Ernestina Zambrano y Manuel Peña regresan al mismo rincón del camposanto, bajo una pequeña cruz que ha resistido al paso del tiempo
Por Iván Villarreal
La Prensa
Cada 1 de noviembre, cuando el sol apenas calienta las lápidas del Panteón Guadalupe, Ernestina Zambrano y Manuel Peña regresan al mismo rincón del camposanto. Allí, bajo una cruz pequeña que han pintado una y otra vez, yace su bebé Andrés, el hijo que se les fue hace 58 años con solo tres meses de vida.
En el Panteón Guadalupe, familias enteras se reúnen para limpiar las tumbas de sus seres queridos como parte de las tradiciones del Día de Muertos. Para Ernestina y Manuel, esta labor es una forma simbólica de recordar a su bebé Andrés, quien falleció en 1967.
“Venimos a limpiar la tumba de mi hijo y tengo aquí a toda mi familia”, relató Ernestina Zambrano mientras barrían, regaban y elevaban la pequeña tumba. Su esposo Manuel Peña pintaba la crucita y explicaba: “Cada año venimos… a tener cuidado con ellos, levantarles su tumba”.
Para ellos, el Día de los Santos Angelitos no es solo tradición: es el día en que Andrés vuelve a casa. Aunque el cuerpo se quedó en esa tierra hace casi seis décadas, el corazón de sus padres nunca lo soltó. “Es mi niño”, susurra Ernestina, y en sus ojos se refleja la misma lágrima que ha caído cada año, sin falta, sobre esa tumba que han cuidado con manos temblorosas y devoción infinita.
“Aquí está toda la familia”, dice Ernestina, y en esa frase cabe un mundo de ausencias que se convierten en presencia cada Día de Muertos.
Ernestina mencionó la pérdida de otra crucita en el pasado debido a las delgadas tablitas proporcionadas por la funeraria la Paz, pero enfatizó que Andrés “es el que está aquí”.
Con la llegada del 1 de noviembre, Día de los Angelitos, las familias alistan el camposanto para recibir a los visitantes y mantener viva la memoria de los fallecidos.
58 años no han borrado el dolor, pero han convertido el recuerdo en un ritual de amor inquebrantable. En el Panteón Guadalupe, entre flores de cempasúchil y murmullos de oración, Andrés sigue siendo el centro de un hogar que nunca dejó de esperarlo.