Miles de fieles recorrieron Frontera para honrar al santo patrono de las causas dificiles
Por Iván Villarreal
La Prensa
FRONTERA, COAHUILA.- El sol del desierto coahuilense apenas despuntaba sobre el ejido 8 de enero, pero ya el aire vibraba con una energía palpable: el aroma de velas derretidas, el murmullo de oraciones entrecortadas y el eco de pasos cansados pero resueltos. En la capilla de San Judas Tadeo, epicentro de una devoción que trasciende el tiempo y las distancias, miles de fieles se congregaban este martes para conmemorar al “santo de las causas imposibles”. Era el día de su fiesta litúrgica, el 28 de octubre, y Frontera, en la región centro de Coahuila, se convertía una vez más en un faro de fe para los coahuilenses.
Desde la noche anterior, las filas se extendían como un río humano: familias enteras, niños con caritas sucias de polvo del camino, adultos con imágenes del apóstol en alto, y grupos de danzantes que, al ritmo de tambores y violines, honraban al discípulo de Jesús con pasos que mezclan tradición indígena y catolicismo devoto, mientras el termómetro marcaba los 30 grados a la sombra. Pero no era solo el sol; era el fuego de la esperanza colectiva, alimentado por veladoras que, una a una, se acumulaban a los pies de la imagen del santo, hasta rebasar la capacidad del recinto y desbordarse al exterior.
San Judas Tadeo, uno de los doce apóstoles y hermano de Santiago el Menor, es invocado en los momentos de mayor desesperación: enfermedades incurables, empleos perdidos, familias fracturadas. Su epístola en el Nuevo Testamento lo presenta como “siervo de Jesucristo”, y su martirio en Persia –junto a Simón el Zelote– lo eleva como patrono de lo imposible. En México, donde su devoción explotó en el siglo XX, el 28 de cada mes se encienden velas en su honor, pero el de octubre es el clímax: un ritual que une a pueblos enteros en peregrinaciones que recuerdan las antiguas romerías europeas, pero con el sello mestizo del norte mexicano.
En medio del bullicio, las historias personales emergen como hilos de un tapiz tejido con gratitud y súplica. Yanira González, una madre de familia de Monclova, se acercó al micrófono con voz temblorosa: “Vengo a pedirle por mi salud y la de mis hijos. San Judas nunca falla; el año pasado me salvó de perder mi trabajo”. No lejos de allí, un grupo de niños, algunos tan pequeños que apenas alcanzaban la rodilla de los adultos, depositaban flores rojas –símbolo del amor y la pasión de Cristo– junto a las velas.
Pero nada iguala el testimonio de Emiliana Sánchez y José Contreras Ábalos, una pareja de la Sierra de Nadadores. Ella, con el rostro marcado por el esfuerzo, confesaba: “Aquí estoy mala del corazón. Me han querido dar dos infartos. Estoy también mala de la columna”. Y sin embargo, había caminado kilómetros desde La Sierrita, un trayecto árido y empinado que muchos recorren en ayuno. “¿Y ahorita se vino caminando?”, le preguntaron. “Sí, caminando”, respondió con una sonrisa que desafiaba el dolor. Su compañero, sosteniendo una imagen del santo, añadía: “La fe mueve montañas”. En un día donde el sol castiga sin piedad, su peregrinación no era solo un acto de culto, sino un desafío al destino, un eco vivo de por qué Judas Tadeo es invocado en las “causas difíciles”.
Más allá de las velas –de las que Doña Melba, una vendedora local, contó más de mil encendidas solo en la madrugada–, las ofrendas tomaban formas inesperadas. En el Parque de las Bugambilias, sede improvisada para los peregrinos, grupos como el de Fernanda Carrizales distribuían taquitos, jugos y pan marmoleado. “Es otra tipo de ofrenda”, explicaban, mientras repartían agua fresca a caminantes exhaustos. “Vienen sedientos, cansados, con niños en brazos. San Judas nos ha hecho varios milagros: salud para la familia, un empleo estable. Esto es para agradecer y ayudar a los que llegan como nosotros llegamos una vez: sin nada”. Sofía, otra devota, lo resumía: “Es su intercesión ante Dios. Nos ha salvado de lo imposible”.
Areli Leija, con los ojos aún húmedos por la emoción, compartía su propia epifanía: “Se recuperó… es un milagro. Vengo dos años seguidos y seguiré toda la vida”. Y María Luisa Hinojosa Ibarra, con nueve hijos y cuarenta nietos, cerraba el círculo: “Somos de Nadadores, pero venimos siempre. Agradecidos por la vida de mis hermanos, mi mamá de 89 años… San Judas nos une”. Sus palabras, entre sollozos y risas, pintaban un mosaico de vidas entrelazadas por la fe.
El corazón del día latía en las misas ininterrumpidas, desde el alba hasta la noche. En el parque, el diácono permanente César Castillo bendecía el inicio de una eucaristía: “Año con año, la gente devota acude por las múltiples causas que cada uno trae. Es algo muy importante esta devoción a los santos”. La capilla, adornada con mantos bordados y exvotos –fotografías de curaciones, medallas de trabajos encontrados–, se llenaba de un coro espontáneo: “Dios Todopoderoso, tenga misericordia de nosotros”.
Fuera, la seguridad velaba por el orden. Antonia Rodríguez, responsable de turno de la Policía Especial, detallaba: “Desde ayer en la noche, con Protección Civil, bomberos y ambulancias, atendemos a los que llegan débiles. Vienen en ayuno, sin comer, y el sol es fuerte. Hoy hemos ayudado a cuatro, pero no es un gran número gracias a los puestos de agua y alimento en la carretera”. Talleres locales, como uno de soldadura que cargaba una figura gigante del santo, contribuían con hidratación improvisada. “Para que no se deshidraten, para que la glucosa no falle”, explicaba Rodríguez. Era la fe en acción: no solo espiritual, sino comunitaria.
