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1911 ~ CARTAS DE FAMILIARES EN EL EXILIO (parte 1 de 2)

1911 ~ CARTAS DE FAMILIARES EN EL EXILIO (parte 1 de 2)

Borrador original: Ramón Williamson Bosque (2001) / adecuación: Willem Veltman

1910 – La Revolución Mexicana. La mayor parte de los ensayos sobre el período revolucionario han enfocado sus investigaciones sobre figuras políticas o militares, o bien, sobre acciones bélicas en las que se enfrentaron ejércitos defensores de esta causa; pero pocos han considerado las aflicciones de la población civil que no entró al campo de batalla, y, no obstante, padeció las tribulaciones de ese trance histórico.

Por ejemplo, por escritos sabemos de los estados anímicos vividos por mis abuelos maternos Ramón Bosque Treviño y Pilar Ballesteros, en los años de la Revolución, cuando al inicio de la misma tenían 4 hijas: Carmelita, Eva, Francisca, y Teresita Bosque Ballesteros.

La tía Eva relataba que su padre estaba en la ciudad de México, cuando estalló el movimiento revolucionario, y de regreso a Monclova, en el tren en que viajaba, se comprometió a asesorar legalmente al ejército de Francisco Villa. Tan pronto llegó a su destino, los enemigos que tenía en la localidad empezaron a llamarlo “Chacal”, mote despectivo aplicado a los villistas, pero con tanta insistencia y encono, que tuvo que dejar a su esposa e hijas en Monclova, e irse a Allende, Coahuila, de donde era originario y radicaban sus padres. Ellos lo asilaron en un rancho cercano a esa población.

Años antes, Ramón Bosque había tenido el cargo de Juez en Piedras Negras, y ahí le había tocado enjuiciar por un delito a Francisco Murguía. Este con el tiempo llegó a ser General Constitucionalista, y ya con fuero de la milicia buscaba vengar aquel juicio en su contra. Inclusive, Murguía martirizó a algunos amigos fieles del abuelo, como el señor Próspero Hernández, quien padeció el tormento de ser colgado de un árbol, amarrado de los dedos pulgares de la mano, para que confesara el paradero de Ramón Bosque, pero el señor Hernández no hizo declaración alguna.

Al rancho donde se asilaba mi abuelo Ramón llegó un joven a caballo, quien lo advirtió que su vida peligraba, y ofreció guiarlo para que saliera del país. Ambos emprendieron un penoso peregrinar por terrenos agrestes, hasta que pudieron llegar a Texas, donde se quedó el abuelo.

Gracias al Dr. Bartolomé, el tío Lolo, llegó a mis manos una colección de cartas familiares, las cuales muestran las congojas que pasó mi abuelo Ramón cuando estuvo expatriado. En una de esas cartas su hermana Manuela le escribió desde Allende, Coahuila, a Eagle Pass, Texas, el 18 de noviembre de 1912, diciéndole: “No te puedes figurar en los trances tan tristes que nos ha tocado; el pobre Simón (hermano) con las 5 criaturas de tos ferina. La chiquita de pecho con ataques, es muy probable que se muera. La niña mía se escapó de morir de bronquitis, y lo más triste, lo que nos ha quebrado el alma, es Toña (hermana) que antenoche cuando estábamos ya todos acostados, ella tiró el grito “¡Mamacita de mi vida, me estoy muriendo, mándame traer a Arturo (su marido)!” Enseguida corrió a donde estaba Mamá llevando un trapo en la boca lleno de sangre, pues por un exceso de tos se le vino la basca de sangre; Mamá la consoló como pudo, y papá bromeaba con ella, pues no durmió toda esa noche. Ayer, al acostarse, le repitió la tos y la basca, como la mitad de la bacinilla grande. Se limpiaba la boca y se le venía por la nariz, luego se secaba la nariz y brotaba por la boca, inmediatamente fueron a traer al doctor. Apenas se le había detenido la basca a Toña, cuando Lilia (su hija) se paró derecha y dio el cuartazo en el suelo con el ataque; se puso horrible, sin poderla mover entre Mamá y Juana; Papá no pudo ayudarles porque tenía días de estar muy malo de un dolor en la cintura, y le acaban de poner unas ventosas y parches fibrosos. Ahora tienen al pobre de papá que no haya que hacer, a mamá y todos nomás llorando y apretándonos las manos.”

Un mes después, Ramón Bosque recibió la noticia de la muerte de su hija mayor, Carmelita, de 7 años. Al día siguiente, 20 de diciembre de 1912, le envió una carta a la abuela Pilar, en la que le decía: “Pila, a ti tres veces santa, a Tuta y María, mis queridas hermanitas (cuñadas) tres veces mártires, van mis lágrimas y mi intensísimo dolor que se está atenuando por milagro de la Divina Providencia. Recibí la carta de casa, donde venía tu telegrama, el mensaje de tu papá y la tarjeta luctuosa, que fue la que más me llamó la atención y leí primero. Después de eso, sentí como si el mundo se desplomara sobre mí, me vine al cuarto en el estado que ya te has de imaginar, con el corazón sangrando, me encerré a piedra y lodo, di rienda suelta a mi dolor que hacía más intenso al considerar el tuyo y el de mis hermanitas; toda la tarde estuve encerrado y apurando la amarguísima hiel de mi desgracia, sintiendo mil muertes al considerar el estado delicado de mis otras hijas. La tarde de ayer ha sido el calvario más doloroso de toda mi vida, y hasta me parece imposible no haber muerto o no haber encanecido completamente. Sufrir solo, aislado, sin una voz amiga que nos consuele, sin un afecto que sufra con nosotros, es sufrir doble dolor.”

No hubo pronta respuesta a su carta, y el abuelo Ramón, angustiado por la falta de noticias del hogar, 6 días después escribió nuevamente a su esposa: “Pila, te he escrito 2 cartas después que la niña murió, y de ninguna he tenido contestación. ¿Qué pasa? Considera que es un martirio dolorosísimo estar sin noticias de ustedes, sabiendo que mis hijas están enfermas. ¿Les pasó algo a ellas? ¿Por qué no me lo dicen? ¿Estás tú enferma? ¿Por qué me dejan en la duda? No seas ingrata, dame razón de tu salud y la de mis hijas, por lo menos cada 2 días. ¿Acaso ahora me ha caído una nueva desgracia? ¡Díganmela!, para apurar toda la hiel que Dios me tenga destinada, pero no me mates con esta incertidumbre.” En esta misma misiva redactó una parte a sus cuñadas, suplicándoles: “Hermanitas, si quieren hacerme el favor de prestarle a Pila unos 10 o 15 centavos, para que compre unas tarjetas postales y me pueda dar razón de mis hijas, en cualquiera que sea su estado, cada 2 días cuando menos.” En el reverso de la misma se dirigió a Don Indalecio Ballesteros, su suegro, expresando: “Estimado Padre. Verdadera extrañeza me ha causado el no recibir carta de usted. Pues si Pila se descuida algunas veces, usted nunca lo hace. ¿Qué pasa? Me mata la duda, y por lo tanto le ruego escribirme a vuelta de correo, y darme razón de ustedes y mis hijitas.” En efecto, Francisca, la hija tercera enfermó y en pocos días murió. Este suceso hizo que el abuelo Ramón regresara a Monclova inmediatamente, aunque en forma clandestina.  …….

(a continuarse la próxima semana, en parte 2)

Por Willem Veltman, con apoyo de socios Arqueosaurios A.C. (1997) ~ Luis Alonso Armendáriz Otzuka, Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapi O., José Manuel Luna Lastra (QEPD 2022), Francisco Rocha Garza, Luis Alfonso Valdés Blackaller, Oscar Valdés Martin del Campo, y Ramón Williamson Bosque.

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