El Profesor Heriberto Escobedo Godoy, cantante y compositor, nos guía en la búsqueda de ese elemento misterioso que hace inseparables a los músicos y a esos lugares donde se reúnen almas alegres o adoloridas
Alexis Massieu
La Prensa
Desde 1982, impulsado por el Ministerio de Cultura francés, cada 21 de junio se celebra el día mundial de la música, fecha en la que se invita a los artistas, tanto aficionados como profesionales, a compartir sus canciones en las calles y otros espacios públicos, y a recibir al verano con sus melodías.
En México, ha existido desde hace mucho tiempo, una forma muy particular de compartir la música, que es a través de sus cantinas, establecimientos dedicados a la venta de bebidas, en los que además de los consumidores, se puede encontrar a los trovadores, los tríos, y a los fara fara.
Cual Virgilio en el mundo de la bohemia, el Profesor Heriberto Escobedo Godoy, cantante y compositor, nos guía en la búsqueda de ese elemento misterioso que hace inseparables a los músicos y a las cantinas, principalmente a las más tradicionales de Monclova.
—¿Sabías que el 21 de junio se celebra el día mundial de la música?
—No.
Responde el profesor mientras acomoda su guitarra, y ocupamos una de las mesas en el Gallo Blanco, una cantina de tradición que da la impresión de haber envejecido muy bien, a la par de la mayoría de sus clientes, con apenas algunos rasgos de modernidad, como son un par de pantallas para los aficionados al deporte.
Hay tres fechas dedicadas a celebrar la música, sin embargo, de esas tres fechas, es la del 22 de noviembre, día de Santa Cecilia, la que se suele tomar como el día consagrado a los músicos en nuestro país, aclara el maestro de artes.
La música no es lo mismo para los músicos, que para las personas que solo la disfrutan, dice en respuesta a otra pregunta, y añade: que en lo personal, lo que más le gusta es crear, siendo la clave de todo esto, el que las personas sientan o no la necesidad de expresarse a través de ella.
La música es un lenguaje, y comunica sentimientos, explica Heriberto, recordando que esa necesidad de expresarlos, le llegó desde muy pequeño.
—¿Cuál era tu canción favorita en ese entonces?
—Un día me encontré con un cassette “pirata” de Óscar Chávez y Pablo Milanés, y para mí, fue toda una revelación, porque lo que estaba escuchando no sonaba en la radio. Por ti, de Óscar Chávez.
—¿Por qué cantar en una cantina?
—El ambiente es distinto, es diferente a cantar en un restaurante, hacer música en este tipo de lugares no es igual, porque tienen otra atmosfera, la gente no está comiendo, no suele ser indiferente; en un lugar como este, lo que cantas, te das cuenta que por más simple que sea, siempre hay alguien a quien le está llegando. Se nota, y la gente lo recibe de manera distinta, hay una conexión especial.
Esta conexión especial entre la cantina, la música y quienes la frecuentan, explica; es tal, que hay personas que acuden diariamente al Gallo Blanco, tan puntuales como el animal que le da su nombre, en la hora de entrada y de salida, incluyendo a personas de avanza edad que son llevados por sus hijos o sus nietos, para que pasen un buen rato en compañía de sus amigos.
Yo creo que hay algo en la música, que resuena en quienes están heridos de algún amor, o traen alguna tristeza. Si tocan de repente—no sé—El Señor de las Canas, alguien va a recordar a su papá, y con ese sentimiento, más el ambiente en el que está, se va a revivir cierta emoción.
En estos lugares, se conjuga el ambiente con la bebida, la música con la cerveza o el tequila, para sacar ciertos sentimientos.
—¿Cuál es la música en vivo que suele escucharse en las cantinas?
—Lo más común es el trío o el dueto norteño, que se acompaña con acordeón, bajo sexto, y guitarra.
En cuanto a los artistas y compositores, se escucha mucho a Carlos y José, a Cuco Sánchez, Agustín Lara, y a Los Panchos, pero el más recurrente es José Alfredo Jiménez, ¡no puede faltar!
—¿Qué tipo de música sueles llevar a las cantinas?
—Me gusta tocar música tradicional, el bolero viejo. Alcanza a decir el profesor, justo cuando el primer gol de la selección mexicana frente a Surinam, interrumpe momentáneamente la conversación.
UNA TRADICIÓN EN PELIGRO DE EXTINCIÓN
Si bien, aún hay algunos espacios para los músicos en las cantinas tradicionales, la ciudad ha ido cambiando, y los gustos con las nuevas generaciones, reduciendo considerablemente el número de cantinas consideradas tradicionales, esos lugares en los que se puede escuchar música y platicar, señala Heriberto, previo a saludar y tomar un lugar, esta vez en la cantina La Especial.
De 10 años acá, el músico de la cantina tradicional ha disminuido, agrega; mientras admiramos la enorme barra dorada, sobre la cual cuelga un retrato del caballero que abrió el lugar hace 61 años, Don Luis Martínez.
Para entonces, la selección mexicana ya había ganado dos a cero, y en las pantallas—sin sonido–estaba la repetición de un juego de beisbol.
—¿Está desapareciendo el músico de cantina?
—Yo creo que sí, ya no vemos tantos músicos como hace 10, 15 o 20 años. Entre los músicos de cantina que se están perdiendo, están principalmente los del fara fara, a los que considera en peligro de extinción.
Antes encontraba muchos músicos en las cantinas, y lugares como El Viajeros, frente a la central de autobuses, se consideraban un punto de partida para estos músicos, siendo ese el sitio donde dejaban sus instrumentos, para de ahí, irse a trabajar a otros lados.
El profesor explica que es grave que ya casi no haya fara fara para las tradiciones locales, donde musicalmente hablando, señala; existe mucha diferencia entre el trovador solitario, el trío y este tipo de agrupaciones que incluyen al tololoche.
Hay momentos en que necesito al fara fara, a mí me gusta mucho, sobre todo en este ambiente. A los fara fara se los robaron los eventos privados, como las bodas y las quinceañeras, aunque no es lo mismo el nuevo fara fara de las fiestas, al fara fara tradicional, aclara.
El profe toma la guitara a petición de un ingeniero de la Universidad Agraria Antonio Narro, asiduo a La Especial desde hace 50 años, pero su primer intento de interpretar una canción, se ve inesperadamente interrumpido por la llegada de un músico solitario armando con un acordeón, que interpreta una canción de música vallenata.
—¿Recuerdas alguna cantina de tradición que haya desaparecido?
El Quinto Patio, del Señor Gildardo, que era un lugar muy bonito, porque todos los jueves había música en vivo, sobre todo música de tríos, música bohemia.
—Es patrimonio cultural la música y las cantinas?
—México está ligada totalmente a la música, ¿no? Si no hay música en vivo, de la tradicional, ir a una cantina no va a ser igual.
Si bien, no en todo momento se puede tener música en vivo en las cantinas tradicionales, como es La Especial, aún se pueden encontrar ciertas reliquias, y una de ellas es una rockola con música selecta en CD, que se reproduce—obviamente—a la antigüita, leyendo directamente los títulos de las canciones, desde la contraportada del álbum, sino es que las han escrito a mano.
Entonces, suena Ódiame, de Julio Jaramillo, seguida de una buena canción de José José, que por error elegimos, y otra más de la que no me puedo acordar, todas por cinco pesos.
—¿Alguna canción en mente para celebrar el día mundial de la música?
Tras pensarlo un poco, y descubrir que no existen muchas canciones que hablen de la música, la guitarra suena y Heriberto interpreta una canción del cubano Silvio Rodríguez.
—Te doy una canción y hago un discurso, sobre mi derecho a hablar. Te doy una canción con mis dos manos, con las mismas de matar. Te doy una canción y digo patria, y sigo hablando para para ti. Te doy una canción, como un disparo, como un libro, una palabra, una guerrilla, como doy el amor.
¡Reyes! Te encargo una corona, grita con cierta familiaridad y sin olvidar el por favor, tras el último pase de los dedos sobre las cuerdas de su lira.