Rubén Moreira Valdez
El presidente americano afirmó: “Finalmente y de la mayor importancia, la voz de México se hace oír al servicio de la paz mundial. Su gobierno ha trabajado larga y duramente para controlar las armas y los armamentos, tanto nucleares como convencionales, tanto en este hemisferio como en el resto del mundo. No sería exagerado decir que, de todos los países del mundo, no existe ninguno más dedicado al control de las armas ni más opuesto al militarismo, que México”.
La relación entre las dos naciones es complicada desde siempre. Nos alejan muchas cosas, algunas que se encuentran en lo más profundo de nuestra naturaleza y de la forma en la cual se construyeron las dos identidades. Tal vez la pista se encuentre en la perspectiva que desde la religión tenían nuestros antepasados de la dignidad, el trabajo y la propiedad. Ellos, protestantes y en buena medida calvinistas; nosotros, católicos y de influencia salmantina. Los resabios de aquella tensión quedan vivos y se manifiestan de diversas maneras.
Para los gringos la expansión era urgente, desde su independencia se pusieron la meta llegar al Pacífico. Les ayudó el crecimiento de su población y las ganas de agredir, tanto a “las pieles rojas”, como a sus vecinos del sur.
Adams dijo: “La totalidad del continente norteamericano parece encontrarse destinado por la Providencia para ser poblado por una sola nación, hablando un solo idioma, profesando un sistema uniforme de principios religiosos y políticos, habituado a un sistema de usos sociales y de costumbres”. Frases parecidas encontramos en Washington y Jefferson.
Por cierto, y como señala el sabio José Manuel Villalpando en su libro “Las balas del invasor”, los gringos querían el territorio, pero sin mexicanos, y para muestra, lo escrito por Poinsett: “La carencia de medios para adquirir conocimientos, la falta de todo estímulo para ejercitarlos, la facilidad para procurarse, casi sin trabajar, los medios de subsistencia, un clima suave y enervante y su relación con los aborígenes, que fueron y se encuentran todavía degradados hasta la más ínfima condición de seres humanos, todo contribuyó a hacer de los mexicanos un pueblo más vicioso e ignorante de lo que habían sido sus antepasados”.
El carismático Carter, es el autor del párrafo inicial. Vino a reunirse con López Portillo para negociar sobre migración, narcotráfico y energéticos. Hay varias versiones sobre el tono de las reuniones que se dieron en Palacio Nacional. Sin embargo, para él era muy importante echar atrás la decisión de México de no vender gas a su país o hacerlo a un alto costo.
México perdió en el XIX su territorio, entre otras cosas, por gobernantes: ignorantes y ególatras. Hoy, ni gas tenemos para amagar a los vecinos y dependemos de ellos para comer.
Aquel día Carter también habló de la comida mexicana, la venganza de Moctezuma y la belleza de doña Carmen.