Para algunos alumnos es el primer día de clases, para otros el segundo. Detrás de los cubrebocas y caretas se ocultan diversas expresiones. Unos con felicidad, otros con nervios acuden a la escuela. Pocos padres de familia se dicen totalmente seguros de esta decisión, pero coinciden en que el riesgo debe correrse.
En este segundo día de clases presenciales en el País, maestros y padres de familia concuerdan en que incrementó la asistencia a las aulas en el Valle de México. Sin embargo, no de manera sustancial.
Ayer, en escuelas visitadas dijeron que no acudieron más de 6 alumnos por grupo, hoy prevén que el número llegue a 9.
Una de ellas fue la Primaria «Amalia González Caballero» en Azcapotzalco, donde ayer se registró una protesta de padres de familia en contra de las clases presenciales.
En la fachadas todavía las cartulinas con frases y argumentos contra el regreso presencial están pegadas, pero las clases iniciaron.
No hay agua y tampoco hay luz en este plantel educativo, pero el líquido fue llevado con una pipa para solucionar la carencia del primer servicio. Sobre el segundo, dice personal educativo, es suficiente la luz de día.
También en la Primaria ISSSTE de Tlatelolco, en la Alcaldía Cuauhtémoc donde ayer se registraron incluso jaloneos de padres con opiniones encontradas sobre el sí y el no de la presencialidad, las clases continuaron pese a daños en techos y pisos.
No corrieron con la misma suerte los educandos de la Escuela Primaria José María Morelos y Pavón en Tlalnepantla, donde los padres se negaron a enviar a sus hijos hasta que se garantice que habrá suficiente agua.
Los nervios frustraron el intento de un alumno de segundo grado, de ingresar a la Primaria «Obrero Mexicano», ubicada en la Alcaldía de Azcapotzalco, Ciudad de México.
A las 7:30 horas, acudió acompañado de sus padres, pero a unos pasos de la entrada volvió el estómago. Apresurados, sus familiares le quitaron la cubrebocas y la careta. Decidieron llevarlo de vuelta al hogar.
«Estamos haciendo el intento, desde un principio hablamos con él y le dijimos que haríamos lo que él quisiera. No estaba acostumbrado a levantarse tan temprano, le costó levantarse antes de las 6 y le hicimos de comer para que si puede no coma aquí, para que haya menos riesgo, tal vez fue eso», expuso la madre.
«Hablaremos con él. Está emocionado de estrenar sus útiles y le aburre tomar clases desde su celular, pero también lo vemos muy nervioso, en el auto le temblaban los dientes. Vamos a valorar si podemos enviarlo», agregó.
Otra madre llevó a sus hijas de quinto y sexto grado uniformadas y peinadas, pero ambas olvidaron su cubrebocas. Ellas bajaron de un camión. En la entrada, les fueron proporcionados unos tipo tricapa. La mamá consideró que era la mejor opción enviarlas a las clases, aunque dijo que no está del todo segura que las posibilidad de contagio sea mínima como lo afirman autoridades.
María de Jesús Sánchez cargó las mochilas de Diego y de Christopher de 10 y 8 años -respectivamente- hasta la entrada de su escuela. Ellos asistieron emocionados y con la urgencia de convivir con sus amigos, aunque con la instrucción de sus familiares de que no lo hicieran tan cerca y no los toquen.
Ella acepta que es un riesgo y también lo asume, pero admite que aún no está del todo segura o tranquila.
«Ahora sí que estamos con la incertidumbre también del contagio, pero yo creo que con las medidas adecuadas vamos a poder pues seguir adelante, más que nada por ellos», se convence.
Jovana Ivonne Molina, madre de una alumna de primer grado, sólo acudió por los libros de texto para las clases de su niño.
Ella está segura de que en estos momentos no es una opción que acuda a estudiar.
«Prefiero a mi hija segura aunque pierda un año de escuela, la verdad», sostuvo.
Mía Natalia de 6 años se apresura a la entrada. Lleva cubrebocas y careta. Es su primer día, no sólo de clases, sino el que conocerá una escuela.
De sus padres conocía historias de los juegos y lecciones en una escuela. Del aroma de las maestras y de que se les solía llevar manzanas.
Ella emocionada decidió vivir la experiencia, aunque ahora no pueda hacer todo lo que le contaron. Meses antes, las clases de matemáticas las tomaba con sus familiares que son comerciantes.
«Luego la tenemos ahí en el puesto y hay gente de todas formas. En la casa ya estaba muy aburrida y además uno la lleva a fiestas y sale por cosas donde hay mucha gente, también convive con gente», se sincera el padre Óscar Cruz.