Doña Ignacia y sus cuatro pequeños, caminaron hasta la capilla de San Judas unidos en devoción y esperanza
Por Iván Villarreal
La Prensa de Coahuila
Frontera, Coahuila. — Bajo el sol de octubre y con pasos llenos de fe, doña Ignacia Palacios avanza junto a sus cuatro nietos por el camino que conduce a la capilla de San Judas Tadeo, en el ejido 8 de Enero. No es la primera vez que lo hace, pero sí una de las más significativas: este año agradece al “santo de las causas difíciles” la bendición de tener a sus nietos con ella.
“Dios me dio la licencia para tenerlos conmigo”, dice con una sonrisa cansada, pero sincera. Los padres de los niños no pudieron hacerse cargo de ellos, y desde entonces doña Ignacia asumió esa misión con amor y fe. “Mientras Dios me preste vida y salud, aquí vamos a andar”, asegura mientras sostiene de la mano a los pequeños.
Los nietos —Martín Antonio, Michel Guadalupe e Iker Alexis, además de una pequeña más— avanzan a su lado disfrazados de San Judas Tadeo, con túnicas verdes y doradas que ondean al ritmo del viento. Entre la multitud, llaman la atención por su entusiasmo y por el orgullo con que acompañan a su abuela.
“Cada año les inculco la fe, como me la inculcaron a mí”, explica Ignacia. “Hasta que estén más grandes, seguiremos viniendo”.
Alrededor de ellos, decenas de peregrinos caminan también con devoción. Algunos vienen desde colonias como Ana Laura y Occidental, recorriendo kilómetros bajo el sol para llegar a la capilla construida por don Norberto Carrizales, quien cada año organiza el festejo en honor al santo.
El trayecto no es fácil. A ratos, los niños se cansan, uno pierde un zapatito, otro se rezaga un poco; pero la abuelita no se detiene. Los anima con ternura y con la convicción de que este esfuerzo tiene un propósito más grande.
“Es difícil, porque son varios niños y el camino está largo, pero vale la pena”, confiesa. “San Juditas siempre me ha ayudado”.
Faltan pocos kilómetros para llegar al nicho, y el cansancio no logra vencer la fe. En el ambiente se mezclan cantos, rezos y el sonido de los pasos que marcan el ritmo de la esperanza.
Así, entre polvo, promesas y sonrisas, doña Ignacia Palacios continúa su andar, demostrando que la fe también se hereda. Cada paso suyo es un acto de amor y gratitud, una lección de vida que sus nietos recordarán siempre.