Una despedida inesperada durante la misa de un matrimonio
Por: Arnoldo Bermea
La noche del 19 de julio de 1970, el silencio sagrado del templo de Santiago Apóstol fue interrumpido por un suspiro colectivo. Una tragedia profunda se escribió entre los muros de la iglesia cuando, a solo tres minutos de finalizar la misa, Monseñor Andrés B. Dávila, querido párroco de Monclova, inclinó la cabeza… y no volvió a levantarse.
Celebraba el sacramento del matrimonio entre Juan Barco Padilla y María Isabel Martínez Sánchez. Con voz serena y mirada bondadosa, Monseñor había guiado a los esposos en su unión, como lo había hecho con tantas almas durante más de doce años en esta ciudad que aprendió a quererlo como a un padre. Era su última intervención: la bendición a los nuevos esposos sería también la última de su vida.
El repentino desplome de su cuerpo, lentamente hacia el lado derecho del altar, confundió por un instante a los presentes. Pensaron que se arrodillaba, hasta que la inquietud se convirtió en angustia. Feligreses corrieron en su auxilio. Le practicaron respiración artificial, le masajearon el corazón. Pero el alma de Monseñor ya tomaba otro camino. Inconsciente, fue llevado en ambulancia al Seguro Social, atendido en el trayecto por el Dr. Assef. En emergencias, el Dr. Santiago Menchaca confirmó lo inevitable: una hemorragia cerebral masiva, fulminante.
Monseñor Andrés B. Dávila fue velado en la misma parroquia donde tantas veces consoló y guio. Durante la noche y la mañana siguiente, el templo se colmó de fieles. Monclova entera parecía haber acudido a despedirse. Entre lágrimas y oraciones, el dolor se sentía vivo, pero también la gratitud hacia un hombre que había hecho de su vocación, su hogar y su gente, una misión.
El cortejo fúnebre recorrió la Avenida Venustiano Carranza y, escoltado por una interminable caravana de vehículos, partió rumbo a Saltillo, su ciudad natal. A su paso por las colonias obreras, cientos de personas salieron a despedirlo, algunas a pie, otras desde los vehículos, todas con el corazón apretado.
Fue enterrado en el cementerio Jardines del Santo Cristo. Monseñor Dávila no sólo dejó un recuerdo imborrable; dejó una enseñanza de entrega total, de fe sin fisuras y de amor pastoral. Su último amén no fue solo una despedida: fue una lección de vida hasta el último aliento.
Para saber más: Hemeroteca del Archivo Municipal.