La profesora Erika Ivonne Hernández Montemayor ha dedicado una gran parte de su vida a los niños con barreras para el aprendizaje
Por Iván Villarreal
La Prensa
En un rincón de la Escuela Leopoldo Villarreal, entre libros de pedagogía y materiales didácticos hechos a mano, la profesora Erika Ivonne Hernández Montemayor relata con emoción y humildad la historia de su vocación: una vida entregada al servicio de quienes más lo necesitan, los niños con barreras para el aprendizaje.
Con 25 años de trayectoria en el nivel de educación especial y dos décadas como docente de base, Erika no habla solo de métodos de enseñanza, sino de inclusión, empatía y transformación social. Desde pequeña, recuerda, ya colaboraba con sus maestras para ayudar a sus compañeros. Fue ahí donde germinó la semilla de una vocación que marcaría el rumbo de su vida.
La vocación que nace del corazón
“Desde que estaba en primaria, mis maestras me pedían que ayudara a otros niños con sus actividades. Creo que ahí nació el amor por enseñar”, comparte. No eligió la educación especial por azar. “Son los más vulnerables, los que más atención necesitan. Cuando yo empecé, éramos pocos los maestros en esta área”.
Su labor trasciende las aulas. “No somos maestras sombra”, aclara. Su rol como maestra de pedagogía implica trabajar directamente con los alumnos, pero también con sus padres y con los maestros de grupo regular. “Diseñamos un plan de intervención, orientamos al maestro para hacer ajustes razonables en metodología, materiales, incluso en la ubicación del salón”.
Más allá del aula
Su compromiso no termina al sonar la campana. Erika es gestora, consejera y, muchas veces, el único puente entre una familia en situación precaria y la atención médica que su hijo necesita. “Muchos papás no tienen recursos para neurólogos, tratamientos o medicamentos. Yo hago gestiones, busco apoyos, toco puertas”.
Gracias a su labor, numerosos niños han logrado superar sus limitaciones y construir un futuro digno. “Me llena el alma verlos después de los años y que me digan: ‘Maestra, ¿se acuerda de mí?’ Ya tienen trabajos, familias. Algunos incluso me han traído a sus hijos para que los atienda. Esa es mi mayor satisfacción: saber que les dimos herramientas para una vida funcional”.
Un sueño aún por cumplir
La maestra Erika tiene un anhelo pendiente: “Un centro de atención gratuito con especialistas médicos, donde yo pueda decirle a una mamá ‘ve ahí, ahí sí te van a ayudar’”. Hoy, ese centro no existe, y el acceso a especialistas sigue siendo una de las principales barreras para la inclusión de muchos niños.
A punto de jubilarse, no planea alejarse del servicio. “Desde donde esté, voy a seguir apoyando. Esta labor no se termina cuando acaba la jornada escolar. Cuando sabes que un niño necesita ayuda y su familia no puede dársela, no puedes quedarte con los brazos cruzados”.
Madre y maestra, ejemplo de vocación
Además de maestra, Erika es madre de tres hijos: José Alfredo, Jessica Ived y Sofía Nayeli. Comparte su vida con su esposo, Eduardo Rodríguez. “Tengo una linda familia, gracias a Dios”, dice con orgullo.
Y aunque no recuerda cada rostro de sus alumnos de hace décadas, ellos la reconocen. Le cuentan que ahora son meseros, tapiceros, comerciantes. No importa la profesión; importa que lograron un lugar en la sociedad, que se sienten útiles, valiosos. Y en cada historia, hay una huella indeleble: la de una maestra que creyó en ellos cuando nadie más lo hacía.
“A los maestros de educación especial nos mueve la esperanza. Creemos que todos los niños pueden aprender, si tienen el apoyo que necesitan. Esa es nuestra lucha, y esa es nuestra vocación”.