
Por José Elías Romero Apis
La política actual acusa varias complicaciones. Una de ellas es la violencia casi convertida en pendencia. Está dejando de ser un juego de civilización y empieza a ser un juego de berrinches. Esto encierra peligros de gran tamaño.
Ya empezamos a saltar las trancas de la ley. Después, saltaremos las trancas de la ética. Por último, saltaremos las trancas de la razón y las de la fuerza. Así las cosas, nos vamos a agredir, nos vamos a ofender, nos vamos a perseguir, nos vamos a envilecer, nos vamos a odiar, nos vamos a matar y nos vamos a destruir.
Otro ingrediente es la inconsistencia que ha convertido a nuestra política en grosera y en grotesca. En un debate de defectos y no de proyectos. Unos les dicen a los otros que son rateros y éstos les contestan a aquéllos que son pendejos. Y, para nosotros los gobernados, lo peor es que parece que ambos tienen la razón. Pero ninguno de los confrontantes nos lleva ni a la decencia ni a la eficiencia.
Un tercero y muy preocupante es su incoherencia. Parece que estamos debatiendo nuestro siglo XIX para diseñar nuestro siglo XXI. Nada más peligroso en la política de una nación que la acronía.
Ninguna gran nación se ha resuelto en una sola victoria. Mientras más lejos en el tiempo se encuentra la última, más cerca se encuentra la próxima. Porque si la victoria del pasado no es definitiva para el presente ni para el porvenir, ello nos advierte y nos previene.
En nuestro siglo XIX triunfó el federalismo y creímos que ya era una discusión superada. Pero hoy todavía hay quienes proponen legislaciones uniformes, autoridades centrales, mandos únicos, desaparición de poderes y que los gobiernos federados se convirtieran en delegaciones federales. Esto ha sido una constante sin distinción en todos los partidos y en los recientes sexenios. Pero el partido federalista hoy parece que no está en la contienda.
En nuestro siglo XIX triunfó la democracia y pensamos que ya era un debate superado. Pero hoy todavía hay quienes reniegan del pluralismo ideológico, del pluripartidismo electoral, de la convivencia pacífica y del contrapeso congresional. Esto, también, sin distinción de partidos ni de sexenios. Pero el partido demócrata hoy parece que no está en la boleta.
En nuestro siglo XIX triunfó el liberalismo y nos ilusionamos con que ya era una polémica superada. Pero hoy todavía hay quienes no aceptan el respeto del gobernante hacia el gobernado ni la libertad de pensamiento ni la de creencias ni la de expresión. Esto trasciende partidos y sexenios. Pero el partido liberal hoy parece que no acudió al debate.
En nuestro siglo XIX triunfó el constitucionalismo y supusimos que ya era un conflicto superado. Pero hoy todavía hay quienes proponen derruir las instituciones, comenzando por las garantías constitucionales, incluyendo las de la libertad, las de la propiedad, las de privacidad o las de seguridad jurídica. Esto transversaliza partidos y sexenios. Pero el partido constitucionalista hoy parece que no conservó su registro.
En nuestro siglo XIX triunfaron el republicanismo, la soberanía, la justicia, la equidad y las aspiraciones de progreso. Pero hoy todavía hay quienes quisieran que fuéramos una monarquía o un politburó. Que nos sometiéramos a las potencias extranjeras, aunque unos prefieran las de hamburguesas y otros las de caviar. Pero el partido republicano y el partido nacionalista parece que hoy no participarán.
Desde luego que hoy estamos mejor que hace 200 años y eso ha sido una victoria de nuestra política. Para ello han contribuido todos los partidos y todos los sexenios. Pero todavía no llegamos a una victoria final. Muchos se nos oponen y son reacios y recios. Sus voces, en ocasiones, se esconden atrás de una campaña, de una sigla, de un pelele o de un seudónimo.
Nuestra política está atorada. No importa quién lo hizo ni cuáles fueron sus motivos. Pero lo importante es que la desatoremos y más nos valdría que lo hiciéramos muy pronto.