Para algunos, Plan de Guadalupe es el nombre del aeropuerto internacional de la región sureste de Coahuila, de un importante bulevar en el municipio de Ramos Arizpe o de alguna escuela primaria localizada en San Nicolás de los Garza, Nuevo León. Para nuestra patria y su historia, el significado es más profundo.
La semana pasada, el 26 de marzo, se conmemoró el 112 aniversario de su promulgación, un momento de gran relevancia en la historia de México, ya que se convirtió en el punto de inflexión que dio sentido institucional a la Revolución Mexicana.
Venustiano Carranza, gobernador de Coahuila, había recibido semanas antes un telegrama que anunciaba el encarcelamiento del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez, así como la investidura que el Senado había hecho a favor de Victoriano Huerta para ocupar la primera magistratura de la nación. Días después se enteró del asesinato de ambos.
Indignado, el Varón de Cuatro Ciénegas solicitó facultades extraordinarias al Congreso del Estado para tomar cartas en el asunto, mismas que le fueron concedidas, y fue justo en la hacienda de Guadalupe, localizada en el municipio de Ramos Arizpe al norte de Saltillo, donde se firmó el plan con la presencia de apenas 70 oficiales y jefes constitucionalistas.
Afortunada coincidencia fue que la hacienda donde se formalizó el manifiesto llevara el nombre de la Guadalupana, cuya imagen también acompañó al cura Miguel Hidalgo en su cruzada libertaria un siglo antes. La empresa de don Venustiano se antojaba titánica: formar un ejército para combatir al gobierno federal desde el corazón del desierto Chihuahuense era muy retador, por decir lo menos.
El patriotismo desbordado y la voluntad férrea de Carranza inspiraron a muchos mexicanos, ávidos de luchar en contra del golpe de estado y la traición de Huerta no solo contra Madero, sino contra la vida institucional del país, así que logró el cometido de integrar un ejército, para mediados de agosto vencer a Huerta y reestablecer el orden constitucional.
El Plan designaba a Carranza como Primer jefe del Ejército Constitucionalista, lo facultaba para asumir la Presidencia de la Nación y convocar a elecciones, una vez derrocado Huerta.
Aunque la convulsión y la inestabilidad siguieron en los siguientes años, el Plan de Guadalupe cumplió su objetivo de abonar a la legalidad y a construir un incipiente estado de derecho. Además, fue la semilla de dos instituciones que prevalecen hasta nuestros días y que son el cimiento de nuestra sociedad: el Ejército Mexicano y la Constitución de 1917.
Plan de Guadalupe fue un parteaguas en la historia de México, motivo de celebración y orgullo de los mexicanos, pero sobre todo de los coahuilenses, depositarios del valor, coraje y dignidad que le dieron vida.