Rubén Moreira Valdez
No se trata solo de quitar contrapesos al Poder Ejecutivo. La idea es otra y se ejecuta sin descanso. Quien controle a Morena tiene el poder. Los cambios constitucionales no se diseñaron para regresar a los tiempos idos y superados del presidencialismo. La perversidad es mayor.
A partir de las decisiones que tomó Calles, inferimos lo que pensó al saber del homicidio del presidente electo Álvaro Obregón. Los pasos que dio son muy conocidos: impuso a Emilio Portes Gil para un interinato; diseñó un partido aglutinador y desde allí colocó en la presidencia a Pascual Ortiz Rubio, mezcla de civil y militar.
A Ortiz lo trajo de una lejana embajada y, por ende, carecía de fuerza castrense bajo su mando. Cuando no aceptó subordinarse al “Jefe Máximo”, fue orillado a la renuncia. El poder de Calles se sostenía en su influencia dentro del partido y el Ejército. Durante los gobiernos de Portes Gil, Ortiz Rubio y Rodríguez, ocupó diversas secretarías de Estado, entre ellas la de Guerra.
Calles, que tenía la legitimidad del revolucionario que se inició en los días de Madero, contaba con dos cualidades: paciencia y determinación. Había trabajado de profesor y se formó con intensas lecturas. Era un hombre que escuchaba y eso le permitió tomar decisiones trascendentales como la creación del Banco de México.
Plutarco sobrevivió a batallas, traiciones y purgas. Me imagino que tenía conciencia de lo que significaba retirarse con un closet lleno de mensajeros del pasado. En lo público, su diseño de partido implicaba el paso a un país de instituciones, lo que sucedió, pero por otras razones y actores.
Obrador intervino en los procesos electorales que acontecieron durante su mandato, en especial en su sucesión. Por muchas razones, la derrota no era una opción para el tabasqueño, como tampoco dejar el poder real.
Por ello, la perversa importancia de Morena; allí se cocinan los candidatos a legisladores, gobernadores y alcaldes. Pero si se piensa en la tranquilidad del régimen y en las legitimidades legaloides propias de las dictaduras bananeras, hay alguien más importante, mucho más: los juzgadores.
“Es un honor estar con Obrador” es el mantra que se repite en las cámaras y las reuniones partidarias. La frase sintetiza la sumisión al maximato que se instala en el país. El plan incluye la figura de “Andy” incrustado en la dirección del “movimiento” y abocado en la construcción de una estructura territorial y corporativa. La caída de Calles inició con una llamada al director del Nacional, donde le ordenaron no usar las palabras “Jefe Máximo”. Obrador busca emprender su maximato un siglo después. No tiene la estatura de Calles ni su movimiento, la fortaleza institucional que consiguió el partido de la revolución. Para el análisis me remito a las primeras líneas de El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.