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martes 16 de septiembre de 2025

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Juegos de poder

Juegos de poder

Por Leo Zuckermann

Mario Molina, mexicano excepcional

El Nobel de Química nos relató lo difícil que había sido enfrentar los intereses de compañías privadas productoras de los gases clorofluorocarbonos. Cómo movilizaron recursos para desacreditar sus hallazgos científicos

Uno de los grandes placeres de mi trabajo es la posibilidad de platicar con gente excepcional por su inteligencia e impacto social. En diciembre de 2010 tuve el privilegio de conversar con el doctor Mario Molina en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se llevó a cabo ese año en Cancún.

Puntual a la cita, llegó don Mario a nuestro improvisado estudio de televisión. De estatura baja y con una elegante guayabera, tenía la perfecta imagen de un científico con lentes de metal y barba de candado.

Hablamos, primero, del trabajo que lo hizo acreedor al Premio Nobel de Química en 1995.

En 1974, junto con su colega Sherwood Rowland, publicó una investigación en la revista Nature. Desde aquel lejano año, argumentaron y comprobaron empíricamente cómo el uso de los gases clorofluorocarbonos destruían la capa de ozono.

En aquel momento, su trabajo fue criticado y considerado exagerado por algunos investigadores. Estábamos en un mundo muy diferente donde todavía no existía una percepción generalizada de cómo el desarrollo económico estaba afectando al medio ambiente. Don Mario nos contó lo mucho que había cambiado el mundo desde entonces. No era gratuito, en este sentido, que estuviéramos ahí en Cancún, en una cumbre mundial, tratando de poner de acuerdo al concierto de las naciones para salvar al medio ambiente del cambio climático.

El Nobel de Química nos relató lo difícil que había sido enfrentar los intereses de compañías privadas productoras de los gases clorofluorocarbonos. Cómo movilizaron recursos para desacreditar sus hallazgos científicos. Pero, al final, se impuso la racionalidad y se firmó el protocolo de Montreal en 1994, donde los países fabricantes de gases clorofluorocarbonos se comprometieron a detener su producción y sustituirlo por otros compuestos menos dañinos para el ambiente.

Gracias a eso, se logró detener el deterioro de la capa de ozono, que estaba teniendo efectos devastadores para la Tierra, incluyendo a los seres humanos. El que haya recibido el Nobel de Química había sido un reconocimiento a un gran científico, que no sólo comprobó empíricamente cómo uno de los gases que se utilizaban comúnmente en muchos productos afectaba al medio ambiente, sino que dicha ciencia, aplicada, terminó en su prohibición demostrando que, con acuerdos políticos, sí es posible cambiar para proteger al planeta.

Don Mario era un ambientalista convencido, no por dogma, sino por rigor científico. Creía que, a finales del siglo XXI, había una probabilidad del 90 por ciento de que la temperatura aumentara cuatro o cinco grados. Y esto tendría efectos catastróficos para el medio ambiente y la humanidad entera.

Ergo, el mundo tenía que ponerse de acuerdo para solucionar el calentamiento global, tomando en cuenta no sólo los intereses de los países desarrollados de Europa, Estados Unidos y Japón, sino también las naciones que crecían a pasos acelerados para tratar de vencer la pobreza como China, India, Brasil y México.

No tenía una visión apocalíptica, sino realista. Con voz suave y sin estridencias, nos platicó de las posibles consecuencias económicas del desastre ambiental por el cambio climático y su optimismo de que algo similar al Protocolo de Montreal podría ocurrir para abatir las emisiones de gases invernadero.

Desde luego que estaba a favor de que México jugara un papel destacado en el tema del cambio climático porque, precisamente, nuestro país podía ser uno de los más afectados de no resolverse este problema.

Al final de la charla, recuerdo que le comenté a Javier Tello que necesitábamos más Marios Molinas en México. Científicos del más alto nivel, pero que no se quedan en la torre de marfil, sino que defienden sus hallazgos y mueven conciencias. Que, con tesón y evidencia empírica, logran un cambio para el bien de este planeta. Que están convencidos de la vinculación de la ciencia con las políticas públicas, en su caso para prevenir el cambio climático, proteger el medio ambiente y fomentar un desarrollo económico sustentable.

Ayer, tristemente, el doctor Molina falleció a los 77 años de edad. Que en paz descanse este mexicano excepcional, Premio Nobel de Química.

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