El sol le da en la cara y, desde una terraza, ella hace lo posible para evitarlo. La conversación con Karla Sofía Gascón (Madrid, 1972) comienza como si retomáramos una charla de café que habíamos dejado pendiente. “Soy una afortunada, lo confieso, porque tengo esa capacidad de interpretar a los dos, sin que se pierda la esencia [más adelante profundizará en esta dualidad]. Agradezco el regalo del director, Jacques Audiard, con Emilia Pérez, porque pude meterme en la piel de un personaje y saltar al otro. Dos personajes que no tienen nada que ver conmigo. Ha sido un proceso largo, que además requirió retos físicos”. Su agenda no para: giras de prensa, llamadas que conectan con cualquier huso horario y cómo no, una buena dosis de alfombras rojas y estrenos que cruzan el Atlántico.
Gascón viene de ganar el premio a la Mejor Actriz en el Festival de Cannes 2024, y de dedicar la victoria a “todas las personas trans que estamos sufriendo todos los malditos días, el odio y que nos denigren”. Su nombre suena como un golpe rotundo entre las próximas nominaciones de la Academia. “Cuando llevaba fotos a los castings, con 17 años, una vez me dijeron que quizás en otra vida podría dedicarme a esto”, comenta. Y fue su persistencia lo que le permitió ahorrarse una reencarnación.
Emilia Pérez, la película de Audiard –famoso por esa mezcla de documentalismo, crítica social y argumentos que destrozan lo convencional– también es un retrato del México de hoy, así que de seguro levantará varias polémicas tras su estreno en Netflix. Zoe Saldaña es la coprotagonista, junto a Selena Gomez y la mexicana Adriana Paz, (con quienes compartió la palma). Y puede que parezca contradictorio, pero Emilia Pérez es un musical digno de Hollywood, que bien podría ser entendido como una ópera dividida en actos, en donde Karla lleva la batuta hasta las últimas consecuencias del drama. Incluso en los momentos más sombríos, brilla el vestuario de Anthony Vaccarello (la cinta es una coproducción de Saint Laurent), y cuesta no pensar en todas las horas de preparación que ella tuvo que enfrentar.
“Interpreto a un personaje desde una etapa muy diferente, desde que empieza su búsqueda, hasta llegar a lo último. Son fases muy distintas. Ellos no tienen que ver conmigo. Fue un proceso muy largo. Son dos personajes que pocas veces alguien tiene la posibilidad de interpretar y que además requieren retos, mentales y físicos”, revela Gascón. En la dualidad de esta historia, los retos van más allá de la caracterización, también responden a desafíos internos. “Ha sido más difícil ponerme el papel de Emilia Pérez que en el de Manitas [un oscuro lord de la droga]. La parte masculina me permitía mayor libertad porque no me preocupaba de lo exterior. En cambio, las mujeres estamos mucho más condicionadas socialmente. En el set tenía discusiones con el equipo de maquillaje porque ellos querían una Emilia perfecta y Emilia también quería ser perfecta en la historia. Ponerme en su piel requería un corsé, ropa ceñida, zapatos de tacón, el cabello perfectamente arreglado. Manitas no necesitaba nada de eso”.
Pero al final del camino todo se centra en encontrar una doble voz propia: “Me encanta el mundo del doblaje, al momento de pensar en las caracterizaciones veía fotos, vestuarios, y encontré la voz de Manitas en una mezcla de Sylvester Stallone y Marlon Brando, que permitió que aquello no sonara como un chiste. Con Emilia puse el énfasis en el acento norteño de México, y me basé en Catherine Deneuve y algo de Samantha Fox. A Audiard no le gustaba que lo dijera en público, pero a ti te lo digo: tiene mucho del cabello de Deneuve”.
Llevar el ritmo de una película que parece que te arrolla, como el éxito en Hollywood, requiere disciplina. Karla Sofía Gascón me explica que lo ha aprendido del pasado: “Con 52 años, ni los triunfos ni los fracasos me mueven el piso. Siento que estos conceptos no existen; solo hay una noción de lo que creemos sentir. Creo en las reafirmaciones. Emilia Pérez me ha confirmado que no importa lo que sufras, allí a donde vayas, tú eres quien realmente te acompañas. He pasado por momentos muy, muy difíciles en los que pensé en acabarlo todo, pero siempre hay una luz. En el proceso me he convertido en una Joker de la vida real, pero en el buen sentido, he superado las ofensas, las burlas y he creado una revolución positiva. En los mayores sufrimientos es donde encontramos la mejor oportunidad de crecer. El Guernica y Hamlet me lo demuestran”.
El tipo de dolor que plantea esta película también cala profundamente en la esencia del país en donde ella desarrolló gran parte de su carrera. “México es un lugar que adoro. Un pueblo abierto, con ganas de crecer. Tengo amigos maravillosos, eso sí, pero la gente que no soporta que seas libre o feliz, a esos no los tomo en cuenta. Con la temática de la película y el tema de los desaparecidos, debo recordar que en España también tenemos a gente en las cunetas y a víctimas de la Guerra Civil que aún buscan a sus familiares. Hay historias que nos tocan profundamente”.
La fama mundial le ha permitido poner en perspectiva lo esencial: “Mi hija es lo mejor que me ha pasado en la vida: disfruto cada momento con ella. Su otra madre y yo hemos hecho un gran trabajo. Esta ha sido una gira demandante, así que me despierto a la hora que puedo. Eso sí, duermo como si no hubiera un mañana. Hay un run run constante en mi mente. Al final todo lo veo como un juego, desde arriba, para no caer en la fina línea en la que el sueño se vuelve pesadilla”. La clave, al parecer, está en saber bien quién eres: “Soy un ser humano, intento hacer las cosas lo mejor que puedo. Quizás sea la primera vez que me veo en la pantalla y no tengo nada malo que decirme o reprocharme”.
Esa reconciliación tiene que ver con el crecimiento: “Hace poco lo hablaba con mi agente de Estados Unidos, él obviamente quería que hablara con nuevas personas e hiciera conexiones y en ese momento fui consciente de todo. Me encuentro en un camino tremendo, más allá de los estrenos, de Cannes, de lo que venga, ahora me mantengo aterrizada. Por primera vez no se me mueve el piso, ni tampoco me dejo caer por todo lo que pasa a mi alrededor. Se siente maravilloso. Antes había una cosa en mí que me hacía rechazar los trabajos, o que luego de entregarme en una producción me hacía cuestionarlo todo. En el pasado me detenía a ver en dónde estaba el fallo, comenzaba mi mente a girar en círculos, dándome rienda suelta para decir cosas en mi contra, para decirme ‘esto pudo salir mejor’. Esta vez no tengo críticas y eso es muy bonito”.
En ocasiones hay una canción que se reproduce de la nada, una frase al aire que dice un desconocido en una llamada telefónica ajena, o ese anuncio a punto de caerse por la lluvia torrencial. Todos necesitamos algunas señales para cambiar el curso, para redirigir esfuerzos y para encontrar nuestra misión en esta vida. Para Karla Sofía Gascón, el llamado llegó a través del budismo Nichiren y el canto en japonés del nam-myoho-renge-kyo. Más allá de los momentos difíciles, ahora la iluminación es una posibilidad certera. Se trata de un asunto de talentos y el nuevo poder que ahora tiene en sus manos, como si fuese una hoja fresca de loto. “Podría haberme quedado con las limitaciones de pensamiento del barrio obrero de la periferia de Madrid, en el que crecí; pero siempre supe que había algo dentro que necesitaba evolucionar”. Este cambio llegó con la actuación y se cristalizó con el autoconocimiento.
