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Arqueosaurios: 1856 ~ EXPEDICIÓN A LA LAGUNA DE JACO

Arqueosaurios: 1856 ~ EXPEDICIÓN A LA LAGUNA DE JACO

Boletín Oficial de Monterrey (resumido)

Por: Luis Alfonso Valdés Blackaller

 “República Mexicana. – Comandante de la fuerza expedicionaria sobre el Bolsón. – Conforme dije a V. S. en oficio de 19 del mes pasado, emprendí mi marcha de Múzquiz el día 20 del referido mes, habiendo dado orden al indio Gato del Monte (Seminol), para que con su fuerza me esperase en el punto del Zacate, evitando de ese modo el rodeo que yo hubiera tenido que hacer para pasar por Nacimiento.

La campaña no ha dado los resultados que eran de esperarse y de que de algún modo satisficieran al Exmo. Sr. General en Jefe del Ejército del Norte, que con tanto celo la proyectó. El diario de mi expedición pone de manifiesto las razones de porque no pude seguir exactamente el plan de campaña que me propuse. El indio Gato me hizo esperarlo dos días en el Zacate; a la salida de ese punto, yendo a mi retaguardia no me alcanzó por la noche, ni al día siguiente que marchaba para La Encantada; en ese punto se me presentó un indio seminol, el intérprete y otro, quienes me dijeron que el Gato no me alcanzó porque se le habían perdido algunas bestias. De La Encantada emprendí mi marcha para San José de las Piedras, mandando orden al Gato que allí se me fuera a incorporar.

Tres días después, ya en Las Piedras, se me presentaron otra vez un seminol, el capitancillo Coyote y el intérprete Julián, diciéndome que Gato los mandaba para que me hicieran saber que no querían llevar el rumbo que yo llevaba; él y su gente iban por donde era más probable hallar comanches o mezcaleros. Julián se quedó conmigo, y los dos indios se fueron a alcanzar a Gato. La falta cometida por Gato me inutilizaba para continuar con tan pocos hombres y hubiera contramarchado, si no me hubiera sido sumamente vergonzoso ese paso.

Por causa de Gato no llevaba hombres conocedores de los terrenos, de manera que me encontré en el desierto con la remuda en mal estado y careciendo de hombres que conocieran los aguajes, para explorarlos de antemano, como debe hacerse en esos casos. No obstante, los 50 hombres que llevaba se prestaron gustosos a los esfuerzos de S.E. y con la esperanza de encontrar en la laguna del Jaco al comandante D. Francisco Treviño, que se me debía reunir en ese punto. Al llegar a la laguna del Jaco, mis exploradores me dieron parte que ahí estaba el agua que nos hacía falta hacía tres días; pero también estaban los barbaros, con un tren como de 150 o 200 bestias. Visto por mí el grupo de caballada y observando que los indios no nos habían sentido, dispuse permanecer otro día más sin agua, con tal de poder dar a los indios un albazo, pues así lo exigía la corta fuerza que llevaba y el estado de la remonta.

Dos horas después, la caballada fue movida y considerando que los indios ya se iban, me resolví a dar la carga. El terreno hacía que yo fuera visto desde muy lejos, pues la laguna se encuentra en un llano, pero cuando menos lograríamos beber agua si nos la desocupan o vencíamos al enemigo. Luego que nos descubrimos, marchamos al punto donde el agua es potable. Los indios que ahí estaban no habían fijado su atención por aquel rumbo, y me dejaron aproximar. Por fin, un indio que daba vuelta a la caballada nos avistó, y echando a correr en su caballo para donde estaban sus compañeros, les impuso de nuestra aproximación. El indio que les dio aviso montó a otro en ancas y se fueron a todo escape.

Mi gente estaba toda de infantería por el estado de la remuda, y aunque di ordenes de avanzar, solo diez o doce me pudieron acompañar. Tres indios que habían quedado hicieron una defensa como los mejores guerreros; pero al fin, dos quedaron muertos y uno se rindió, diciendo que lo llevaban cautivo, después de haberle dado muerte al caballo que montaban él y otro que a poco fue muerto. De mi pequeña fuerza solamente resultaron dos caballos heridos de jara (flecha).

La caballada, que ascendió a 160 bestias, resultó bruta, y yo, a pesar de mi pequeño triunfo, seguí inútil de remuda. Treviño no había llegado y resolví esperarlo. Lo esperé cuatro días; más viendo que ahí estábamos expuestos a las partidas de salvajes que tocaban ese punto, emprendí mi marcha para San Antonio de los Álamos, trayendo conmigo al cautivo, las dos cabelleras de los indios muertos y las bestias quitadas. El cautivo se llama Crescencio Santiago; dice que es de Peñón Blanco de Durango y que se lo trajeron los indios de 6 años, teniendo ahora como veinte. Me ha dado pruebas de que no es fingido, pues dice que estaba en la escuela cuando lo cautivaron y se acuerda de algunas letras del alfabeto y de multiplicar algunos números. Por él me he informado que los indios que ataqué eran comanches, y que las yeguas que traían son robadas de Durango.

Después de permanecer unos días en San Antonio de los Álamos seguí mi marcha para este punto, a donde llegué sin novedad. Desde Santa Rosa hasta San José de las Piedras, el terreno no lo ha pisado ningún indio desde hace mucho tiempo. Pero no así de aquel punto para adelante, porque hasta El Jaco se ven caminos que manifiestan los continuos y considerables robos que pasan los salvajes. El cautivo Crescencio, aunque habla poco y mal castellano, me ha informado de que los salvajes tienen sus familias del otro lado del rio Bravo, entre este y el Colorado, y que hacen frecuentes campañas para el Estado de Durango y para los nuestros; que siempre llevan mucho robo; que la expedición en la que él venía, atacó unos carros y les robó la mulada. Y que una noche, fatigados los indios de correr 62 horas seguidas, se quedaron dormidos y se les volvió (la mulada) sin poder alcanzarla después; que las yeguas son de Durango y que las 5 monturas, sombreros, zarapes y armas que traían los indios, eran de mexicanos que habían matado. También me ha informado, que el comanche Malans, que está al otro lado del Bravo, ha convocado a muchos pueblos de comanches y de caiguas, para luego que esté el zacate verde y grande, hagan una campaña de 400 o 500 gandules, con el objeto de acabar con las haciendas y ranchos que toquen, en venganza de un hermano del referido Malans que hace poco mataron los mexicanos. El cautivo, a mi juicio, habla con mucha fe y no he dejado pasar desapercibida esta noticia, que puede ser la ruina de muchos puntos fronterizos. Debo manifestar que el citado cautivo me asegura que todos los robos que están ejecutando los pasan al otro lado del Bravo, en donde viven, y de ahí a una población de los EU donde se los compran, habilitándolos de armas y municiones, víveres, ropa, y todo lo que desean.

Volviendo a mi expedición, como me encuentro inutilizado de remonta, me es imposible volver al desierto para El Sobaco. Además, lo juzgo inútil, porque no hay salvajes por este lado del Bravo, y porque el señor Treviño debe haber recorrido los puntos a donde yo debería marchar. Como los fierros de las bestias aprehendidas son desconocidos en Nuevo León y Coahuila, y de ellas tenemos únicamente el derecho de la saca, siendo costoso y perjudicial mantenerlas reunidas hasta que sus dueños las reclamen, me parece prudente que haga un reparto equitativo de ellas entre los que formamos la expedición, para que cada uno cuide de los que le toquen, en la inteligencia de que ningún animal podrá ser enajenado en tanto el dueño lo reclama, o el gobierno dispone. Es adjunta la reseña del botín quitado, así como una carta escrita de Durango por un hermano a otro en enero último, a cuyo conductor mataron los indios. Los portadores conducen 2 cabelleras de los indios muertos, y al cautivo Crescencio lo llevo conmigo para Múzquiz, con el fin de que sea útil cuando se ofrezcan expediciones sobre los barbaros, porque es un joven de buena índole, muy guerrero, experto en el campo, e incapaz de una defección. Si S.E., como lo espero, no imita a los gobernadores anteriores que encarcelaban para siempre a los cautivos, que podría decirse que tenían la desgracia de salir de entre los barbaros, espero que dejará vivir libre al de que me ocupo.

 No puedo menos que recomendar a S.E. el buen comportamiento de los valientes que tengo el honor de mandar y que se decidieron en la acción: el Tte. D. Jesús Elguezabal me acompañó hasta la conclusión de los enemigos, dándole orden anticipada al alférez D. Miguel Múzquiz Dávila para que con la demás fuerza a mi retaguardia protegiera la caballería en caso necesario; el sargento Jesús Guerra se portó valiente porque le dio muerte al indio que los mandaba, no obstante que estaba ya sentado de un balazo en el espinazo, por el ombligo; de la misma manera se manejó el sargento Eugenio Jiménez, porque él fue el que les mató los caballos a los dos indios últimos; el soldado de La Babia, Guadalupe Arispe, porque fue el primero que le dio muerte al indio de a pie; teniendo lugar entre los recomendados, los cabos Tomas Álvarez, Gil Gómez, mis exploradores y demás soldados, que todos se manejaron con bizarría. Al decir a V.E. todo lo expuesto para conocimiento y resolución de S.E., me es satisfactorio reiterarle las seguridades de mi aprecio y consideración.

27 de febrero de 1856   ~   Diego A. Elguezabal

Contribución de: Luis Alfonso Valdés Blackaller, con apoyo de socios Arqueosaurios A.C. (1997) ~ Luis Alonso Armendáriz Otzuka, Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapi Ortega, José Manuel Luna Lastra (QEPD 2022), José Mariano Orozco Tenorio, Francisco Rocha Garza, Oscar Valdés Martin del Campo, Willem Veltman, y Ramón Williamson Bosque.Envíanos sus comentarios y/o preguntas a: [email protected]

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