
Por José Buendía Hegewisch
Morena y la sucesión anticipada
La disputa en Morena ha abierto la perspectiva de una lucha anticipada por la sucesión presidencial de 2024. La renovación de su dirigencia ha sido un proceso sin reglas claras e incapacidad para dirimir conflictos internos, salvo el arbitraje de López Obrador como su líder indiscutido. El movimiento electoral de mayor éxito de los últimos tiempos se debate entre la repetición de las viejas prácticas que debilitaron a los grandes partidos y el extravío de instituciones de la alternancia democrática que ellos mismos se propusieron derrumbar —o controlar— sin tener con que sustituir, como el Tribunal Electoral.
El caos que desde hace un año le impide construir un liderazgo estable para salir del marasmo y el comportamiento errático del TEPJF dan cuenta de la precariedad institucional de Morena y el dominio de su vida interna por “hombres fuertes” de la nomenclatura y la burocracia desde su victoria en 2018. Los líderes de sus tribus pelean por la definición de las candidaturas a las gubernaturas con que asegurar posiciones en la elección de 2021 y la implantación en el territorio de sus huestes como condición de oportunidad en la sucesión presidencial.
El combate sin reglas por aparato partidista, sin embargo, se traduce en un “desbarajuste” de Morena y el ridículo del TEPJF como instancia jurisdiccional para poner freno a la guerra intestina. Entre sus liderazgos fuertes, Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal, han mantenido un pulso fuerte por un acuerdo en el reparto y “palomeo” de candidaturas, a pesar de su alianza a favor de Mario Delgado, incluso a riesgo de descarrilarlo. Por otra parte, la irrupción de Porfirio Muñoz Ledo en el liderato del sondeo, apoyado por Claudia Sheinbaum, acabó de descuadrar la estrategia de la encuesta y desató una batalla campal con sus acusaciones hacia Ebrard de pretender apoderarse del partido a mitad del sexenio.
La llamada al orden vino del Jefe Máximo, como en los viejos tiempos del autoritarismo priista, con el regaño de López Obrador de mandarlos “al carajo con el oportunismo. Hay mucho pueblo para tan poco dirigente”, fustigó, para recordar que la política de la 4T se hace desde Palacio Nacional. Su arbitraje indiscutido terminó por imponerse como fiel de la balanza y dejar correr la “cargada” en favor de Delgado por la necesidad de un partido estable para retener la mayoría en 2021. Aun así, ahora el resultado es incierto.
Pero lo más grave es la actuación volátil del TEPJF, que demostró ser permeable a la política y su autonomía vulnerable a las disputas partidistas. Primero mandató al INE a realizar una encuesta ante la falta de condiciones de Morena para autoorganizarse, aunque ese método de elección no está en sus estatutos. Luego le ordenó modificar lineamientos y convocatoria, pero sin ofrecer pautas sobre fiscalización, debates y reglas de campaña, que ellos mismos avalaron en la encuesta y finalmente trataron de echar abajo. In extremis metieron reversa ante el alto costo, incluso para su sobrevivencia, de descarrillar el proceso y dejarlo abandonado a una ruta incierta por sus inconsistencias.
La experiencia es muy preocupante porque juzgará y calificará la elección de 2021 y la sucesión presidencial. Tanto, que un aspirante en la encuesta veía en su actuación la prueba de la eficacia para derruir las instituciones del pasado como prometía su partido, pero sin suplirlas con nuevas reglas que ofrezcan certidumbre a los procesos electorales. Los oídos de los magistrados parecen estar abiertos al zarandeo mediático o a la influencia del consejero jurídico de la Presidencia, al líder de Morena en el Senado y de otros caudillos internos, como Ebrard y Sheinbaum, en sus aspiraciones presidenciales.
Los yerros para renovar a su dirigencia no sólo dejan ver las dificultades para mantener el discurso de diferenciación con el pasado, como el evidente derroche de recursos, sino el riesgo de que el partido mayoritario se convierta en fuente de incertidumbre política y electoral. Aunque, según los sondeos, el 39% de los mexicanos está dispuesto a votar por Morena encima de los otros partidos, la falta de institucionalidad revela el peligro de ir hacia una sucesión desordenada, en la que la “perredización” de sus tribus no sea sólo la repetición del viejo método del reparto de cuotas, sino aún más grave, el refugio ante la ineficacia de las reglas institucionales para regular la lucha por el poder.