Desde el Ángel de la Independencia hasta el Zócalo capitalino, todo era una ola violeta.
Ayer, la marcha del 8M reunió, de acuerdo con cifras oficiales, a 75 mil asistentes, entre las que se encontraban mujeres acompañadas por sus hijas, familiares de víctimas y padres de personas desaparecidas. Todos con el mismo reclamo: justicia y alto a la violencia de género.
«Fui la niña que tocaron sin su consentimiento, pero soy la tía de la niña que jamás vas a tocar ni destruir», «que ser mujer no nos cueste la vida», «si mañana me toca, quiero ser la última», eran algunas de las proclamas que se podían leer en las pancartas.
La manifestación transcurrió de forma pacífica, contrario al pronóstico de las autoridades federales y locales, que advirtieron una marcha violenta en días anteriores.
Sin embargo, prevalecieron el baile, las consignas, los pañuelos y el humo verde, además de banderas del orgullo trans.
Tampoco hubo confrontación con las 3 mil policías que fueron desplegadas.
Todo lo contrario, manifestantes repartieron flores entre las oficiales e, incluso, un grupo de agentes marchó sobre Eje Central Lázaro Cárdenas, con el puño en alto y el grito: «Policía consciente se une al contingente», mientras otras mujeres aplaudían el gesto.
La de ayer fue también la primera vez en la que un grupo nutrido de manifestantes pudo pasar tanto tiempo en la plancha del Zócalo, donde los primeros contingentes llegaron desde las 16:00 horas para mantenerse con una presencia fuerte hasta después de las 20:00 horas.
Los contingentes salieron desde el Monumento a la Revolución, Ángel de la Independencia y Glorieta de las Mujeres que Luchan hacia el Zócalo.
El más grande partió a las 16:00 horas: eran madres de víctimas de feminicidio, chicas que han sido acosadas en la calle, mujeres trans que buscan que se les reconozca y también padres que buscan a sus hijas.
Para las primerizas, fue una marcha distinta a cómo lo veían en la televisión; la Policía no estuvo presente sino hasta la Avenida 5 de Mayo.
«Es la primera vez que venimos mi amiga y yo. Nos sentimos seguras y creo que la marcha fue pacífica. Entendemos la labor de los policías, que tienen que «contener», entre comillas. Pero hacemos esto porque creemos que esto nos puede ayudar a concientizar. Si no nos escuchan, ¿entonces de qué manera podemos hacerle?», comentó Abigail de 21 años.
José Luis Castillo, un hombre de tez morena y cuyas canas fueron cubiertas por confeti y diamantina morada, no sólo recibió flores, sino también abrazos. Llevaba una lona impresa con la cara de su hija Esmeralda, desaparecida en Chihuahua en 2012. Se le atragantaba la impotencia al narrar cómo las autoridades no han hecho nada y sólo le han pedido que reconozca que su hija ya falleció… porque ya no quieren seguir buscándola. Se le anudaba la voz al agradecer los gritos de «no estás solo, no estás solo».
«Sé que las marchas son separatistas. Por eso vengo por un lado y nada más pidiéndoles permiso y agradecerles por seguir levantando la voz por mi Esmeralda, por todas las desaparecidas y por todas las asesinadas», decía.
Y también por quienes viven con ansiedad e incertidumbre, como Daniela, quien hace nueve días fue atacada sexualmente por un sujeto que fue detenido, pero que ya quedó en libertad. Cuando estaba abriendo el local donde trabaja, el sujeto entró a la fuerza. Su intención era violarla, pero ella logró escapar.
«Yo soy una adulta, no lo puedo superar, imagínate que les pasa a las niñas, las adolescentes, no dejo de denunciar porque no quiero que personas como esta esté libre y le haga daño a otra mujer, a una niña», explica.
Elsa Sánchez, otra de las integrantes de la marea violeta, lo resume simple: la pandemia acumuló la necesidad de exigir justicia y por más augurios pesimistas, fue una concentración pacífica.
«El Gobierno trató de ahuyentarnos para que no viniéramos, porque después de dos años encerradas se esperaba esto, muchas marchando, no cabemos en el Zócalo», concluye.