Rubén Moreira Valdez
Miguel Alessio Robles es un personaje fundamental en la primera mitad del siglo XX. Nació en Saltillo y se convirtió en abogado, intelectual y político. Sus hermanos: Vito, historiador, político opositor y militar; José, famoso dragón federal, y Ricardo, pianista cercano a los contemporáneos.
Miguel es un espléndido cronista del Saltillo de entonces, y en sus libros rescata nuestras tradiciones más importantes, entre ellas, la gastronómica. En la última, contradice al despistado filósofo que ingenioso decía que en el norte todo era carne asada.
En Mi generación y mi época, narra los platillos que se preparan en la ciudad: “la incomparable fritada de cabrito, el eximio bacalao a la vizcaína, el sustancioso puchero, el magistral pollo en arroz, el tentador lomo mechado con almendras, el espléndido guiso de carne de venado, el sabroso conejo relleno y cocido en vino blanco, los exquisitos pichones aderezados con chícharo, las deliciosas codornices en su sangre, la estupenda capirotada, las soberanas alcachofas empanizadas, el magnífico pescado con salsa de tomate”.
En Perfiles de Saltillo,y a propósito de una comida para el famoso y eficaz asesino Pancho Villa, narra: “se dirigió (la dueña de la casa) a la cocina a disponer que se le torciera el pescuezo a varias gallinas gordas para hacer un rico y sustancioso caldo, mandó preparar una fritada de cabrito, huevos rancheros, chile con queso, unas enchiladas adornadas apetitosamente…. Un soberbio platón de arroz de leche, ricamente espolvoreado con polvo de canela, adornado con pasas de uva”.
En el mismo libro y por una boda: “Comenzaban a preparar grandes bandejas de repostería: esponjados molletes, ricos ‘marquesotes’, sabrosas ‘puchas’, deliciosos huevitos de faltriquera, soberbias castañas cubiertas, coquetuelas manzanitas de amor, pintadas de color de rosa con un clavo de comer arriba, rosados piñones garapiñados, amarillas yemitas de almendra envueltas en papel blanco de China con las iniciales de la novia en papel de color azul o rosa, incomparables jamoncillos adornados con avellanas, dorados ‘rosquetes’, suaves ‘polvorones´, tentadoras rosquitas de harina de maíz, magníficos pasteles, delicadas confituras de coco, rojas cerezas almibaradas, prensados higos mulatos, embutidos de nueces, lustrosas ciruelas que tenían una pequeña abertura en forma de media luna, por donde se asomaba la tentación de su relleno pintado de verde, soberanos ‘hojaldres´ y estupendos gaznates que se desmoronaban en la lengua tan pronto como esta probaba aquella delicia incomparable de panes espolvoreados con finísimo polvo de canela y azúcar”.
Saltillo se forjó en una tierra de frontera. En nuestra esencia se impone el pasado tlaxcalteca y peninsular, el último con un tinte del innegable pasado judío.
En los relatos de Alessio, aparece un joven maestro: migrante, presbiteriano, descendiente de potosinos y con un claro pasado en Tlaxcala. Cuando me siento a degustar los platillos del Principal, viene a mí el relato de que varios de ellos son los que apreciaban ese antepasado del cual llevo su nombre.