Un indígena en la Corte
Benito Juárez García, una figura que trasciende el tiempo en la historia de México, no fue sólo un presidente crucial, sino un pensador adelantado a su época cuyo legado sigue resonando hoy. Su vida, marcada por el esfuerzo y la convicción, nos ofrece valiosas lecciones, en particular cuando recordamos su paso por la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Antes de su llegada a la Corte, Juárez ya había forjado una carrera impresionante. Como un hombre abierto al mundo, demostró una notable capacidad para el aprendizaje. Hablaba francés e inglés, además de su natal zapoteco y el español. Su formación académica fue sólida; estudió latín en el Seminario de Santa Cruz en Oaxaca, de donde se graduó con honores. Fue abogado, juez, regidor, diputado local y federal, gobernador de Oaxaca y, en varios momentos, ministro del gabinete presidencial. Su visión era la de un liberal decimonónico, que buscaba modernizar el país a través de una economía más dinámica y abierta, impulsando la propiedad privada como motor de desarrollo.
Fue en el marco de la turbulencia política que siguió a la promulgación de la Constitución de 1857 cuando Juárez fue elegido ministro de la Suprema Corte. Su arribo, el 10 de diciembre de 1857, no fue producto del azar, sino de su trayectoria y su firme adhesión a los principios liberales. Ocupó la presidencia del órgano a partir del 15 de enero de 1858. Este cargo era de suma importancia, pues de acuerdo con la Constitución de entonces, debía suplir al Presidente de la República en caso de ausencia. Y así fue. Tras el golpe de Estado de Félix Zuloaga, Juárez asumió la Presidencia de la República el 19 de enero de 1858, iniciando así el periodo conocido como la Guerra de Reforma. Su tiempo en la Corte, aunque breve, fue fundamental para consolidar su posición como el líder de la causa liberal.
La razón de traer a colación la figura de Juárez y su paso por la Suprema Corte tiene una relevancia particular en el contexto actual. Recientemente, ha surgido la posibilidad de que el abogado mixteco oaxaqueño Hugo Aguilar Ortiz lo emule 167 años después. Esta noticia nos invita a reflexionar sobre la importancia de la representación y la diversidad en las más altas esferas de la justicia.
Es una verdad innegable que la población indígena ha sido históricamente la más desfavorecida en México, una realidad que no ha cambiado sustancialmente en los últimos seis años y medio de gobiernos morenistas. Por ello, la posible llegada de un indígena a la Corte es, sin duda, un hecho muy positivo. Es un paso hacia la visibilización y el reconocimiento de una parte fundamental de nuestra nación.
Sin embargo, es crucial mantener la perspectiva. Si bien es loable que un indígena ocupe un asiento en la Corte, ser indígena no lo hará por sí mismo un ministro mejor o peor. Su valía deberá medirse por su capacidad jurídica, su integridad y su compromiso con la justicia y el Estado de derecho. Asimismo, su adscripción étnica no debe ser razón para que no se critique su actuación o se cuestione su desempeño en el cargo. La justicia es un pilar de la democracia y su ejercicio debe ser transparente y sujeto a escrutinio, sin importar el origen de quienes la imparten.
La eventual designación de Aguilar Ortiz como presidente de la Corte no hace olvidar que la reforma judicial de 2024 se diseñó para someter al Poder Judicial al Ejecutivo, ni el escándalo de los acordeones. En este escenario, es de esperar que la primera acción del nuevo titular del máximo tribunal sea refrendar su autonomía, no abjurar de ella ni entregarla. Aguilar Ortiz ha declarado que no usará toga como ministro, pero esa prenda no es algo que obstaculice su gestión. Al contrario, subraya la imparcialidad del cargo. Lo que debe dejar colgado en el perchero es su cercanía con la Cuarta Transformación.
La figura de Juárez nos recuerda que el verdadero progreso se basa en la capacidad, la visión y el compromiso con los principios que buscan el bienestar de todos. Si Hugo Aguilar Ortiz llega a encabezar la Corte, que su legado se construya sobre esos cimientos, y que su desempeño beneficie a una nación que, igual que en los tiempos de Juárez, sigue buscando la justicia y la igualdad, así como la autonomía de sus Poderes.