De un retrato de la pedagoga Nadia Boulanger colgado en el estudio de Fernando Lozano pende una batuta que el director de orquesta recibió como regalo de su maestro, el director y compositor Francisco Savín.
Ambos músicos ocupan un sitio privilegiado en su panteón personal, junto a Carlos Jiménez Mabarak, Rodolfo Halffter y Blas Galindo, profesores suyos, como Savín, en el Conservatorio Nacional de Música (CNM). Además de una imagen de Giacomo Puccini, que, junto a Giuseppe Verdi, es uno de sus compositores de ópera favoritos, sin dejar de lado a Georges Bizet por su Carmen.
Todo en una habitación con dos pianos en la que Lozano, cada mañana, toca a Frédéric Chopin.
Cumplió 82 años el pasado 2 de abril, y de pie, ante el retrato de Boulanger, asegura que la pedagoga le cambió la vida: «Me enseñó que la música era otra cosa de lo que yo tenía en mi cabecita».
Recuerda que en la primera entrevista que tuvo con la profesora francesa, en París, acordaron trabajar cada martes, y lo invitó a sumarse a las reuniones de los miércoles con sus amigos, entre quienes se contaban Henryk Szeryng, Aaron Copland e Igor Stravinsky.
Lozano había vendido su piano en México para poder pagar entre 100 y 150 dólares por clase, pero, después de tres o cuatro semanas, le invadió de pronto la preocupación sobre cuánto le costaría eso al final, y se sinceró con ella: tenía problemas con la beca y no podría continuar, aunque le liquidaría las clases que aún le adeudaba.
«Es la primera y última vez que hablo con usted de dinero. Lo veo el martes entrante», le replicó Boulanger.
Lozano se quedó cuatro años bajo su tutela y jamás le pagó un centavo.
Valoraba la disciplina y exigencia de la pedagoga, fallecida en 1979; era capaz de hacer polvo en un minuto su labor de una semana. Enmarcó uno de sus últimos trabajos de armonía, en el que, al fin, no le había hecho corrección alguna, pero en el margen superior, a lápiz, le anotó en francés: «¿Y esto le gusta?».
«Me hizo polvo con ese comentario», recuerda en entrevista. «Pero con eso aprendí que las cosas perfectas no son las más bellas».
EL DIRECTOR
Lozano muy niño supo que sería director de orquesta, desde el día en que su madre lo llevó al primer concierto en su vida en el Palacio de Bellas Artes. Poco a poco el escenario se fue llenando con los atrilistas; entró el concertino, la orquesta afinó, el director subió al podio y marcó. «Y entonces surgió la música», evoca. «Me quedé fascinado con esa experiencia y dije: yo quiero ser ése».
Expulsado del Instituto México y también del Patria, ninguna secundaria quería admitirlo.
Un día oyó a sus padres quejarse de él en una cena con una amiga del matrimonio, María Luisa Margain, esposa de Manuel Sandoval Vallarta, entonces Subsecretario de Educación Pública, y su «ángel de la guarda», pues ella le consiguió que entrara a la secundaria del CNM.
Su padre, quien tuvo un negocio de juguetes donde Lozano también trabajó en su juventud, siempre se había opuesto a su vocación musical; le decía que se iba a morir de hambre.
«Y no se volvió a discutir el tema, pero aquí estoy, a mis 82 años, haciendo música, que es en lo que creo», asegura el director de orquesta, quien comenzó su trayectoria profesional en 1961.
En el Conservatorio forjó amistad con Plácido Domingo y Eduardo Mata, y recuerda que, después de aprobar los exámenes, los alumnos de Jiménez Mabarak celebraban en casa de su maestro; vaciaban y limpiaban una pecera que llenaban de vodka y jugo de naranja.
Lozano estaba decidido a ser director de orquesta, pero como Carlos Chávez no quería recibirlo ni en su oficina ni en su casa, irrumpió en su Taller de Composición en el CNM. «Yo no estoy para perder el tiempo con nadie», le dijo entonces Chávez, cerrándole la puerta en la cara.
En cambio, Luis Herrera de la Fuente, quien era batuta de la Orquesta Sinfónica Nacional, no sólo lo aceptó como alumno sino que, al cabo de uno o dos años, lo impulsó a dejar México: «Aquí no hay nada qué hacer. Necesita irse, busque a ver a dónde y yo le ayudo».
Lozano volvió con la propuesta de irse a San Antonio, pero el director, quien jamás lo veía a los ojos cuando le hablaba, recuerda, le reviró: «Fernando, no busque usted en los pueblos».
Y así, el joven músico terminó en París con Boulanger.
«Orden, disciplina y respeto», repite Lozano, como sus principios en el trabajo.
Fue a partir de 1974 que comenzó su carrera internacional. Se había ido del País fastidiado con «las impertinencias, la ignorancia y el abuso de poder» del Presidente Luis Echeverría, dice. Y buena decisión: en París le ofrecieron trabajo con la orquesta de la Radio Francesa.
En esa época fue invitado a dirigir Tosca con Domingo, su gran amigo, en la Ópera Estatal de Viena, en 1976. Al ser una ópera de repertorio, no habría ensayo, y el empresario que lo contrató le aconsejó: «Usted márqueles y ellos van a tocar, y no va a haber uno que se equivoque».
Una semana antes, en París, el legendario director Nello Santi lo había prevenido: «¿Nunca ha dirigido en Viena? Cuidado. Atacan juntos pero atacan tarde». Lozano, quien se precia de ser un maestro de la precisión de los ataques de la orquesta, desestimó aquella advertencia.
Llegó el día de la función; salió a dirigir, le aplaudieron, se sentó la orquesta, empuñó la batuta y marcó, pero no sonó nada. «Fue un medio segundo de terror, y en ese medio segundo, sonó, junta, maravillosa la Filarmónica de Viena», relata. Y aunque la función fue un éxito, el director se dijo: «Aquí no vuelvo, me va a dar un infarto».
EL GESTOR
Con José López Portillo como candidato único a la Presidencia en 1976, Carmen Romano, esposa del virtual Presidente, lo mandó llamar por medio de Rafael Tovar y de Teresa. Ella sostenía que la cultura en México estaba hecha un desastre y quería la colaboración de Lozano, quien para entonces ya había dejado huella: de manos de María Callas había recibido el Diploma de la Fundación Giuseppe Di Stefano por su promoción de la ópera en el País, donde dirigió en 1971 y 1972 la orquesta de la ópera en Bellas Artes.
El director le expuso a Romano sus impresiones en una reunión en el restaurante Churchill, a espaldas del CNM en abril de ese año.
Él pensó que hasta ahí llegaría su colaboración, pero ella lo quería en México un mes antes de las elecciones de julio. «Tengo cuatro conciertos en Bulgaria, firmados y comprometidos», se excusó, pero recibió un reproche: «Yo creí que usted estaba interesado en este País; me habla que quiere hacer por México y construir, hacer y formar. ¿Bulgaria? ¿Cuatro conciertos allá? Ni sabemos dónde queda. Piénselo».
Lozano canceló entonces sus cuatro conciertos y nunca más lo volvieron a invitar.
Él le propuso a Romano desaparecer el INBA, por «caduco y acabado», pero «la señora me puso como dado», recuerda. «Aunque yo lo sigo proponiendo», ataja.
En aquel camino, Lozano forjaría varias instituciones, como la Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM) y el Conjunto Cultural Ollin Yoliztli, cuando no había ni sindicatos.
En su gestión, anticipó las críticas por su decisión de audicionar a músicos extranjeros, sobre todo de Europa del Este, para integrarse a la naciente agrupación. Su razonamiento era que, al convocar a los mejores atrilistas mexicanos de otras orquestas y ofrecerles un salario mucho más atractivo, prácticamente del doble, provocaría el desmantelamiento de otros ensambles.
A Lozano también se le deben el Festival de Música y Danza de Monterrey y el Festival Internacional de Música de Morelia, así como el programa nacional de Orquestas y Coros Juveniles de México, dentro del cual se creó la Sinfónica Carlos Chávez teniendo como modelo la Simón Bolívar de Venezuela, convertida después en Orquesta Escuela Carlos Chávez para disgusto de su fundador.
¿En México, para construir un proyecto cultural hace falta apoyo político?
«Para hacer cualquier cosa se necesita apoyo político», responde, y en el caso de la OFCM tuvo el respaldo del Regente del Distrito Federal, Carlos Hank González.
Pero es un apoyo que también puede perderse, y Lozano lo ejemplifica con los días actuales, cuando dejó su puesto como director de la Filarmónica 5 de Mayo, hoy Sinfónica del Estado de Puebla, con la llegada del actual Gobernador poblano, Miguel Barbosa. «Ocho años haciendo conciertos, ballet, zarzuela, opereta, ópera, presentaciones educativas, grabaciones… Barbosa llegó y dijo: ‘Se acabó'», acusa el director.
Y quizá todo esto entre en sus memorias, que, después de tres años de trabajo, se alista para publicar bajo el título La vida es una tómbola.
«Nos referimos al reparto, que, al igual que la tómbola, es diferente para cada ser humano. A unos mucho, a otros poco. Los números que en la tómbola se llaman cartones o papeletas, en la vida se llaman virtudes o defectos; riqueza, pobreza, imaginación, amigos, familia, conocidos, conocimiento, etcétera.
«Todo esto y muchas cosas más definen una forma de trabajar, de ganar dinero, de nacer y vivir en la pobreza o en la riqueza; las vivencias y experiencias. Por todo esto, la vida es una tómbola», escribe.
Confía en ver publicado su libro en este 2022.
EL EDUCADOR
Como director preocupado por divulgar las obras de los compositores nacionales, Lozano rescató, por ejemplo, la partitura del poema sinfónico Tierra de temporal, de José Pablo Moncayo, y en 2011, cuando cumplió medio siglo con la batuta, reunió sus grabaciones de música mexicana en una colección de 26 discos compactos, en cuatro tomos: México y su música, Independencia y Revolución, Edición conmemorativa.
Y ahora se propone seguir honrando la tarea como educador y formador de músicos. En su libro La mano izquierda habla, por ejemplo, sobre su profesión.
«Debemos promover la formación de músicos, de seres humanos, muchachos que estudien música y se sometan a la disciplina de la música».
Una disciplina aprendida de sus maestros, a quienes honra cada vez que sube al podio.