Los ramosarizpenses guardan los mejores recuerdos de este icónico lugar, que ahora sigue vivo en forma exquisitos platillos
Por: Efraín Moreno
La Prensa
RAMOS ARIZPE, COAHUILA.- En la esquina donde alguna vez retumbaban aplausos y risas en blanco y negro, hoy se sirven desayunos con historia. El Cine Flores, inaugurado en 1940, no fue solo la primera sala cinematográfica de Ramos Arizpe: fue el corazón cultural de una ciudad en construcción. Su historia, tejida entre nostalgia, herencia familiar y sabor local, continúa viva bajo otros formatos… pero con el mismo espíritu.
El sueño de El Húngaro
Fue José Flores Aguirre, comerciante local apodado El Húngaro, quien tuvo la visión. En 1939 compró un predio en la intersección de las actuales calles Víctor Carranza y Ocampo, y en poco tiempo comenzó la construcción de un teatro-cine. Lo llamó Teatro Flores, aunque desde el inicio fue pensado para proyecciones habladas. Su inauguración oficial ocurrió el 20 de abril de 1940, con la película La madrina del diablo, protagonizada por Jorge Negrete y Gloria Marín.
El diseño replicaba al Teatro Obrero de Saltillo: luneta, galería, butacas de madera, y un escenario amplio. A diferencia de otras salas rurales, el Cine Flores nació con sonido. Se utilizaban discos musicales para ambientar la entrada y, entre canción y canción, Don Paco Cabriales —el anunciador— prendía la emoción con su voz inconfundible.
Durante décadas, el lugar se convirtió en punto de encuentro de familias, parejas, niños y soñadores. Cada función era una ceremonia. Los domingos se llenaban con funciones dobles y los estrenos eran esperados como fiestas patronales.
Resistencia familiar y cierre inevitable
Tras la muerte de su fundador en 1944, la administración pasó a su esposa, Alfonsina Jiménez, y posteriormente al hijo mayor, Rubén Flores Jiménez, quien relanzó el cine en 1952 con nuevas funciones y equipos. Junto a su esposa Genoveva Sánchez González, Rubén consolidó el legado del Cine Flores, no solo como empresario sino como padre de una familia numerosa y profundamente ligada a la historia del lugar.
De su unión nacieron ocho hijos: Alfonsina, José Arturo, Juan de Dios, Jesús Alejandro, Rubén, Rosalinda, Adriana Olimpia y Edgar Flores Sánchez. Muchos de ellos, de forma directa o indirecta, fueron testigos del final de una era y del nacimiento de una nueva forma de honrar su herencia.
El lugar resistió hasta 1982, cuando la modernidad —con sus televisores, cassettes y videoclubes— lo empujó al cierre. El edificio no fue demolido. Permaneció en pie, como un testimonio de otra época. Y ahí comienza su segunda historia.
De película a platillo: nace “El Húngaro”
Décadas más tarde, el legado de El Húngaro revivió en forma de sabor. En marzo de 2024, José Luis Flores Vázquez, bisnieto del fundador, decidió recuperar parte del edificio para abrir un restaurante que también funcionara como museo emocional. Así nació “El Húngaro”, en honor a su bisabuelo y al cine que lo hizo inmortal.
Ubicado a solo una cuadra del cine original, en Melchor Ocampo #253, el restaurante ofrece desayunos como chilaquiles, bagels, hot cakes y huevos al gusto, con precios accesibles, pero lo que verdaderamente alimenta es su concepto.
Las paredes están decoradas con carteles originales de películas, fotografías familiares, objetos antiguos de proyección, y un mural en construcción que representa la historia del Cine Flores. Todo el espacio está pensado como una fusión de gastronomía y memoria, y ha sido bien recibido por vecinos, turistas y comensales curiosos que buscan algo más que comida: buscan historia.
Museo y redes: el cine que no se apaga
La recuperación del Cine Flores también ha encontrado eco en el ámbito institucional. En el Museo de Historia de Ramos Arizpe, inaugurado en diciembre de 2024, se resguardan proyectores antiguos, rollos de película y otros objetos. Ahí, entre vitrinas y cronologías, se cuenta cómo el cine fue arte, pero también fue comunidad.
En redes sociales como “Ramos Arizpe en el pasado” abundan las anécdotas: funciones interrumpidas por tormentas eléctricas, novios que se daban la mano en la última fila, niños que creían que Pedro Infante moriría de verdad. Esas vivencias, aunque personales, tejieron una memoria colectiva.
Del fotograma al presente
El Cine Flores no fue una gran cadena, ni tuvo salas VIP, pero tuvo alma, tuvo barrio, tuvo gente; y esa gente, hoy, lo mantiene vivo entre platillos, museos y recuerdos compartidos. El telón cayó en 1982, pero la función en los corazones de Ramos Arizpe no ha terminado.