A veces no hace falta una pantalla, sino el valor de levantar la mirada
Es mentira, si… y sin embargo, todo es verdad. Un eco de lo que eh amado, deseado… o perdido sin haber tenido
Por Mauricio A. Sánchez Campos
No sé si fue el destino o la costumbre lo que me llevó a aquel parque esa tarde.
Solo sé que necesitaba un respiro.
El día había sido largo, la rutina sofocante, y mi cabeza estaba saturada de notificaciones, correos sin responder y conversaciones a medias de WhatsApp.
Buscaba silencio, pero, sobre todo, buscaba una pausa.
Caminé sin prisa hasta encontrar una banquita de hierro viejo, con pintura descascarada y marcas que contaban historias de quienes, como yo, habían llegado ahí en busca de algo.
Me senté y solté un suspiro.
Observé el parque con la misma indiferencia de siempre, hasta que la vi…
Apareció entre los árboles, caminando con una gracia que no parecía de este mundo.
No era solo su belleza lo que me atrapó, sino la naturalidad con la que se movía, como si el viento la guiara y el tiempo le perteneciera.
Su cabello danzaba con la brisa, y por un instante, me pareció que el mundo entero se detenía para verla pasar.
Mi primer impulso fue levantarme, decir algo, cualquier cosa.
Pero en lugar de eso, hice lo que mejor sabía hacer: saqué el teléfono…
“Acabo de ver a la mujer más hermosa”, escribí a un amigo.
Busqué las palabras perfectas para describir el momento, para intentar capturar con letras lo que mis ojos veían.
Fueron solo unos segundos… pero cuando levanté la vista, ella ya no estaba……
El vacío donde antes caminaba se sintió más grande de lo normal.
Miré la pantalla de mi teléfono, aún encendida, reflejando mi propio rostro con una expresión entre frustración y tristeza.
Me di cuenta de que, en mi intento por compartir el instante, lo había dejado escapar.
Solté el celular y pasé la mano por la superficie de la banquita.
Estaba fría, áspera… marcada por el tiempo.
Me pregunté cuántas historias habría presenciado antes de la mía, cuántos suspiros, cuántos silencios, cuántas oportunidades perdidas.
Y entonces lo entendí: mi historia, mi momento, también había quedado grabado ahí.
No con un nombre tallado ni con un gesto visible, sino con la ausencia de lo que nunca sucedió.
Quizá algún día alguien más se siente en ésta misma banquita y sienta lo que yo sentí.
Tal vez también vea a alguien pasar, tal vez también dude, tal vez también pierda.
O tal vez, solo tal vez, tenga el valor de hacer lo que yo no hice.
Porque la verdadera conexión no necesita señal.
Solo el valor de no dejar que la vida se nos escape entre los dedos.
Una historia que no sucedió… también puede marcar un corazón.