
Por José Elías Romero Apis
Entiendo que Cuba es una equivocación. Entiendo que Afganistán es un atraso. Entiendo que no entiendo lo que es Venezuela.
Cuba me parece una equivocación, pero no por el comunismo, al que no comparto ideológicamente, pero tampoco lo clasifico como un error. Creo que el comunismo chino ha sido acertado hasta ahora, y que el comunismo soviético fue la mejor solución posrevolucionaria.
Pero creo que el proyecto cubano ha sido un yerro. Primero, porque fue tardío. Quiero a Cuba y me duele su tardanza histórica. Llegó tarde a la independencia. Llegó tarde al comunismo. Y llegará tarde al neocapitalismo. Han culpado al embargo estadunidense. Pero tampoco comercian con Rusia ni con China ni con Alemania ni con Francia ni con México. No venden porque no producen. No compran porque no venden. Los europeos casi no se interesan en invertirles. Y los rusos creo que ya se cansaron de regalarles.
En cambio, Afganistán no está equivocado, sino que está atrasado. Cuba se perdió en el camino. Afganistán se perdió en el tiempo. No porque el islamismo sea un atraso. Hay países islámicos avanzados que están insertos en la vida y en la comunidad europea, tal como Turquía. Pero el afgano no es un atavismo teológico, sino anacrónico. Es brutal no por su creencia, sino por su vivencia. Su visión del Estado y de la humanidad está mil años por atrás de nuestra visión del mundo.
Por eso digo que hay comunismo en bruto y comunismo en fino. Que hay islamismo en fresco y hay islamismo en rancio. Que hay capitalismo, que hay liberalismo y que hay socialismo en bárbaro y los hay en civilizado.
Sin lugar a duda, durante 50 o 60 años México fue el país más socialista de la América Latina. Pero, sin embargo, fue el más productivo, el más estable y el más liberal de toda la región. Por si fuera poco, fue el principal socio económico, comercial, turístico y laboral de Estados Unidos, así como su mejor aliado cuando se tuvo que ir a la guerra. México no era un capricho sexenal, sino un proyecto nacional. Se dice que el régimen socialista, laborista y estatista de Lázaro Cárdenas contrastó con el de su sucesor, Manuel Ávila Camacho, a quien se ha tildado de conservador, de liberal y de capitalista. Nada más falso. El sucesor ni canceló la expropiación petrolera ni revirtió la reforma agraria ni anuló las prerrogativas obreras y ni siquiera borró los murales de los pintores socialistas.
Pero, además, fundó el Seguro Social, amplió la educación pública, fincó el sistema de salud y mantuvo la ruptura con el gobierno franquista y, por razones de altísima política, al mismo tiempo se construyeron campos de polo o hipódromos para caballos pura sangre. Cárdenas expropiaba, pero no fundaba. Ávila Camacho fundaba, no expropiaba.
Durante décadas, México fue una cadena transexenal sin eslabón perdido. Ese “milagro mexicano”, ese “desarrollo estabilizador” y esa “política a la mexicana” no era fácil de explicar ni de entender. Para ello se tenía que estudiar en una universidad. Por cierto, había 50 de ellas para entender a México en inglés.
También hubo y hay momentos oscuros. En ellos, México se perdió en el camino, pero no se perdió en el tiempo. Sin interrupción, en un siglo han mejorado el republicanismo, la democracia, las libertades, las garantías constitucionales, las instituciones, la educación, la infraestructura, la producción, el comercio y muchas otras referencias.
Es cierto que hemos tenido lapsus y fracasos. En varios momentos han ido mal la seguridad pública, el sistema de salud, la pobreza extrema y otros más. Quizá lo más adverso es que, en diversos momentos, ha ido muy mal nuestra política. ¡Cuidado, mucho cuidado! Cuando todo va mal, pero la política va bien, todo puede mejorar. Pero cuando la política es lo que va mal, puede empeorar hasta lo que ha ido bien.
Las naciones no le deben su grandeza ni a su riqueza ni a su fuerza ni a su conquista. Se lo deben, sin duda y sin excepción, nada más a su política. Buena política da buena nación. Mala política produce mala nación.