Un festejo que tristemente se ha perdido es la tradicional quema de Judas, que tenía lugar el Domingo de Resurrección en la Plaza Juárez de El Pueblo
Por: Antonio Falcón Rubio
La Semana Santa
A mediados de los años 60, hice mi primera comunión en la parroquia Santiago Apóstol, así que durante todo el tiempo del catecismo conocí, supe, descubrí y disfruté todo lo que tiene ese gran edificio. Tal cual sacristán, me regañaron tantas veces por andar en partes supuestamente prohibidas para la gente: arriba del techo, campanarios y otras áreas que no es conveniente mencionar como historiador hoy. Además, allí comenzaban los túneles, que ya están cerrados por seguridad y para evitar curiosos.
La Semana Santa o Cuaresma comienza en nuestra región el Miércoles de Ceniza, cuando vas a la iglesia y te ponen ceniza en la frente. Es el inicio de un periodo de penitencia de 40 días, que culmina en la Pascua. A partir de ahí, cada viernes se evitaba comer carnes rojas, aunque al parecer, en estos tiempos, la Iglesia ha hecho algunas excepciones. Sin embargo, de ahí surgió una cultura culinaria extraordinaria y sabrosa. En esa época, la gente comenzó a experimentar con suculentos platillos como:
- Tortitas de camarón
- Las famosas y sabrosas lentejas
- Nopalitos en todas sus formas, producto de nuestras tierras semidesérticas
- Los sabrosos chicales
- Los orejones de calabacitas casi maduras, en tiras deshidratadas
- Las famosas chochas, flores de las palmas del desierto
- Los sabrosos quelites
- Tortitas de papa
- La deliciosa capirotada, un platillo peculiar pero muy sabroso
- Todo lo relacionado con el pescado de río
Origen de estos platillos tradicionales
Es importante entender por qué estos platillos tradicionales de antaño han perdurado. En el noreste de México, los ingredientes disponibles eran los propios de una región semidesértica, lo que limitaba la dieta a alimentos no perecederos. A través de los años, la gente aprendió a conservar ciertos alimentos de manera práctica. Por ejemplo, en la época de cosecha, secaban calabacitas en tiras, conocidas como orejones. También almacenaban frutos secos como pasas de uva, ciruelas, chabacanos y membrillo en forma de ate, además de diversas variedades de chiles secos.
En cuanto a los pescados, Monclova de antaño tenía un río muy grande. Un dato histórico interesante es que en 1777, el capellán Fray Agustín Morfi, cronista de la época, escribió que, al pasar por Monclova en diciembre, describió el río y mencionó que el agua no era buena para beber, pero había muchos pescados, como bagres, mojarras y tortugas que, bien sazonadas, eran muy sabrosas.
Todas estas delicias cuaresmales las degusté en casa de mi abuelo materno, don Felipe Rubio Valencia, un excelente cocinero (algo heredé de él). Mientras él vivió, disfrutamos estos y muchos otros sabrosos platillos. A él le gustaba invitar, además de sus parientes, a otras personas a degustar sus platillos, convirtiendo la ocasión en una fiesta y verbena familiar.
Eventos de Semana Santa
En los días posteriores se realizaban otros eventos importantes. El Miércoles Santo, el Jueves Santo con la ceremonia del lavatorio de pies, y el Viernes Santo, tal vez el día más importante, se llevaba a cabo el viacrucis o camino a la cruz. Era un día conmovedor y de gran paz en el pueblo. Se representaban las quince estaciones que simbolizan la pasión de Cristo. La mayoría de la población participaba y lo realizaba en forma teatral, hasta concluir con la crucifixón de Jesús. Todo esto se llevaba a cabo en la Loma de la Bartola, donde el viacrucis se realizó, por ejemplo, el 9 de abril de 1956, organizado por Monseñor Dávila, quien dirigía estos grandes eventos religiosos cada año.
Con la llegada del Sábado Santo, se «rompía la gloria» a las 7 de la mañana, se descubrían las imágenes religiosas, se suspendía el ayuno y se comía barbacoa de chiva en abundancia.
La quema de Judas
Un festejo que tristemente se ha perdido es la tradicional quema de Judas, que tenía lugar el Domingo de Resurrección en la Plaza Juárez del pueblo.
Con gran alegría, esta fiesta popular comenzaba a las 5 de la tarde. Para esa hora, los vendedores ambulantes ya se habían instalado alrededor de la plaza, ofreciendo toda clase de mercancías: dulces, nieves, elotes, juguetes de madera del sur del país, aguas frescas y antojitos mexicanos. Además, había diversiones como tiro al blanco y juegos mecánicos. Era como una pequeña feria.
La numerosa concurrencia esperaba con ansia la hora en que se prendiera fuego a la figura de Judas. Esta se colgaba de un lazo tendido de lado a lado de la calle y, al encenderla, explotaban los cohetes que llevaba dentro, lo que producía gran diversión para chicos y grandes. La fiesta continuaba hasta la noche con un baile tradicional que esperaban con entusiasmo las parejas de novios y los matrimonios, felices de convivir en familia.
Mi madre solía contar que, cuando estaba embarazada de este escribidor, asistieron a este evento y se encontraron con un amigo, don Jesús García, dueño de la cantina Jockey Club, ubicada junto a la iglesia Santiago Apóstol. Le apodaban La Comadre Chita y, al preguntarles si ya tenían padrino para el bebé, se ofreció y efectivamente lo fue. Estamos hablando de los años 50.
Reflexión final
Es cierto que las tradiciones nos identifican como mexicanos, pero las costumbres son el conjunto de cualidades, inclinaciones y usos que forman el carácter distintivo de un pueblo o grupo humano. La costumbre implica siempre cierta idea de valor o, al menos, de conveniencia para la comunidad.
Escribe: Antonio Falcón Rubio ([email protected])