento del coral derivado del incremento de las temperaturas oceánicas afectó a más del 75% de los arrecifes del mundo.
Hoy en día, se calcula que la tasa de extinción antrópica —aquella producida por la actividad humana— es cientos, si no es que miles de veces mayor a la tasa de extinción natural; esto quiere decir que, debido a la acción humana, las especies se extinguen mucho más rápido de lo que naturalmente lo harían. Se estima que alrededor del 42% de los invertebrados terrestres, el 25% de los invertebrados marinos y el 34% de los invertebrados de agua dulce se encuentran en riesgo de extinción (Carabias, J., & Pisanty, I. (2023)). El 41% de los anfibios, 34% de las coníferas, el 24% de los mamíferos y el 12% de todas las especies de aves se ven amenazadas con extinguirse.
Como hemos dejado en claro anteriormente, no hay ecosistema terrestre que se salve de la mano destructora del Homo sapiens; en solo cinco años, del 2010 al 2015, en el planeta se deforestaron 32 millones de hectáreas de selva tropical, superficie equivalente al tamaño de naciones como Italia, Nueva Zelanda o Finlandia. Hemos, hasta el día de hoy, afectado tres cuartas partes de la superficie terrestre y deforestado, con fines agropecuarios, un tercio de la misma.
En México, el deterioro ambiental arrasa con la vida silvestre. Nuestro país tiene una de las tasas más altas de deforestación en el mundo. Se estima que, en tan solo 20 años, ha perdido 736 000 hectáreas de bosque primario, el equivalente a 5 veces la superficie de la Ciudad de México. Uno de los ejemplos más aterradores de la deforestación en nuestro país tuvo lugar al término de los años sesenta y a lo largo de la década de los setenta del siglo XX, periodo en el cual de 12 millones de hectáreas de selva tropical húmeda originaria, 11 millones (91.67%) fueron completamente deforestadas.
Resulta imposible, en la limitada extensión de este artículo, hacer un recuento del inmenso daño que hemos infligido al medio ambiente, más aún explorar las consecuencias negativas actuales y futuras que, derivadas de nuestras acciones e incomprensible ambición e indiferencia, padece y padecerá todo organismo en la tierra, incluyéndonos a nosotros mismos. Por lo tanto, postergaremos esta tarea para futuras oportunidades.