Rubén Moreira Valdez
En Coahuila la seguridad se empezó a complicar desde los primeros años del siglo. En Piedras Negras y la región de los manantiales se registraron incidentes que debieron alertar sobre el rumbo que tomaría el estado. Se perdió tiempo en la formulación de una respuesta adecuada, más aún, por qué nunca se había contado con una policía profesional.
Los criminales se extendieron como peste. Un día caímos en la cuenta que teníamos una nueva realidad: mansiones en parajes solitarios, alcohol que se vendía a todas horas, casinos que se alimentaban de ludópatas, carreras parejeras, palenques legales e ilegales que terminaban en pleito, niñas y niños bien que se tomaban fotos con mafiosos, conciertos privados de alto pedorraje, camionetotas, giros negros, y una bola de vagos armados. Los “señores”, eso se repetía, se dedican a lo suyo y “no molestan” a la gente buena.
La violencia estalló, balacearon al empresario lagunero, desaparecieron al mítico jefe de la policía y a cientos de personas, los capos se mataban en las calles y las policías eran coptadas. Los criminales mostraron su rostro asesino. No eran el adorable viejito italiano de cachetes inflados que comía con su familia y arreglaba entuertos mientras extorsionaba a la comunidad y se negaba a distribuir droga. La versión local que llegó de Sinaloa y Tamaulipas se distinguía por su brutalidad y su afición a consumir lo que vendían.
La capacidad de compra que tienen nuestros vecinos del norte y su gusto por los narcóticos genera una demanda que trastorna al mundo. También, es cierto que los países subdesarrollados poco hacen por enfrentar al crimen y cambiar el rumbo de los acontecimientos, y que sus jóvenes cada vez consumen más droga solapados por la ineptitud de sus padres. La clase gobernante de México se la pasa tirando rollos, y la política en críticas sin propuesta o con fantasías y disparates. A esto hay que sumar a opinólogos y seudoperiódicos que se pronuncian con ignorancia o se convierten en testaferros de los criminales.
El éxito en la lucha contra el crimen depende de los gobernadores y la posibilidad de coordinación con los otros órdenes de gobierno. En lugares como Coahuila la receta se ha probado: inicia con la voluntad y pasa, entre otras cosas, por la transparencia, depuración de policías, políticas sociales eficaces y no clientelares, pero sobre todo, por la acción de las fuerzas del orden.
Es evidente que el nuevo gobernador de Chiapas, a diferencia de otros, enfrenta al crimen. Es muy pronto para evaluar los resultados, pero requiere de la federación: 1.- recursos para seguridad, 2.- control de las fronteras y la migración, 3.- efectivos militares y de la Guardia Nacional que de manera temporal asuman la responsabilidad de policías municipales hoy inexistentes, y 4.- apoyo con servicios de inteligencia y certificación de policías.