Una conversación accidental, una tarde cualquiera, y el amor que casi se pierde en el aire
Es mentira, sí… y sin embargo, todo es verdad. Un eco de lo que he amado, deseado… o perdido sin haber tenido. —
Por: Mauricio A. Sánchez Campos
La conocí en un café donde el invierno se colaba por las grietas de las ventanas. El aire olía a libros viejos, a pan tostado, y a café recién hecho. Ella estaba ahí, sentada junto a la estufa de hierro que tenían de adorno, con un abrigo gris, una carpeta de trabajo y un libro grueso entre las manos.
A simple vista parecía una oficinista más. Esas que ves todos los días en el metro, en la fila del cajero, en la hora de la comida… Pero había algo en ella que desentonaba con el mundo.
Tenía el cabello recogido a medias, con mechones rebeldes que enmarcan un rostro serio, casi ausente. Labios apenas maquillados, pero con forma de historia no contada. Y unas ojeras suaves, como si no durmiera por leer demasiado. Sus manos tenían tinta, marcas de lápiz, y en las uñas… polvo de páginas viejas.
Yo la miraba. Ella lo notó. Y sin levantar del todo la vista, me dijo: —¿También vienes a huir del mundo o solo del frío?—
Me reí, nervioso. —Del mundo… creo. Aunque el frío ayuda a justificar.—
—Entonces siéntate— agregó con voz baja. —Los que huyen del mismo lugar deberían compartir la mesa. Me llamo Amara.—
Hablamos de todo. Me contó que trabajaba en una oficina de seguros, que su vida era monótona, repetitiva… Pero cuando hablaba de historia antigua, le cambiaba el alma.
—No me interesan las guerras ni los reyes— decía. —Me interesan los gestos, las cartas, los nombres escritos en piedra junto a otros nombres, las intenciones, sus finales, las historias de amor infinitas. Yo quiero eso… un amor que parezca sacado de una leyenda, de esos que se sienten eternos aunque el mundo se esté cayendo a pedazos, uno verdadero.—
Yo la escuchaba embelesado. Y entonces le dije: —Quizá el amor verdadero no necesita sobrevivir al tiempo. Quizá basta con que sobreviva en el corazón de alguien… aunque sea solo un día… Aunque lo encuentres en un café.—
Ella bajó la mirada. Sonrió apenas. Y supe que había tocado algo importante.
Entonces me lo confesó: —Hoy por la noche vuelo a Egipto. Es mi viaje soñado.—
Pasamos la tarde como si nos conociéramos desde antes. Hablamos. Reímos. Nos callamos. Hasta que miró el reloj y se alarmó.
—¡Mi vuelo!— Se levantó apresurada. —Gracias por este día. Lo voy a guardar en mi corazón aunque haya sido un solo dia.—
Y se fue. Quince minutos después, al recoger mi mochila, vi una bolsa en el suelo. Era suya: pasaporte, dinero, cargador, su identificación. El corazón me saltó. Tomé un taxi y me fui al aeropuerto. Corrí. Pregunté. Grité su nombre. Nada. Volví a casa derrotado. Me dejé caer en la cama
— Seguro si pudo tomar su vuelo. Al menos tengo su identificación, otro día la busco para dejarle todas sus pertenencias. — Dormí con las botas puestas.
Desperté con una noticia: “Avión comercial con destino a Egipto es derribado por error en zona de conflicto. No hay sobrevivientes. El hecho ocurrió a las 3:40 a.m., hora local.”
Era la misma hora que su vuelo. El mundo se partió. Lloré como nunca antes. No por lo poquito que vivimos. Sino por lo mucho que ya no podríamos vivir. Tomé su bolsa. La abracé. No fui a trabajar. No comí. Solo salí a caminar, decidido a aceptar que había conocido el amor a primera vista… y que ese amor se había esfumado en un solo día.
Era una mañana gris. Perfecta para estar triste.
Antes de llegar al café, la vi a lo lejos. Sentada en la misma silla de ayer. Mi corazón se detuvo. Caminé rápido. Entré… y no era ella. Era solo un reflejo. Un engaño de la nostalgia.
Pedí mi americano frío con endulzante de avellana. Y al girar para sentarme… la vi… Entrando al café. Con una sonrisa capaz de derretir cualquier invierno. Labios rojos. Ojos sorprendidos. Y el alma intacta. Me abrazó. Y me besó. Lento. Verdadero.
—Pensé que habías muerto— le dije entre lágrimas.
—Cuando llegué al aeropuerto no tenía mi identificación. Regresé al café, por si acaso estaba aquí. El barista me dijo que un muchacho había salido corriendo con mi bolsa al aeropuerto. Y supe que eras tú.—
—Claro que era yo— le respondí.— Tú ibas a buscar amor tallado en piedra… y yo supe que el verdadero amor… a veces está en un café, frente a ti, leyendo sola.—
La abracé. Con tal fuerza que pareciera que fuéramos algo más que simplemente dos personas que se conocieron en menos de 24 horas.
—Apenas te conozco,— le susurré — te gustaría dar un paseo? solo uno…. que dure el resto de mi vida.—
Porque hay historias que no necesitan siglos, ni ciudades, ni reyes…
Solo un día, un café, una mirada…. Un amor verdadero…