50 años de constancia, contratos y pagarés, la han convertido en testigo de la historia cotidiana del Mercado Juárez, donde su máquina de escribir sigue vigente, en medio de un mundo lleno de tecnología
Monserrat Rodarte
La Prensa
Corría el año de 1970 cuando, recién egresada de la carrera de secretaria, llegó al Mercado Juárez en busca de una oportunidad para trabajar y llevar sustento a su familia. Y fue ahí donde encontró su lugar, mismo que ha mantenido por más de medio siglo.
“Muchas veces solo me piden contratos de arrendamiento, pagarés, cartas de recomendación o cartas que traen escritas a mano y quieren pasarlas a máquina”, cuenta mientras sonríe.
En aquel entonces cobraba entre 3 y 5 pesos por documento; hoy, sus servicios no superan los 50 pesos por escrito. A ese ingreso suma lo que obtiene con la venta de dulces que ofrece a quienes se acercan a su escritorio.
María Isabel asegura que en todos estos años no le ha tocado escribir cartas de amor. “Aquí no hay historias de amor”, comenta entre risa y vergüenza, aunque reconoce que cada texto que pasa a máquina lo hace con la misma seriedad y discreción, guardando la confianza de sus clientes.
Su máquina de escribir, que solo ha cambiado una vez, la acompaña desde siempre. “La máquina ya tiene rato, pero el escritorio es más nuevo. Antes estaba en el segundo piso, pero me bajaron y la gente me siguió”, relata.
Hoy se le encuentra en el área de artesanías, rodeada de color y tradición. Ahí, entre el bullicio del mercado, María Isabel se ha convertido en parte de su esencia, preservando un oficio que resiste al paso del tiempo y que, aunque no deja grandes ganancias, le permite salir adelante con dignidad y constancia.