Oralia Alejandra Galván Ontiveros ha mantenido una incesante búsqueda de su hijo –de entonces 22 años- quien una noche salió de su casa, llamado desde una camioneta, y nunca regresó
Fabiola Sánchez
LA PRENSA
Han pasado siete años desde que la vida de Oralia Alejandra Galván Ontiveros se detuvo en seco; su hijo, Luis Darío Montalvo Galván, salió de casa una tarde de junio del 2018 tras escuchar que lo llamaban desde una camioneta roja y nunca volvió.
Desde entonces, esta madre vive con un dolor que no se atenúa, con la herida abierta de no saber dónde está ni qué fue de él, cada amanecer es un recordatorio de su ausencia, cada noche una plegaria para encontrar, aunque sea una pista que le devuelva la paz.
Oralia recuerda con claridad la última vez que vio a su hijo, estaban en casa tras regresar de un cuando una camioneta roja se estacionó frente al domicilio en la colonia Emiliano Zapata, alguien lo llamó por su nombre: “Darío” él salió sin titubear, y jamás volvió a entrar, desde ese momento, el silencio y la ausencia se apoderaron de su vida y de la de toda su familia.
Luis Darío tenía apenas 22 años cuando desapareció, trabajaba como albañil y, aunque su madre le advertía constantemente de las malas compañías, él nunca dejó de frecuentarlas.
Hoy, a sus 29 años, su destino es un misterio que atormenta a quienes lo aman, Oralia asegura que su hijo era alegre, bromista y muy confiado, características que, paradójicamente, pudieron jugar en su contra.
Detalló que, ante lo ocurrido la búsqueda comenzó de inmediato acudió a la Fiscalía y levantó la denuncia correspondiente, pero pronto se encontró con la indiferencia y la burocracia.
“Puras mentiras”, acusa ante la falta de respuestas oficiales, buscó refugio en colectivos de familias rastreadoras, mujeres que, como ella, han dedicado su vida a buscar a los suyos “hasta debajo de las piedras”.
Con el paso del tiempo, la fe y la desesperación llevaron a Oralia a tocar toda clase de puertas, desde iglesias hasta supuestos videntes, cada palabra que prometía información se convertía en un hilo de esperanza que la impulsaba a seguir, aunque en ocasiones le costara dinero, energías y una profunda decepción.
“Gasté mucho en cartas y adivinaciones, pero todo me dejaba peor”, relata.
El dolor no solo fue emocional, también económico y físico, la depresión de la madre la llevó a perder su negocio y a aislarse de sus otros hijos cayendo en una fuerte depresión por la ausencia de su hijo Dario.
“Duré días sin bañarme, sin comer, sin dormir, ya no quería nada”, confiesa que fue hasta que acudió a la iglesia y pidió fortaleza a Dios que logró levantarse y continuar con la vida, aunque con una herida imposible de cerrar.
Recientemente en medio de esa lucha, llegó a sus oídos un testimonio dentro de un penal femenino, donde una interna aseguró haber visto a su hijo, declaración que aún está pendiente de entregarse oficialmente, abrió un resquicio de esperanza, sin embargo, Oralia se aferra al presentimiento de madre: “Mi hijo ya no está vivo, yo lo siento”, pese a ello, espera encontrarlo, aunque sea para darle sepultura.
La mujer comparte que el tiempo no ha borrado la ausencia, al contrario, la ha hecho más pesada, en casa, la presencia de Darío sigue viva en fotografías y recuerdos e incluso su pequeña nieta, de apenas año y medio, carga las imágenes de su tío como si lo reconociera.
“Si él viviera, estaría vuelto loco con esta niña”, dice con un nudo en la garganta.
Aunque asegura estar resignada, su voz se quiebra al imaginar la posibilidad de verlo entrar por la puerta nuevamente.
“Estoy preparada para lo malo, pero no para lo bueno, no estoy preparada para verlo llegar”, confiesa.
Entre la fe y la resignación, Oralia ha entregado a su hijo a Dios, esperando que sea Él quien le dé la última respuesta.
Han pasado siete años, pero para esta madre cada día es como si el dolor empezara de nuevo, mientras tanto, su voz sigue firme y su promesa intacta: buscará a Darío hasta el último aliento.