Cuando se enteró que llevaría su embarazo mientras cumplía una condena de 15 años en el Penal de Chiconautla, Estela pensó en interrumpir la gestación.
La adversidad que significa el encierro fue su principal motivo, pero la mujer de 32 años habló con su familia y la convencieron de no hacerlo.
Así, Antonela nació en la cárcel. El nombre lo eligió en memoria de Antonio, asesinado durante un asalto.
Entre rejas, muros con púas, pases de lista y mujeres que visten todos los días ropa beige y azul, la primera palabra que pronunció Antonela fue: «mamá».
También aprendió a pronunciar vocales, reconocer números o decir gracias. La bebé ya tiene más de 2 años. Cuando en febrero cumpla 3, deberá despedirse de su mamá para que familiares tomen su custodia, pues así lo mandata la Ley Nacional de Ejecución Penal.
Por este motivo, Estela ya está realizando trámites para anticiparse a ese día. Se mentaliza y sabe que deberán recibir apoyo psicólogo para asimilar la separación.
«Fue un poco difícil decidir, seguir con el embarazo o no, pero uno de mis hermanos que me apoya tanto, me dijo que él me iba a apoyar con todo», recuerda.
«Que un hijo te diga ‘mamá’ es lo más bello del mundo».
Ambas son inseparables. Estela procura que estén el menor tiempo posible dentro de la celda. Apenas amanece, toman un baño y buscan en qué distraerse. Una biblioteca que fue adoptada en el módulo para mujeres es uno de sus lugares preferidos. Ahí, su mamá le lee cuentos.
La pequeña también convive con dos bebés que hay de otras internas.
Maga Gelhorn, directora Operativa de Reinserta, remarca que las cárceles no fueron diseñadas para que las internas vivan con sus hijos.
«Las condiciones en las que viven hoy los niños, son deplorables. No están las condiciones apropiadas para que un niño o una niña se desarrolle en este aspecto, porque las cárceles no están pensadas para la infancia, la cárcel no es un lugar para vivir», plantea.
En este reclusorio de Ecatepec, la empresa Amazon destinó 700 mil pesos para que sea construida una ludoteca en la que las mujeres en prisión convivan con sus hijos, así como para que reciban a 100 menores que las visitan cada fin de semana. Un espacio que se espera mucho mucho más atractivo y motivante que la pequeña biblioteca donde Antonela y su mamá pasan las horas.
«La gran cantidad de niños, cuyos mejor plan el fin de semana es viajar un montón de horas en transporte público, hacer la fila en un reclusorio, atravesar todos los filtros de seguridad de la manera tan invasiva y poderse conectar con su mamá una o dos horas», agrega Maga Gelhorn.