El museo del estanquillo abre mañana una muestra que reúne parte de las piezas del escultor oaxaqueño que adquirió el escritor Carlos Monsiváis
Cuando tenía ocho años, una costumbre funeraria de su pueblo impresionó y dejó marcado al futuro escultor oaxaqueño Roberto Ruiz (1928-2008): vio el ataúd de un difunto subido en el comedor de una casa y los invitados estaban sentados alrededor de la mesa, comiendo guajolote en mole negro. Al terminar sus piezas de carne, colocaban todos los huesos dentro del féretro.
“Era la despedida a los muertos. Para desearles un buen adiós”, explicó ayer Abraham Ruiz, hijo del artista. “Desde ahí, tuvo una singular concepción de la muerte. Para él no era algo doloroso ni inhumano, sino un viaje en el que te acompañan tus seres queridos, sólo un paso hacia otro umbral”.
Por esta razón, Ruiz recrea en sus esculturas miniatura, talladas en hueso, escenas de la muerte o la calavera Catrina de Posada jugando, bailando, en su boda, recibiendo flores, enamorada, posando, tocando instrumentos musicales y conviviendo alegre con las personas.
El escritor Carlos Monsiváis (1938-2010), uno de los mayores coleccionistas de la obra del artesano, quien a lo largo de 40 años le compró a su amigo cerca de mil piezas, lo llamaba “el eterno enamorado de la muerte”.
Mañana, el Museo del Estanquillo inaugurará la exposición Roberto Ruiz. Gigante de la miniatura, que reúne 600 obras del acervo del cronista, confeccionadas entre 1960 y 1990, que se exhibirán hasta diciembre próximo.
La muerte, la calavera Catrina, el diablo, los ángeles, los santos, los esqueletos, la vida cotidiana rural, los héroes nacionales (Hidalgo, Juárez o Carranza) y los nacimientos son el universo temático de quien ganó el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el Campo de Artes y Tradiciones Populares, en 1988.
Abraham y José Manuel Ruiz, herederos del legado y el oficio del oaxaqueño, que siguen practicando, detallaron ayer, durante un recorrido por la muestra, que su padre logró consolidar su carrera a tal grado que la reina Isabel II fue una de sus coleccionistas.
Narraron que, en 1982, don Roberto fue invitado a trabajar durante tres meses en Londres; y sus miniaturas, cuyo tamaño oscila entre 4 milímetros y 5 centímetros, impresionaron a la reina.
“El Museo Británico adquirió 17 de sus piezas y abrió una sala con el nombre de mi padre. Al morir el maestro, la reina las denominó ‘joyas de la corona’ y las integró a las colecciones reales”, detalló Abraham.
Destacaron que Monsiváis planeaba crear el Museo Roberto Ruiz, un proyecto que la muerte le impidió llevar a cabo. “Por eso queremos rendir un homenaje a don Carlos exhibiendo su acervo en señal de agradecimiento”.
Alejandro Brito, director del museo, dijo que se publicará un catálogo de la muestra.
Escultura en hueso
- Las piezas que se exhiben en la exposición Roberto Ruiz. Gigante de la miniatura fueron realizadas por el escultor oaxaqueño entre 1960 y 1990.
POR: EXCELSIOR