China ha declarado oficialmente el estado de emergencia en respuesta a una epidemia desbordante que involucra varios virus, incluyendo la Influenza A, el HMPV (virus metapneumovirus humano), el COVID-19, y otros patógenos respiratorios. Los hospitales y crematorios en diversas regiones del país, especialmente en las provincias de Zhejiang y Hunan, se encuentran colapsados debido al creciente número de pacientes y víctimas fatales.
En las últimas semanas, los informes de médicos y expertos sanitarios han señalado un aumento alarmante en las muertes súbitas, especialmente entre personas de 40 a 80 años. A estas muertes inexplicables se suman los casos de «pulmón blanco», una condición grave que afecta a los pulmones, generando preocupación por su rápida expansión y el desconocimiento aún sobre sus causas exactas.
La situación sanitaria ha empeorado a medida que las infecciones respiratorias se propagan a través de una población vulnerable, que ya había lidiado con los efectos del COVID-19. Los hospitales, abrumados por la alta demanda, luchan por atender a todos los afectados, mientras los crematorios también enfrentan una sobrecarga debido al incremento de muertes.
Las autoridades chinas están tomando medidas urgentes para frenar la propagación de los virus y reforzar la capacidad hospitalaria, aunque la situación sigue siendo crítica. Expertos internacionales han advertido sobre los riesgos de que este brote se extienda a otras regiones, dada la rapidez con la que se están propagando los virus.
Con la salud pública en alerta máxima, la comunidad internacional observa de cerca los desarrollos en China, esperando que las medidas tomadas logren mitigar la emergencia sanitaria.