Saber, saber, lo que se dice saber, pues no. El día se pierde en un remoto lugar y tiempo. Los primeros en llegar: soldados, aventureros, misioneros, expedicionarios y muchos anónimos. Entre ellos, algunos antepasados de quienes ahora caminamos por sus calles. Se movían entre el norte de Zacatecas y San Luis Potosí y los valles de Saltillo y Monterrey.
Mientras en Europa se imponía el imperio de Felipe Segundo y se aclaraban los bandos católico y protestante, aquellos hombres de frontera libraban batallas personales, muchas todavía desconocidas. Como seguro las tuvo el capitán Rodrigo Flores de Valdés, nacido en Asturias en 1585 y muerto en 1640 en Monterrey, o su nieto Rodrigo, un alférez que terminó sus días en Saltillo el año de 1729.
Es el aniversario de la capital de Coahuila de Zaragoza, una ciudad que fue dos. A falta de acta, el acontecimiento se recuerda el día con mayores indicios: el 25 de julio, festividad del apóstol Santiago. Una buena cantidad de historiadores ha tratado el tema de la fundación; desde Eleuterio González hasta Carlos Manuel Valdés, pasando, entre otros, por Pedro Fuentes, Esteban Portillo, Regino F. Ramón, Vito Alessio, Tomás Berlanga, Ildefonso Dávila, Pablo M. Cuéllar, Jesús Alfonso Arreola, María Elena Santoscoy, Tirso Lechuga y Armando Fuentes.
En mis primeros años, la ciudad, rumbo al sur, no se extendía más allá de unas señoriales casas en Lourdes. Al poniente, la colonia Panteones se consolidaba; al lado opuesto, la última con pavimento era Abasolo. Al norte, la colonia República se acercaba al Ateneo Fuente. Más allá, solo el Motel Estrella, con su trampolín olímpico, Trailer Park y la antigua plaza de toros Armillita.
En la calle de Victoria: residencias californianas, tiendas de artesanías y hoteles memorables como el Arizpe Sáinz, donde aprendí a nadar y alguna vez se hospedaron Edward Hopper y Pedro Infante. Del hotel Coahuila, demolido para dar paso a un espantoso edificio bancario, solo recuerdo las quejas de mi madre por la atrocidad cometida en nombre de una “pedorra” modernidad.
Vito Alessio escribió en sus memorias un día de junio de 1914: “Largo paseo en un auto por los suburbios y por los alrededores de Saltillo. Visito el manantial principal, que fue indudablemente el que dio nacimiento al burgo español fundado allá por el año de 1575. Los huertos y manantiales de San Lorenzo me encantan. Los segundos de agua cristalina y fría, revientan por todas partes entre frondas bellísimas. Visité las huertas del antiguo pueblo de San Esteban, conocidas ahora con el nombre de «huertas del pueblo», que plantearon y cultivaron los tlaxcaltecas, cercanos al atormentado arroyo del Saltillo. Estuve en las cercanías del cerro de Saltillo, enorme excrecencia rojiza de formas singulares”.
Este 25, recuerdo mi tierra con sus montañas azules y el sol de oriente, el mismo que describió el fallido médico: “…el sol de la mañana detrás del campanario, chispeando las antorchas, humeando el incensario, y abierta allá a lo lejos la puerta del hogar”.
Felicidades, mi querido Saltillo.
P.S. 1. El asturiano Flores de Valdés, mi lejano ancestro, tal vez no imaginó que casi cuatro siglos y medio después su descendencia seguiría en la región; 2, Si me vi romanticón, nostálgico y tal vez chabacano, me vale madre: para eso soy de Saltillo y qué chingaos.