Por: Luis Alfonso Valdés Blackaller
En los siglos pasados, en el norte de la Nueva España, a la llegada de los españoles y de los indios comanches y apaches que venían del norte de lo que es ahora los Estados Unidos, los españoles y los indios tuvieron muchos enfrentamientos. Los indios, por su propia naturaleza, eran muy inquietos y violentos. Y los españoles que estaban estableciendo poblaciones, por su lado, querían someter a los indios.
En esas condiciones, los indios atacaban las poblaciones, ranchos y haciendas, se robaban cantidades de ganado y sobre todo caballos, que requerían para subsistir. Pero también se llevaban cautivos a las mujeres y niños que pudieran atrapar. Se cuentan por miles los animales robados y los cautivos tomados. Esa lucha duro varios cientos de años, hasta finales del siglo XIX y en la época de México.
Las tropas españolas y luego las mexicanas, cuando era atacada una población, salían en persecución de los indios, no solo buscando el castigo a los indios, sino para recuperar a los cautivos y los animales. En muchas ocasiones se organizaron campañas para salir a buscar a los indios a sus terrenos y castigarlos. En esas campañas, requerían utilizar personas, que elegían entre los mejores soldados, para que actuaran como espías (exploradores, “scouts”). Su función era adelantarse al contingente de los soldados para ir explorando hasta localizar las rancherías de los indios, para luego atacarlos por sorpresa, que era el único modo en que podían hacerles daño, porque si los sentían antes, con lo livianos que eran, huían rápidamente escondiéndose en las ásperas sierras que conocían muy bien, y donde no se podía seguirlos.
Los espías debían tener muchas cualidades. Una buena condición física para las largas marchas que hacían, saber orientarse con el sol y las estrellas o conocer el terreno, ser sigilosos para evitar ser vistos desde lejos por los indios, y sobre todo muy observadores, para poder informar a su comandante de las condiciones del terreno, los flancos por los que podían atacar y por donde podrían tratar de huir los indios, para también cubrir su retirada.
Con esa información el comandante hacia su plan de ataque, formaba los escuadrones para cubrir todos los flancos y atacarlos por la madrugada del siguiente día. Por la noche se acercaban, y a una distancia prudente dejaban los animales de remuda y de carga cuidados por una escolta, y se acercaban para hacer el ataque apenas rompiendo el alba. Normalmente los indios los sentían antes del ataque, pero ya muy cerca de ellos. En cuanto los sentían, salían huyendo a las partes altas de las sierras donde no era fácil seguirlos, y solo se quedaban los indios guerreros a repeler el ataque y darles tiempo para huir al resto, con las mujeres y niños. Los ataques no eran de consecuencias muy grandes, pero, de cualquier modo, por la sorpresa, les mataban a algunos. También llegaba a pasar que en la confusión algunos de los cautivos que los indios tenían se les escapaban, y que en la huida dejaban atrás a niños pequeños que no pudieron llevarse.
En el año de 1777, llegó a Monclova el Capitán Juan de Ugalde como gobernador de esa provincia. Posteriormente se le nombró como comandante de las tropas de Coahuila, Nuevo León, Nuevo Santander (Tamaulipas) y Texas. Ugalde venía con la misión de resolver el problema de los indios, buscando que fuera a través de la paz con ellos. Pero, Ugalde pensaba que esa paz no podría ser lograda de manera verdadera y duradera, sin antes someter a los indios a un fuerte castigo. De ese modo, fue duro en su trato con ellos, y aunque logró algunas veces negociar la paz, los indios la llegaban a romper. En el tiempo que estuvo en esta región, les hizo seis campañas, recorriendo grandes distancias y algunas por tiempo muy largo. La mayor fue la última, que duró un año entero, y habiendo salido de Múzquiz, recorrió Coahuila, Texas, parte de Chihuahua y llegó hasta las proximidades de Santa Fe en Nuevo México. Llevaba cientos de soldados y mucha caballada de remuda. En cada campaña llevaba sus expertos espías.
Esos espías iban vestidos de gamuza y llevaban zarapes o mangas color musgo, “el más propio para no ser con tanta facilidad distinguidos desde lejos”. Sus zapatos eran de hechura apache, para que cuando los indios notaran sus huellas, las confundieran con amigos. El cañón de la escopeta que utilizaban era empañado para no brillar con el sol y también llevaban una lanza más corta. Entre ellos iba el soldado espía e intérprete, Joaquín Gutiérrez, de quien Ugalde dijo que, habiendo estado cautivo de los mezcaleros por 12 años, desde los seis de edad, se fugó de ellos en 1779 y desde entonces lo asistía por el conocimiento de la lengua apache, y que, habiendo actuado en 31 funciones de guerra, siempre se había portado con bizarría. Sin duda, como había vivido 12 años entre los indios, además de que hablaba su lengua, contaba con todas las habilidades para ser espía. En los propios relatos que Ugalde dejo escritos, lo menciona en varias ocasiones.
En una de ellas, en abril de 1787, en un lugar al norte del presidio del Norte (Ojinaga, Chihuahua), guio a la columna de Ugalde hasta una ranchería que había localizado. “Continuaron el avance hasta colocarse atrás de una sierra, donde se mantuvieron ocultos. Ahí, Ugalde dispuso las escuadras para el ataque, entretanto regresaban el resto de los espías. Estos regresaron como a las diez de la noche e informaron la distancia y el modo como podían acercarse a la ranchería. Dejaron en ese lugar la carga y la caballada con una escolta, y a las doce de la noche, comenzaron el acercamiento a la ranchería hasta llegar a media legua de ella, donde esperaron la hora del ataque.
Se formaron cuatro escuadras, todas a caballo. Una de ellas estaba compuesta por los espías, los indios lipanes y 20 hombres más, guiados por Erencio Freile y dispuestos a echar pie a tierra si hubiera necesidad. Cada una de las otras estaba formada por 24 hombres; iban al mando del teniente don Juan Ignacio Ramón, del alférez don Joaquín de Castro y del propio Ugalde. A este lo acompañaban el alférez Pedro Urrutia y el sargento Antonio Cadena, como en las salidas anteriores. Igual que siempre, la escuadra de Ugalde sería la primera en arrojarse sobre los indios. Siguió el acercamiento y, a las tres y media de la mañana, ya se encontraban como a medio cuarto de legua de la ranchería; ahí se dieron órdenes a cada escuadra sobre el lugar por donde debían entrar cuando la de Ugalde empezara el fuego. Entonces, guiados por el soldado espía Joaquín Gutiérrez, Ugalde y su escuadra rompieron galope cuesta bajo de una loma, cuidando de no ser vistos desde la ranchería. Un cuarto de hora después, llegaron a ponerse al paralelo de esta y se arrojaron por una ladera hasta un arroyo que cruzaron. Al salir del arroyo, encontraron a los indios con las armas en la mano, que seguramente habían oído el ruido de los caballos. Pronto reconoció Ugalde que el número de enemigos era superior a ellos, aunque no le era posible distinguir si todos eran varones o también había mujeres. Les lograron quitar todos sus bienes, que tenían en 23 grandes pabellones y otros jacalillos, además de 83 animales, entre caballos y mulas. Asimismo, les dejaron un muerto y les hicieron seis prisioneros de ambos sexos. Por parte de las tropas, hubo dos heridos, uno de flecha y el otro de piedra. Los animales recuperados tenían fierros de vecinos de Monclova, Santa Rosa, Río Grande, Valle de San Bartolomé, Hacienda del Torreón, Álamo, Agua caliente, Río Florido, Mapimí, Real de San Juan, Río Nazas, Presidio del Norte y otros más”.
En otra ocasión, en diciembre de 1789, “Ugalde envió desde el presidio abandonado de San Sabá a San Antonio, a don Casimiro Valdés, acompañado del sargento Joaquín Gutiérrez, dos soldados, el capitán comanche Sobáis y un hermano de este último, con despachos para Martínez Pacheco pidiéndole los refuerzos. Por el camino, se encontraron con unos lipanes y tuvieron que pelear con ellos para mantener el secreto. Mataron a dos y a una india, y atraparon a dos pequeños”.
El valiente Joaquín Gutiérrez contrajo matrimonio el 8 de feb. de 1784 con María Patricia Muños Pacheco en San Fernando de Rosas (ahora Zaragoza, Coah.). Falleció el 7 de mayo de 1792, en ese mismo lugar. En ambas actas se le menciona como “intérprete de los indios”.
—
Contribución de: Luis Alfonso Valdés Blackaller, con apoyo de socios Arqueosaurios A.C. (1997) ~ Luis Alonso Armendáriz Otzuka, Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapi Ortega, José Manuel Luna Lastra (QEPD 2022), José Mariano Orozco Tenorio, Francisco Rocha Garza, Oscar Valdés Martin del Campo, Willem Veltman, y Ramón Williamson Bosque.
Envíanos sus comentarios y/o preguntas a: [email protected]