A pesar de lo que digan los gurús de la salud o los influencers, o lo que prometa la publicidad, no hay una píldora mágica ni una dieta revolucionaria ni un tratamiento ideal que funcionen de manera general o absoluta contra la obesidad y el sobrepeso, coinciden los expertos médicos.
CNN En Español
los expertos médicos.
Pero una reciente investigación llevada a cabo en la prestigiosa Clínica Mayo, en Estados Unidos, y dirigida por un especialista de origen ecuatoriano, determinó unas categorías específicas de obesidad con miras a establecer tratamientos más enfocados y personalizados para combatir la enfermedad.
«Existe mucha desinformación sobre lo que se puede hacer para bajar de peso», le dijo a BBC Mundo Andrés Acosta, gastroenterólogo experto en obesidad de dicho centro.
Y eso, de acuerdo al especialista, contribuye en gran medida a que la obesidad se haya convertido en una pandemia crónica y recidiva cuyos índices empeoran año tras año.
Otro factor importante es que nuestro cuerpo tiende a adaptaciones metabólicas que dificultan la pérdida de peso.
Por ejemplo, es muy común que, al iniciar una dieta, lo primero que haga el cuerpo sea liberar una hormona llamada grelina (del inglés ghrelin, por sus siglas growth hormone-releasing peptide) que regula la sensación de hambre.
«La pérdida de peso sostenida con los tratamientos disponibles continúa siendo un desafío en la práctica clínica», explica Acosta, quien es también el director del Programa de Medicina de Precisión en Obesidad en la Mayo.
Cualquier tratamiento de reducción de peso debe contar con estos elementos básicos, señala: dieta, un plan de ejercicio y un plan de cambio de hábitos.
En los casos necesarios, viene un tratamiento de segundo nivel, que puede implicar el uso de medicamentos, endoscopía o cirugía.
Sin embargo, no todos los pacientes responden de la misma manera a esos tratamientos y los resultados son muy variables.
Eso fue lo que llevo a Acosta y su equipo a investigar cuáles son las características únicas de los individuos que los lleva a sufrir la enfermedad.
Identificaron cuatro fenotipos de obesidad y, en base a ello, llevaron a cabo estudios aleatorios durante seis años para establecer a qué tratamientos responde mejor cada cuál.
1. El «cerebro hambriento»
A este pertenecen las personas obesas que no sienten saciedad. Siguen comiendo y repitiendo raciones.
Con ello, ingieren muchas calorías en cada comida.
El cerebro y el sistema digestivo están conectados, y este último envía la señal de saciedad al primero.
Pero en el caso de estos individuos, «es como si la señal no llegara nunca», apunta Acosta.
2. El «intestino hambriento»
A este fenotipo pertenecen aquellos que ingieren raciones normales pero que en una o dos horas vuelven a sentir hambre.
Esto también está relacionado con los mensajes que el intestino debe enviar al cerebro, concretamente: «Acabo de comer. Necesito tiempo para digerir la comida y sentirme saciado».
Pero cuando el intestino no funciona de manera adecuada, estas señales se pierden y la sensación de hambre vuelve rápidamente.
Las personas afectadas tienden a comer entre horas, varias veces al día.
3. La «comida emocional»
Aquellos que comen para lidiar con situaciones emocionales, tanto alegres como tristes, en momentos de estrés o ansiedad, pertenecen a este fenotipo.
«Cuando tienen un buen día van a comprar Dunkin’ Donuts (una cadena estadounidense de dulces conocidos como doughnut o donas) y cuando tienen un mal día… van a Dunkin’ Donuts», simplifica el especialista.
4. La combustión lenta
«La mayoría de la gente que viene a verme pertenece a este grupo», cuenta el gastroenterólogo.
«‘Doctor, mi metabolismo no funciona’, me dicen y, en efecto, tienen un metabolismo ineficiente».
Es un tipo de paciente que no quema las calorías que corresponden por su peso, talla, edad y género.
En las investigaciones llevadas a cabo por el equipo de la Clínica Mayo ese fue el fenotipo menos común. Se concluyó que el 22% de los pacientes estudiados pertenecen a él, mientras el resto se distribuyeron de manera muy equitativa.
Asimismo, se vio que casi un tercio de los voluntarios pertenecían a más de un fenotipo.