Luego de extenuante jornada en el turno de tercera, abre la puerta de su vivienda, sólo para descubrir terrible escena
Manolo Acosta
LA PRENSA
Después de una larga jornada en el turno de tercera, Julián Enrique “N” decidió quedarse unas horas extras con la ilusión de llevar más sustento a su hogar; su esfuerzo tenía una única motivación: ver la sonrisa de su esposa, quien siempre había sido la razón de su sacrificio silencioso.
Con apenas 45 años, caminaba con prisa y esperanza hacia su casa en el Fraccionamiento Carlos Salinas. Nunca imaginó que, al abrir la puerta, sus ilusiones se quebrarían al ver a su amada en los brazos de otro.
La escena se clavó en su alma como una daga certera, partiendo su corazón en dos y dejándolo al borde de un infarto por la impresión, de pronto sus manos temblaban, sus ojos se nublaban de lágrimas y el aire parecía faltarle en medio de aquel instante devastador.
Humillado y con el orgullo hecho pedazos, Julián salió tambaleante de la vivienda, apretando con fuerza su pecho en un intento por contener el dolor, también su cuerpo apenas respondía, y sus pasos se volvieron inseguros mientras el alma parecía desvanecerse junto con sus esperanzas.
Los vecinos, al ver su rostro pálido y sus gestos de agonía, no dudaron en pedir ayuda al servicio de paramédicos del GUBC, cuando eran las 9:00 de la mañana cuando llegaron para atenderlo, encontrando en él no solo un cuerpo en crisis, sino también un espíritu roto.
Al revisarlo, notaron la presión disparada y el corazón latiendo con un ritmo desbocado, por lo que aplicaron los primeros auxilios de inmediato, luego lo trasladaron de urgencia al hospital Amparo Pape, donde quedó bajo observación médica, con la mirada perdida en un dolor indescriptible.
Pero ninguna medicina logrará sanar la herida que le dejó la traición de una mujer ingrata, ese sufrimiento no entiende de batas blancas ni de diagnósticos.